El Sutra Gandavyuha, el capítulo final y culminante del monumental Sutra Avatamsaka (Sutra de la Guirnalda de Flores, el cual fue el primer sermón dado por el Buda en nuestro mundo), es un texto profundo e intrincado que encapsula la esencia de la filosofía y la práctica budistas Mahayana. Su título, a menudo traducido como la "Entrada al Reino de la Realidad", refleja su énfasis temático en la interconexión ilimitada de todos los fenómenos y las dimensiones infinitas de la sabiduría del Buda. El Sutra narra el viaje espiritual del peregrino Sudhana, un joven buscador inspirado por el Bodhisattva Manjushri, que se embarca en una odisea para descubrir la Verdad Ultima. A lo largo de su viaje, Sudhana visita a cincuenta y tres maestros espirituales, entre ellos Bodhisattvas, monjes, laicos, reyes e incluso seres celestiales, cada uno de los cuales encarna una faceta única del Dharma; uno de los 52 peldaños en los Estados del Despertar a la Budeidad. A través de estos encuentros, Sudhana aprende que la Iluminación no surge de una comprensión aislada, sino de la interacción armoniosa de la sabiduría, la compasión y los medios hábiles.
El Sutra Gandhavyuha es tan largo que es considerado por muchos como su propio Sutra o un libro separado, detallando el Camino Budista en su totalidad. Por lo tanto, el Sutra sirve como guía espiritual y como meditación profunda sobre la naturaleza de la Realidad, inspirando a los practicantes a recorrer el Camino Budista hasta su culminación: la Budeidad.
En las próximas entradas, complementaremos nuestro Ciclo de Lecturas sobre el Sutra Avatamsaka, que continuamos este año, con una interpretación moderna ("Reimaginada") del Sutra Gandhavyuha, para el beneficio de todos los lectores modernos. Espero que el mismo sea del agrado de todos los budistas hispanos.
Capítulo 42 - El Trigésimonoveno Maestro - Sutejomandalaratishri
En medio del vasto paisaje de la peregrinación de Sudhana, guiado por las luminosas enseñanzas de innumerables kalyāṇamitras, sus pies lo llevaron al legendario bosque de Lumbinī, un santuario de profunda resonancia espiritual. No era un bosque común, sino el suelo sagrado donde el Buda Śhakyamuni, la manifestación de la compasión infinita del Buda Eterno, había entrado en el mundo, y con su aparición, había transformado este universo, abriendo de par en par las Puertas del Despertar para todos los seres. Era un lugar donde el velo entre lo mundano y lo sublime era tenue, y donde la interacción de las fuerzas cósmicas engendraba milagros que iluminaban el Dharma para todos los seres.
A medida que Sudhana se acercaba al bosque, sintió que el aire se espesaba con una presencia etérea. Cada hoja y brizna de hierba parecía tararear con los ecos de antiguas oraciones, y el aroma del sándalo y las flores divinas lo envolvía. Dio la vuelta al bosque con reverencia, manteniéndolo a su derecha, con el corazón rebosante de gratitud por la santidad del suelo que pisaba.
Al entrar, Sudhana contempló una visión que sobrepasaba la comprensión mortal. El bosque brillaba con una luz que parecía emanar de cada árbol y piedra, sus formas tejidas con materiales preciosos: troncos de diamantes, hojas de esmeralda y flores de zafiro. Pájaros de una belleza inimaginable cantaban himnos en tonos celestiales, sus melodías se mezclaban con los susurros del viento, que llevaban el Dharma a través de los reinos. La Presencia del Buda aun se sentía fuertemente en cada átomo.
En el corazón de este bosque sagrado se alzaba un kūṭāgāra radiante, un pabellón celestial elaborado con las ramas de árboles adornados con joyas. Dentro de su resplandeciente abrazo, sentada en un trono de loto en el centro del asiento de un león, estaba la diosa Sutejomaṇḍalaratiśrī. Su forma era una encarnación de la majestuosidad, adornada con el esplendor de innumerables virtudes. Estaba rodeada por una asamblea de doscientos mil billones de diosas del bosque, todas sentadas ante ella en perfecta atención mientras ella exponía el Dharma. Su voz resonaba como el profundo tañido de una campana, cada sílaba era una joya de sabiduría que iluminaba la inmensidad del Camino del bodhisattva. Estaba enseñando La enseñanza del Océano de las Vidas de Todos los Bodhisattvas, una Escritura que revelaba los méritos inmensurables y la interconexión cósmica de quienes recorren el Camino hacia la Iluminación.
Esta era tal vez la escena más impresionante que Sudhana había visto o imaginado en toda su vida. Atónito, Sudhana se acercó a ella, inclinándose a sus pies, con la cabeza tocando el suelo lleno de joyas. Su voz temblaba de humildad mientras se dirigía a ella: "Arya, he aspirado a la Iluminación Suprema y Completa de la Budeidad. Sin embargo, ignoro cómo nacen los Bodhisattvas en la Familia de los Tathagatas y cómo su conducta ilumina el camino para todos los seres. Humildemente busco tu guía".
La diosa, con su mirada llena de compasión y comprensión, respondió con profunda claridad: "Noble, los Bodhisattvas que nacen en la Familia de los Tathagatas poseen diez tipos de nacimientos. Estos nacimientos no son solo de carne y sangre; son el desarrollo de la esencia del Bodhisattva y la perfección de su conducta. A través de estos diez nacimientos, se convierten en reservas inagotables de mérito, inquebrantables ante los obstáculos mundanos e inquebrantables en su dedicación a la liberación de todos los seres. Su camino está marcado por cualidades que iluminan los Reinos de la Existencia, transforman la Ignorancia en Sabiduría y guían a todos los seres sintientes hacia la Verdad Ultima".
1. Dedicación a Servir a Todos los Budas - En su primer nacimiento, los Bodhisattvas cultivan una devoción inquebrantable a los Budas. Veneran y sirven a los Tathagatas con una fe ilimitada, haciendo ofrendas y dedicándose a la acumulación de mérito. Sus corazones rebosan de alegría con solo contemplar la forma del Buda, y sus oraciones están dirigidas incesantemente a apoyar y perpetuar el Dharma.
2. Aspiración a la Iluminación - El segundo nacimiento surge de su profunda motivación por alcanzar la Iluminación más alta, el Bodhicitta, nacida de una gran compasión por todos los seres. Hacen el voto de servir a los Budas, buscar el Dharma y encarnar el altruismo, dedicando sus vidas a guiar a todos los seres hacia la liberación.
3. Certidumbre en los Caminos del Dharma - En su tercer nacimiento, los Bodhisattvas desarrollan una certeza inquebrantable en las enseñanzas del Dharma. Sus mentes se vuelven como montañas inamovibles, enfocadas en comprender y manifestar el vasto Océano de la Sabiduría del Buda.
4. Motivación pura que Ilumina los Tres Tiempos - El cuarto nacimiento se caracteriza por una motivación pura y superior que trasciende el pasado, el presente y el futuro. Su intención se vuelve indestructible, inquebrantable como un vajra, iluminando la interconexión de todos los fenómenos.
5. Luz que Todo lo Ilumina - En el quinto nacimiento, los Bodhisattvas irradian la Luz de la Sabiduría y la Compasión, disipando la Oscuridad de la Ignorancia. Su práctica de generosidad, paciencia y diligencia brilla como un Sol, madurando a los seres en la Luz del Dharma.
6. El Linaje de la Familia de los Tathagatas - El sexto nacimiento marca su ingreso al Linaje Sagrado de los Budas. Encarnan la Esencia de los Tathagatas, heredando su sabiduría, compasión y medios hábiles.
7. La Luz que Adorna las Fortalezas de los Budas - En el séptimo nacimiento, los Bodhisattvas se convierten en encarnaciones de las fortalezas de los Budas, manifestando sabiduría y poder que penetran todos los reinos y guían a los seres hacia la Iluminación.
8. Análisis Completo del Conocimiento - El octavo nacimiento es la perfección del discernimiento. Los Bodhisattvas obtienen maestría sobre todos los Caminos del Conocimiento y son capaces de guiar a los seres hábilmente, revelando las verdades de la Existencia.
9. Emanaciones en Todo el Reino de los Fenómenos - En el noveno nacimiento, los Bodhisattvas manifiestan innumerables emanaciones en todos los reinos, apareciendo en formas adecuadas a las necesidades de los seres sintientes. Enseñan el Dharma a través de sus manifestaciones milagrosas.
10. Ascenso al Nivel de los Tathagatas - El décimo nacimiento es la culminación del Camino del Bodhisattva, donde ascienden al mismo nivel de los Budas. Su sabiduría, compasión y medios hábiles se vuelven ilimitados, guiando a todos los seres a la orilla de la liberación.
La diosa Sutejomaṇḍalaratiśrī continuó revelando la inmensidad de su propia realización, relatando su logro de la liberación llamada 'Las Manifestaciones Milagrosas en el Nacimiento de los Bodhisattvas a lo Largo de Todas las Percepciones de Incontables Kalpas'. Ella describió cómo, a través de sus oraciones y votos en incontables eones pasados, había presenciado los nacimientos de innumerables Bodhisattvas y Budas, incluido el nacimiento milagroso del Buda Śhakyamuni en el bosque de Lumbinī. Su visión abarcó las infinitas dimensiones del tiempo y el espacio, percibiendo los nacimientos, la conducta y las actividades liberadoras de todos los Tathagatas en las diez direcciones.
Sus palabras pintaron un tapiz cósmico de manifestaciones milagrosas: bosques de joyas, luz radiante, música celestial y la reunión de seres divinos. No eran meras visiones, sino reflejos de la Verdad Ultima, que revelaban la interconexión infinita de todos los fenómenos y la profunda compasión que subyace al Camino del Bodhisattva.
1. La Tierra se volvió plana y perfecta - En ese momento, todo el bosque de Lumbinī experimentó una transformación milagrosa. El terreno irregular, con sus colinas, barrancos y depresiones, se volvió perfectamente plano, una vasta extensión de tierra como un diamante. Brillaba con un resplandor que rivalizaba con el brillo de los cielos, y su superficie reflejaba el orden cósmico, sin imperfecciones.
2. El suelo se convirtió en un campo de joyas - Adondequiera que Sudhana miraba, el suelo brillaba con los tonos lustrosos de las joyas preciosas. El oro, la plata, el berilo y las piedras de cristal formaban una base tan pura que ni una sola espina, piedra o imperfección estropeaba su belleza. Era como si el bosque mismo se hubiera convertido en un Mandala de joyas, una ofrenda al Buda que aún no había nacido.
3. Surgieron árboles con joyas - El bosque se transformó en un cenador de árboles milagrosos, con sus troncos formados de oro y sus ramas adornadas con esmeraldas y rubíes. Cada árbol irradiaba una fragancia divina y sus copas brillaban con flores de todos los tonos. Estos árboles no eran flora común; eran sensibles, conscientes del evento sagrado que estaba a punto de desarrollarse.
4. Polvos aromáticos y nubes divinas - El aire se llenó de nubes de polvos aromáticos, fragancias que trascendían los más finos perfumes celestiales. Nieblas de oro y plata, mezcladas con los tonos de azafrán y sándalo, flotaban en la brisa, su aroma despertaba las mentes de todos los seres a la dulzura del Dharma.
5. Un océano de flores cubría la tierra - Flores de una variedad y un brillo inimaginables cubrían el suelo. Flores de lotos celestiales y orquídeas divinas, cada pétalo brillando con una luz interior, se elevaban desde la tierra. Parecían latir con vida, balanceándose suavemente como si se inclinaran en reverencia ante el nacimiento milagroso que estaba a punto de tener lugar.
6. Seres divinos reunidos en homenaje - Los devas, nāgas, yakṣas, gandharvas y otros seres celestiales de todos los reinos se reunieron en el bosque. Sus formas brillaban con una luz radiante y sus voces cantaban alabanzas al Bodhisattva. Trajeron ofrendas de joyas preciosas, guirnaldas fragantes y néctares, y su devoción iluminó el bosque.
7. Flores de loto se elevaron sobre el agua - En cada estanque y arroyo, los lotos emergieron del agua, y sus flores se elevaron muy por encima de la superficie como si alcanzaran los cielos. Estas flores, nacidas de causas milagrosas, simbolizaban la pureza del Despertar del Buda.
8. El resplandor de Māyādevī eclipsó toda luz - Cuando la Reina Māyā se acercó al bosque de Lumbinī, sosteniendo la rama de un árbol sal, su presencia eclipsó toda luz del mundo. De cada poro de su cuerpo irradiaban rayos de luz dorada que iluminaban no solo el bosque sino también los corazones de todos los seres.
9. Surgió un gran loto - Del suelo vajra surgió un gran loto, elaborado con todos los materiales preciosos del universo. Sus pétalos eran tan numerosos como los átomos del cosmos y su fragancia llenaba las diez direcciones. Se convirtió en el asiento para la entrada del Bodhisattva al mundo.
10. Rayos de luz de bendición infinita - Finalmente, rayos de luz de brillo incomparable, llamados las "Lámparas del Nacimiento Milagroso", emanaron de los ombligos de todos los Budas en las diez direcciones. Estos rayos convergieron en el bosque de Lumbinī, iluminando el nacimiento del Buda y proclamando el Dharma a todos los seres.
Cuando la Reina Māyā se acercó al árbol sagrado de sal en Lumbinī, una profunda quietud envolvió el bosque. Era como si todo el cosmos se detuviera en anticipación del extraordinario evento que se estaba desarrollando. Su forma radiante, bañada por una luz ilimitada, se convirtió en un mandala viviente, que encarnaba la interconexión de toda la Existencia.
Entonces, una visión milagrosa surgió de las profundidades de su ser: la totalidad del universo se reflejó dentro de su abdomen. Estrellas, planetas y reinos infinitos brillaban dentro de ella, cada uno vivo con los movimientos de innumerables seres. Los innumerables mundos no solo se veían, sino que se sentían, latiendo con el ritmo del nacimiento, la muerte y el ciclo incesante de la existencia. Al mismo tiempo, una imagen de la propia Reina Māyā, de pie bajo el árbol de sal en el bosque de Lumbinī, apareció en cada reino del universo. De esta manera, su presencia trascendió los límites del espacio y el tiempo, uniendo todos los reinos en el acto sagrado del nacimiento del Bodhisattva.
De cada poro del cuerpo de la Reina Māyā emanaron visiones de las vidas pasadas del Buda. Estas manifestaciones radiantes revelaron las innumerables formas en las que el Bodhisattva había recorrido el Camino de la Iluminación. En una visión, se lo vio sirviendo reverentemente a otros Budas, ofreciendo su vida, riqueza y compasión para cumplir con sus enseñanzas. En otra, llevó a cabo el noble trabajo de un Bodhisattva, guiando a los seres a través de los tumultuosos Océanos del Samsara. Cada visión era un testimonio de su compromiso inquebrantable, sus innumerables sacrificios y el mérito infinito que había acumulado durante eones.
Las visiones milagrosas continuaron desarrollándose. Los seres que habían sido sus benefactores espirituales aparecieron, luminosos y serenos, encarnando la sabiduría y la compasión que habían nutrido el viaje del Bodhisattva. Cada rostro contaba una historia de profunda guía y apoyo, recordando a todos los que contemplaban la visión la importancia sagrada de los kalyāṇamitras en el Camino hacia el Despertar.
Las escenas de sus encarnaciones pasadas surgieron como reflejos en un lago cristalino: como un rey sabio que gobernó con justicia, como un asceta desinteresado que dio su carne para alimentar a otros, como un monje humilde dedicado al Dharma. Las tierras en las que vivió, desde radiantes campos de Buda hasta humildes reinos terrenales, surgieron con perfecta claridad, su belleza única y sus desafíos reflejaban las innumerables formas en que había buscado liberar a los seres. Sus inmensurables sacrificios (su cuerpo, riqueza, tiempo e incluso su vida) brillaron como actos de luminosa generosidad, inspirando reverencia y fe en todos los que los presenciaron.
De esta manera, las vidas pasadas del Bodhisattva cobraron vida, no como recuerdos lejanos, sino como lecciones vivas grabadas en la trama de la realidad. Cada detalle irradiaba la Verdad del Dharma: que a través de la compasión, la sabiduría y la perseverancia, todos los seres pueden trascender el sufrimiento y alcanzar su estado innato de Buda.
Entonces, mientras el bosque parecía latir con una luz cada vez más profunda, innumerables Bodhisattvas comenzaron a emerger del abdomen de la Reina Māyā. Estos seres radiantes, tan numerosos como los átomos del universo, aparecieron con la forma resplandeciente y el aura del Buda Vairocana, la encarnación de la Iluminación Infinita. Su presencia era a la vez majestuosa y gentil, sus expresiones serenas con compasión y sabiduría. Cada bodhisattva llevaba la esencia de la aspiración ilimitada del Buda. Brillaban con el resplandor de las Perfecciones (Generosidad, Moralidad, Paciencia, Diligencia, Meditación y Sabiduría) y sus manos sostenían símbolos sagrados: lotos, joyas y ruedas del Dharma. A medida que emergían, llenaban el bosque de Lumbini con su resplandor, su luz se extendía hacia las diez direcciones, iluminando incluso los reinos más oscuros.
Los Bodhisattvas comenzaron a cantar al unísono, sus voces como un coro de truenos y canciones, alabando las innumerables virtudes del Buda. Sus himnos hablaban de su compasión que no conocía límites, su sabiduría que atravesaba el velo de la ignorancia y sus hábiles medios que guiaban a los seres a través del Océano del Sufrimiento. El sonido reverberó a través del Cosmos, despertando a innumerables seres a la alegría del Dharma.
En ese momento sin precedentes, quedó claro que el nacimiento del Buda no fue un acontecimiento solitario, confinado a un único reino o vida. Fue un fenómeno cósmico, una manifestación de interconexión que trascendió todos los límites. La Reina Māyā, la Bodhisattva, y los innumerables Bodhisattvas que emergieron de su cuerpo revelaron la profunda verdad de la interdependencia de todas las cosas.
Las visiones milagrosas que emanaban de sus poros no eran meras exhibiciones de eventos pasados, sino recordatorios vivientes del viaje del Bodhisattva como arquetipo universal. Hablaban de la inseparabilidad de todos los seres y del potencial infinito dentro de cada uno de ellos para seguir el mismo camino. Cada acto de sacrificio, cada momento de compasión y cada resolución de liberar a los demás se convirtieron en un hilo en el vasto tapiz del Despertar.
Una vez completados estos milagros, llegó el momento del nacimiento del Bodhisattva. El mismo emergió del vientre de Māyādevī sin esfuerzo, como el Sol sale por el horizonte. Fue un nacimiento como ningún otro, libre de dolor e impurezas, tan natural y sin esfuerzo como un loto que florece al amanecer. Su cuerpo, adornado con las treinta y dos marcas de un gran ser, irradiaba luz que disipaba la oscuridad de todos los mundos. Cuando sus pies tocaron la tierra adornada con joyas, las flores de loto florecieron debajo de ellos. Dio siete pasos en cada una de las direcciones cardinales y, con cada paso, la tierra tembló suavemente, proclamando el advenimiento del más grande de los seres.
Con una voz que resonó en las diez direcciones, el recién nacido Bodhisattva declaró: "Nací para el bienestar de todos los seres. Nací para traerles la salvación. Este es mi último nacimiento; no habrá más devenir para mí".
Mientras Sudhana escuchaba a la diosa relatar estas maravillas, las lágrimas corrían por su rostro. Los milagros de Lumbinī no eran meros acontecimientos del pasado, sino realidades vivientes, eternamente presentes en los corazones de quienes despiertan al Dharma. El propio bosque parecía susurrar esta verdad, sus hojas adornadas con joyas susurraban con el sonido de innumerables Bodhisattvas cantando las alabanzas al Buda.
"Así percibí los océanos de milagros que acompañaron el nacimiento del bendito Vairocana mientras estuve aquí en el bosque de Lumbinī. De la misma manera, percibí el océano de milagros que acompañó el nacimiento del Buda Vairocana en todos los mundos de todos los universos". A medida que la diosa relataba estos acontecimientos, su propio resplandor parecía expandirse, envolviendo todo el bosque. Le explicó a Sudhana que estos milagros eran solo un atisbo de la infinita majestuosidad del Camino del Bodhisattva. Cada milagro era un reflejo del mérito inagotable del Bodhisattva, acumulado a través de incontables eones de práctica desinteresada. Eran recordatorios de que el Camino hacia la Iluminación no es solo uno de sabiduría sino también de compasión, transformando el mundo en un reino de pureza y liberación.
Una vez completadas sus enseñanzas, la diosa le ordenó a Sudhana que buscara al siguiente kalyāṇamitra en su camino: Gopā, la doncella Śhakya en Kapilavastu, quien tuvo el privilegio de ser la esposa del Bodhisattva en esta Tierra. "Ella te guiará aún más", le aseguró la diosa, "revelándote cómo los Bodhisattvas, aunque inmersos en el Samsara, permanecen inmaculados, llevando la Luz del Dharma a todos los seres". Tras una profunda reverencia, Sudhana partió con el corazón rebosante de luz por los acontecimientos milagrosos que acababa de conocer. Cada paso que daba estaba impregnado de la determinación de encarnar la misma compasión y sabiduría que había iluminado el bosque de Lumbini el día del nacimiento del Buda.
Así, su peregrinación continuó, guiado por la Luz del Dharma, hacia el horizonte infinito del Despertar.