Los Siete Dioses de la Suerte de Japón (Shichifukujin) son un grupo de deidades celebradas por su asociación con la buena fortuna, la prosperidad y la felicidad. Representan una mezcla sincrética de influencias del Shinto, el Budismo, el Taoísmo e incluso el Hinduismo, encarnando diversas cualidades auspiciosas. Cada deidad lleva un simbolismo particular, y juntas representan un equilibrio armonioso de bendiciones. Su presencia es especialmente destacada durante el Año Nuevo (Shogatsu), cuando se les invoca para asegurar un año lleno de abundancia y felicidad.
Ebisu, tiene su origen en el Shinto, siendo un Dios de los pescadores, el comercio y la prosperidad. A menudo representado con una caña de pescar y un pargo rojo (tai), símbolo de buena suerte. Es el único de origen puramente japonés y es especialmente venerado por comerciantes y pescadores.
Daikokuten, tiene su origen en el Hinduismo-Budismo (Mahakala), como el Dios de la riqueza, la agricultura y la prosperidad del hogar. Usualmente es representado con un mazo de la fortuna, un saco de tesoros y de pie sobre fardos de arroz, representando la abundancia material y el sustento.
Bishamonten, tiene su origen en el Budismo (Vaisravana), como el Dios de los guerreros, Protector del Dharma (Dharmapala) y otorgador de riqueza. Es representando vestido con armadura, sosteniendo una pagoda (símbolo de las enseñanzas budistas) y una lanza, protegiendo a los justos y trae fortuna mediante la perseverancia y la disciplina.
Benzaiten, la única diosa mujer del séquito, tiene su origen en el Hinduismo-Budismo (Sarasvati), siendo la Diosa de la música, las artes, la sabiduría y la elocuencia. A menudo es mostrada con un biwa (laúd) o en forma serpentina. Ella encarna la creatividad, el aprendizaje y la fortuna intelectual.
Fukurokuju, tiene su origen en el Taoísmo, siendo el Dios de la longevidad, la riqueza y la sabiduría. Sus representaciones se caracterizan por una cabeza alargada y acompañado por una grulla o una tortuga, símbolos de larga vida. Concede bendiciones de salud, sabiduría y prosperidad.
Jurōjin, también tiene su origen en el Taoísmo, siendo el Dios de la longevidad y la felicidad. Es representado como un anciano con un bastón y un pergamino, a menudo acompañado por un ciervo. Otorga una vida larga y plena.
Y finalmente, Hotei, tiene su origen en el Budismo (como una encarnación del Bodhisattva Maitreya), y en el séquito, es el Dios de la satisfacción, la felicidad y la abundancia. Es rpresentado como una figura jovial y regordeta con un gran saco de tesoros, simbolizando la generosidad, la alegría y la vida despreocupada.
Los Siete Dioses de la Suerte son particularmente prominentes durante las celebraciones de Año Nuevo en Japón, un momento en el que las personas buscan comenzar el año con bendiciones auspiciosas. Es por eso que los templos budistas tienen ceremonias y ritos especiales para invocar sus bendiciones. Su relación con esta festividad refleja su papel como heraldos de buena fortuna y prosperidad para el año venidero.
Tradicionalmente, los Siete Dioses de la Suerte a menudo son representados en un barco del tesoro (Takarabune) que llega al puerto, simbolizando la llegada de la fortuna. Es costumbre colocar ilustraciones del Takarabune debajo de la almohada en la víspera de Año Nuevo, creyendo que traerá buenos sueños (hatsuyume) y asegurará un año afortunado.
Igualmente, muchas personas realizan peregrinaciones a santuarios y templos asociados con los Siete Dioses de la Suerte. Visitar los siete lugares se cree que trae bendiciones completas para el año. Mientras están en los templos, es costumbre comprar imágenes o amuletos (omamori) de los Siete Dioses de la Suerte, los cuales son dados como regalos populares de Año Nuevo, para transmitir deseos de riqueza, salud y felicidad.
Por todo esto, los Siete Dioses de la Suerte encarnan el espíritu de celebración alegre, esperanza y renovación que caracteriza las festividades de Año Nuevo. Sus diversos orígenes y atributos reflejan la naturaleza sincrética de la espiritualidad japonesa, ofreciendo bendiciones que resuenan con todos los aspectos de la vida.
La Llegada de los Siete Dioses de la Suerte: Una Historia de Año Nuevo
Hace mucho tiempo, en un tranquilo pueblo escondido entre las montañas y el mar, las personas se preparaban para la llegada del Año Nuevo. La dureza del invierno había expuesto sus necesidades, pero sus corazones estaban llenos de esperanza por la renovación. Al borde del pueblo, había un viejo templo con su campana lista para anunciar el paso del tiempo.
En la víspera de la gran celebración, un joven monje llamado Shoen atendía el templo. Diligente en sus deberes, llevaba consigo una profunda tristeza. Las cosechas habían sido escasas, la enfermedad había tocado a los aldeanos, y él sentía el peso de su sufrimiento. Arrodillado ante la estatua del Buda Eterno, rezó: "Oh, Bendito, concédenos tu sabiduría y compasión. Que este Año Nuevo traiga esperanza, alegría y fortuna a estas humildes personas."
Al acercarse la medianoche, una luz extraña brilló en el horizonte. Shoen salió al exterior, y vio un barco del tesoro navegando por el cielo estrellado. Sus velas resplandecían con joyas, y una risa melodiosa llenó el aire. El barco aterrizó cerca del templo, y de él descendieron siete seres radiantes. Shoen, asombrado, se postró ante ellos.
"Levántate, joven monje," dijo uno de ellos, un hombre regordete con un saco grande al hombro. "Soy Hotei, el portador de la satisfacción. Somos los Siete Dioses de la Suerte, y traemos las bendiciones que tu pueblo necesita."
Shoen se puso de pie, con las manos temblorosas. "Honrados, ¿cómo hemos ganado tal fortuna?"
"A través de su fe y la sinceridad de sus oraciones", respondió Benzaiten, su voz como las cuerdas de un laúd celestial. "Traemos los regalos del Dharma, cada uno reflejando un camino hacia el Despertar y la prosperidad".
Uno por uno, los dioses dieron un paso adelante, ofreciendo sus regalos. Ebisu, el dios del trabajo honesto, ofreció un besugo rojo. "Este pez simboliza la resistencia y la abundancia, porque su gente se nutrirá de sus esfuerzos y de la generosidad de la tierra y el mar". Daikokuten, con su mazo de la fortuna, declaró: "Concedo la riqueza de la sabiduría y el sustento, porque la estabilidad material es la base de la que surge el crecimiento espiritual". Bishamonten, vestido con una armadura, presentó una pagoda dorada. "Esto representa la protección del Dharma. Manténganse firmes en la rectitud, y ninguna adversidad los vencerá". Benzaiten, tocando su laúd, cantó: "La creatividad y la sabiduría florecerán, pues las artes y el conocimiento iluminarán el Camino hacia la Iluminación". Fukurokuju, con su cabeza alargada brillando como la luna, entonó: "Ofrezco longevidad, no sólo en años sino en la resistencia de la virtud y la compasión". Jurōjin, apoyado en su bastón, sonrió amablemente. "Que vuestras vidas sean pacíficas y plenas, recorriendo el camino intermedio de la armonía y el equilibrio". Por último, Hotei, riendo alegremente, sacó tesoros de su saco. "Tomadlos como símbolos de alegría y generosidad, pues la verdadera riqueza reside en dar libremente y deleitarse en la felicidad de los demás".
Los Siete Dioses abordaron su barco del tesoro una vez más, pero no antes de que Benzaiten volviera a hablar. "Recordad, estas bendiciones no son sólo regalos; son semillas. Cuidadlas con fe, estudio y práctica, y florecerán en el Reino del Buda".
Mientras el barco se alejaba, sonó la campana del templo, anunciando la llegada del Año Nuevo. El pueblo se despertó con una escena maravillosa: los campos, aunque estériles la noche anterior, ahora estaban salpicados de brotes verdes. El mar brillaba con peces y el aire vibraba con una vitalidad recién descubierta.
Los aldeanos, liderados por Shoen, se reunieron en el templo para dar gracias. En su corazón, comprendían el mensaje más profundo de los dioses: las bendiciones de la fortuna no son externas, sino que surgen del Dharma mismo. A través de la unidad, el esfuerzo y la luz de las enseñanzas del Buda, podían transformar su sufrimiento en alegría.
Así, cada Año Nuevo, los aldeanos celebraban no solo con comida y canciones, sino con la sincera resolución de nutrir las semillas de las bendiciones de los Siete Dioses, viviendo en armonía unos con otros y con las verdades eternas del Dharma.