Bienvenido a la Tierra Pura de la Luz Serena, un recurso sobre el Verdadero Budismo (一乘佛教), y sus posteriores ramificaciones, a la luz de las Enseñanzas Perfectas y Completas (圓教). Aquí presentamos el Budismo como religión, filosofía y estilo de vida, con énfasis en la Teología Budista (Budología), aspirando a presentar el Budismo balanceadamente entre la academia (estudios budistas) y la devoción, desde el punto de vista de una escuela tradicional de Budismo japonés (Tendai-shu 天台宗) y las enseñanzas universales del Sutra del Loto (法華経).


martes, 30 de septiembre de 2014

Karma y Renacimiento


La Continuidad del Espacio y el Tiempo


Karma es una palabra sánscrita que significa "acción". A veces, es posible que vea la palabra en Pali, kamma, que significa lo mismo. En el Budismo, el karma tiene un significado más específico, que es la acción volitiva o intencional. Las cosas que pensamos, decimos y hacemos (o dejamos de hacer) ponen el karma en movimiento. La ley del karma es una ley de causa y efecto. 

Muchos piensan que el karma significa el resultado del karma. Por ejemplo, alguien podría decir Pedro perdió su trabajo porque "ese es su karma." Sin embargo, cuando los budistas utilizan la palabra, el karma es la acción, no el resultado. Los efectos del karma son los "frutos" del karma. 

Las enseñanzas sobre las leyes del karma se originaron en el Hinduismo, pero los budistas entienden el karma de forma diferente a los hindúes.

En los tiempos del Buda, la mayoría de las religiones de la India enseñaban que el karma operaba en una línea recta y sencilla - las acciones pasadas influyen en el presente; acciones presentes influyen en el futuro. Sin embargo, para los budistas, el karma no es lineal y es mucho complejo. 

De este modo, en el Budismo, aunque el pasado tiene alguna influencia sobre el presente, el presente también se forma por las acciones del presente. 

Cuando nos encontramos atrapados en nuestros viejos patrones destructivos, tal vez no sea el karma del pasado lo que está causando que estemos atrapados. Si estamos en problemas, lo más probable es que estamos recreando los mismos viejos patrones con nuestros pensamientos y actitudes en el presente. Para cambiar nuestro karma, y cambiar nuestras vidas, tenemos que cambiar nuestras mentes. 

El Budismo enseña que hay otras fuerzas además del karma que dan forma a nuestras vidas. Estas incluyen las fuerzas naturales como el cambio de las estaciones y la gravedad. Cuando un desastre natural - como un terremoto - golpea a una comunidad, esto no es una especie de castigo kármico colectivo. Es un hecho lamentable que requiere de una respuesta compasiva, no de un juicio. 

Algunas personas tienen dificultad para entender que el karma es creado por nuestras propias acciones. Quieren creer que hay algún tipo de fuerza cósmica misteriosa en algún lugar dirigiendo el karma, premiando a los buenos y castigando a los malos. Algunas religiones pueden enseñar eso, pero no el Budismo. 

El Budismo Tendai sostiene que causa y efecto son, en esencia, simultáneos. En el instante en que creamos una causa, ya está contenido el efecto, como si fuera una semilla plantada en la profundidad de nuestras vidas. Pero si bien este efecto es plantado en el mismo instante en que la causa es creada, puede que no aparezca instantáneamente. El efecto sólo se manifiesta cuando aparecen las circunstancias adecuadas. Supongamos que una bellota cae al suelo y queda sepultada en él. 

Puede tomar décadas para que un poderoso roble manifieste el efecto completo de esta causa. Entonces, a pesar de que el efecto sea simultáneo, a pesar de que ha sido la causa para que crezca el roble, éste no crecerá sino hasta varios años más tarde. Mientras que el efecto último del roble estaba contenido en la bellota, le llevó años de lluvia y sol para alcanzar las circunstancias adecuadas y que el árbol creciera. O, para tomar un ejemplo negativo, supongamos que uno come alimentos altos en contenido de colesterol durante un período de tiempo. Puede que tarde muchos años en aparecer los efectos destructivos, la arteriosclerosis y las enfermedades coronarias. Los seres humanos realizamos infinidad de causas cada día a través de nuestros pensamientos, palabras y acciones y, por cada causa, recibimos un efecto. Pero puede que este efecto también demore un largo tiempo en manifestarse.

El karma puede ser dividido en buen karma y mal karma, tal como las causas pueden ser caracterizadas como buenas y malas. Estas categorías se aplican a las tres formas de acción kármica: pensamiento, palabra y acción. Por ejemplo, el ejercicio de la misericordia y de la benevolencia produce buen karma, mientras que actitudes negativas tales como la codicia o la ira -y las acciones que estas emociones generan- producirán mal karma.

Nuestro karma es como una cuenta bancaria de efectos latentes que experimentaremos cuando nuestras vidas encuentren las condiciones ambientales adecuadas. Las buenas causas producirán efectos agradables y benéficos; las malas causas producirán sufrimiento. Nuestras acciones en el pasado ejercen influencia en nuestra existencia presente, mientras que nuestras acciones presentes configuran nuestro futuro.

El principio del karma es absolutamente preciso. No hay manera de escapar a nuestras acciones pasadas. La ley de causa y efecto impregna nuestras vidas a través de las existencias pasadas, presentes y futuras. Nada es olvidado, borrado o perdido. Es un error el creer que podemos simplemente dejar nuestros problemas detrás e irnos a Hawai o algún otro paraíso tropical y vivir una vida libre de contratiempos. Llevamos nuestro karma a cuestas, como si fuera una mochila, dondequiera que vayamos.

Todo, en el ámbito de nuestra existencia, es eternamente registrado en los niveles más profundos de nuestra vida. Entonces, ¿no nos queda más opción que pasivamente aceptar y resignarnos a recibir los efectos de cual fuera el karma que forjamos en el pasado?

En el Budismo creamos el karma con nuestras propias acciones y, por tanto, también tenemos el poder de cambiarlo. Ésta es la promesa que ofrece la práctica del Budismo. Si bien, en teoría, todo lo que tendríamos que hacer para que nos vaya bien en la vida es realizar la mayor cantidad posible de buenas causas, en la mayoría de los casos tenemos muy poco control sobre las causas que hacemos. Tendemos a caer atrapados por la inquebrantable cadena de causas y efectos que es nuestro karma, y actuamos en consecuencia. 

El karma nos permite comprender que el destino depende de cada uno y que cada persona tiene el poder de transformar su vida para bien en cualquier momento. Karma –que significa acción— resume el principio de la causalidad del universo, similar a la de la ciencia moderna, en donde cada acción tiene su correspondiente resultado. Incluye, además, los aspectos espirituales, tales como la sensación de felicidad, miseria, gentileza y crueldad.

El karma, como cualquier otra cosa, está en constante cambio, por lo tanto, el ser humano puede crear su propio presente y futuro mediante las elecciones tomadas en cada instante.

El Karma y el Renacimiento 


La mayoría de la gente entiende que la reencarnación es cuando un alma, o alguna esencia autónoma del "yo", sobrevive la muerte y renace en un nuevo cuerpo. Pero las enseñanzas budistas son muy diferentes. 

El Buda enseñó una doctrina llamada "anatman" o "anatta" - sin alma, o no ser (no-ego). De acuerdo con esta doctrina, no hay un "yo" en el sentido de un ser permanente, integral y autónomo dentro de una existencia individual. Lo que nosotros consideramos como nuestro yo, nuestra personalidad y el ego, son creaciones temporales que no sobreviven a la muerte. 

A la luz de esta doctrina - ¿qué es lo que renace? Y ¿dónde encaja el karma? 

 En resumen, es el karma de una vida lo que se lleva hacia adelante y da lugar a una nueva vida. Pero a la luz de la doctrina de la no-yo, qué es lo que exactamente renace? 

La comprensión clásica hindú de la reencarnación es que un alma o "atman", renace muchas veces. Pero el Buda enseñó la doctrina de "anatman" - sin alma, o no-yo. Las diversas escuelas del Budismo contestan esta pregunta de diferentes maneras. 

Una forma de explicar el renacimiento es pensar en toda la existencia como un gran océano. Un individuo es un fenómeno de la existencia de la misma forma una onda es un fenómeno del océano. Una onda comienza, se mueve a través de la superficie del agua, y entonces se disipa. A pesar de que existe, una onda es distinta de océano sin embargo, mas nunca se separará del océano. De la misma manera, lo que vuelve a nacer no es la misma persona, sin embargo, no está separada de la misma persona.

El Budismo Tendai explica esto con la doctrina de las Nueve Conciencias.

Las Nueve Conciencias


La enseñanza budista sobre las nueve conciencias brinda una base para que comprendamos cabalmente quiénes somos, cuál es nuestra verdadera identidad. Asimismo, ayuda a explicar de qué manera el budismo ve la continuidad eterna de nuestra vida, más allá de los ciclos del nacimiento y de la muerte. Tal perspectiva sobre los seres humanos es el fruto de miles de años de intensa investigación introspectiva sobre la naturaleza de la conciencia. Históricamente, se basa en los esfuerzos para experimentar y explicar la esencia de la iluminación que Shakyamuni manifestó bajo el árbol bodhi, hace unos dos mil quinientos años.

Se puede considerar las nueve conciencias como nueve niveles de conciencia que constantemente actúan para crear nuestra vida. La palabra sánscrita vijnāna, que se traduce como 'conciencia', incluye un amplio espectro de actividades, entre ellas, las sensaciones, la cognición y el pensamiento consciente. Las primeras cinco conciencias son los sentidos de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. La sexta es la función que integra y procesa los diversos datos sensoriales para formar una imagen o un pensamiento completos, identificando lo que cada uno de los cinco sentidos nos está comunicando. Es básicamente con esas seis funciones de la vida que desarrollamos nuestras actividades diarias.

En el nivel inmediatamente inferior, se encuentra la séptima conciencia. A diferencia de las capas de conciencia que están dirigidas hacia el mundo exterior, la séptima se orienta hacia nuestra vida interior y es totalmente independiente de los datos que proporcionan los sentidos. La séptima conciencia es la base de nuestra noción de identidad individual; el apego a un yo distinto y separado de los demás tiene su base en esta conciencia, como así también, nuestro sentido del bien y del mal.

Debajo de la séptima conciencia, el budismo elucida un nivel más profundo, la octava conciencia o conciencia ālaya, también llamada el "depósito imperecedero de la conciencia". Es allí donde reside la energía de nuestro karma. Mientras que las primeras siete conciencias desaparecen con la muerte, la octava persiste a través de los ciclos de la vida activa y en la latencia de la muerte. Se la puede concebir como la corriente de la vida que sostiene las actividades de las otras conciencias. Podría afirmarse que lo que relatan personas que estuvieron en estado de muerte clínica y luego revivieron es lo que ocurre en la línea divisoria entre la séptima y la octava conciencia.

Comprender los niveles de conciencia y la interacción entre ellos nos brinda una valiosa percepción sobre la naturaleza de la vida y del yo, y, asimismo, nos permite vislumbrar la resolución de los problemas fundamentales que confronta la humanidad.

De acuerdo con las enseñanzas del Budismo, en lo que concierne al yo, existen ilusiones engañosas profundamente arraigadas en la séptima conciencia. Tales ilusiones surgen de la relación entre el séptimo y el octavo nivel de la conciencia, y se manifiestan como el egotismo fundamental.

Las enseñanzas budistas definen que el séptimo nivel de conciencia emerge de la octava conciencia: este nivel siempre se centra en la octava conciencia del individuo, al que percibe como algo fijo, único y aislado de todo lo demás. En realidad, la octava conciencia está en estado de flujo constante. En ese nivel, nuestras respectivas vidas interaccionan y ejercen una profunda influencia unas sobre otras. La percepción de un yo fijo y aislado, generada por la séptima conciencia, es por lo tanto falsa.

La séptima conciencia es también el nivel donde reside el miedo a la muerte. Al no poder percibir la verdadera naturaleza de la octava conciencia como un flujo permanente de energía vital, la séptima concibe que, llegado el momento de la muerte, la octava conciencia se extinguirá para siempre. El miedo a la muerte, por ende, tiene sus raíces en las profundas capas del inconsciente.

La ilusión engañosa de que la octava conciencia es el verdadero yo también se denomina "ignorancia fundamental", que no permite percibir la interconexión de todos los seres. Es ese sentido del yo como algo separado y aislado de los demás lo que da lugar a la discriminación, la arrogancia destructiva y la codicia desenfrenada. Los estragos que provoca la humanidad en el entorno natural es otro claro ejemplo de ello.

Un Río Kármico

El Budismo plantea que nuestros pensamientos, palabras y acciones graban invariablemente una impresión en las profundas capas de la octava conciencia. Es lo que denomina "karma". Por lo tanto, la octava conciencia recibe a veces el nombre de "depósito del karma", es decir, el lugar donde se almacenan las semillas kármicas. Esas semillas, o energía latente, pueden ser positivas o negativas; la octava conciencia permanece neutral e igualmente receptiva de todo lo que se graba como impresión en el karma. La energía se manifiesta cuando las condiciones son propicias. Las causas positivas latentes pueden tornarse manifiestas tanto en la forma de efectos beneficiosos en la propia vida como en funciones sicológicas positivas, por ejemplo, la confianza, la no violencia, el autocontrol, la misericordia y la sabiduría. Las causas negativas latentes se presentan a veces como diversas formas de ilusión engañosa y comportamiento destructivo, y pueden ser motivo de sufrimiento para nosotros y para los demás.

Si bien la imagen de un depósito puede resultar útil, la de un impetuoso torrente de energía kármica puede acercarse más a la realidad. Esa energía está en constante movimiento y les da forma a nuestra vida y experiencias. Los pensamientos y acciones resultantes que generamos ingresan entonces en ese torrente kármico. La calidad del flujo kármico es lo que hace de cada uno de nosotros un ser diferente, un yo único. Ese torrente de energía está en constante cambio, pero, tal como sucede con un río, mantiene su identidad y consistencia, incluso a través de sucesivos ciclos de vida y de muerte. Es ese aspecto de fluidez, esa falta de fijación, lo que abre la posibilidad de transformar el contenido de la octava conciencia. Por esa razón, el karma, bien entendido, es diferente de un destino inalterable o inevitable.

Se trata, por lo tanto, de cómo incrementamos el balance del karma positivo. Esa es la base de diversas formas dentro de la práctica budista que buscan imprimir causas positivas en la vida. Sin embargo, cuando uno queda atrapado en un ciclo de causas y efectos negativos, es difícil no grabar nuevas causas negativas; es entonces cuando debemos considerar el nivel más fundamental de la conciencia, el noveno, o conciencia amala.

Dicha conciencia se puede definir como la vida del cosmos; se la denomina también la "conciencia fundamentalmente pura". Absolutamente libre de la contaminación del karma, esta conciencia representa nuestro yo verdadero y eterno. El gran poder de la novena conciencia, que emana desde lo más profundo, transforma incluso el karma negativo más profundamente arraigado en la octava conciencia.

Dado que la octava conciencia trasciende los límites del individuo se fusiona con la energía latente de su familia, con su grupo étnico y también, con el de los animales y las plantas, un cambio positivo en esa energía kármica se convierte en el engranaje para el cambio en la vida de los demás.

A medida que los distintos niveles de conciencia se van transformando, cada uno crea formas únicas de sabiduría. La sabiduría inherente de la octava conciencia nos permite percibirnos a nosotros mismos, nuestras experiencias y otros fenómenos con perfecta claridad, y apreciar profundamente la interconexión e interdependencia de todas las cosas.

Cuando las ilusiones engañosas fuertemente arraigadas en la séptima conciencia se transforman, un individuo puede superar el temor a la muerte, así como la agresión y la violencia que surgen de ese temor. Brota entonces la sabiduría que nos permite percibir la igualdad fundamental de todos los seres vivos y relacionarnos con ellos sobre una sólida base de respeto.

Tal es la clase de transformación y de sabiduría que nuestro mundo de hoy requiere de manera imperiosa.