Otra tradición budista japonesa popular es el Maneki Neko. El Maneki Neko, o "Gato que Hace Señas", es un símbolo muy querido y ampliamente reconocido en la cultura japonesa, conocido por su asociación con la buena fortuna, la prosperidad y la protección. Su historia, significado y simbolismo están profundamente arraigados en el folclore, la espiritualidad y el comercio japoneses.
Históricamente, se cree que el Maneki Neko surgió durante el Período Edo (1603-1868) en Japón. Si bien sus orígenes exactos son inciertos, varias leyendas y teorías rodean su inicio:
La primera es la Leyenda del Templo Gotokuji, en Tokio. Se dice que un señor feudal, atrapado en una tormenta eléctrica, se refugió debajo de un árbol cerca del templo. Notó que un gato lo llamaba con su pata y lo siguió hasta el templo. Momentos después, un rayo cayó sobre el árbol. Agradecido por el gesto protector del gato, el señor se convirtió en patrón del templo, lo que llevó a su prosperidad. El templo Gotokuji es hoy un lugar de peregrinación para los entusiastas del Maneki Neko.
La segunda es la Leyenda del Santuario de Imado en Asakusa, Tokio. Según este relato, una anciana empobrecida que vivía cerca del santuario tuvo que vender a su amado gato. Poco después, el gato se le apareció en un sueño y le pidió que creara una estatua de arcilla de un gato. Ella lo hizo y las estatuas se hicieron populares y le trajeron una gran riqueza.
Independientemente de sus origenes, durante los últimos Períodos Edo y Meiji, las figuras de Maneki Neko comenzaron a aparecer en tiendas y hogares, consolidando su papel como talismanes de buena fortuna. En el Siglo XX, su popularidad se había extendido más allá de Japón y se convirtió en símbolos globales de suerte.
El significado del Maneki Neko varía según su diseño, color y gestos. Por ejemplo, entre sus gestos, si la pata izquierda levantada, se dice que esta pose atrae a clientes e invitados, lo que la hace especialmente popular en negocios y restaurantes; si la pata derecha levantada, está asociado con la atracción de riqueza y buena fortuna; y si ambas patas levantadas, simboliza protección y un fuerte atractivo tanto para la prosperidad como para la seguridad, aunque es menos común. Ahora, veamos los diferentes colores. Si es Calicó - color más tradicional y auspicioso - representa la buena suerte extrema; si es Blanco, representa la pureza y positividad; si es dorado, representa la riqueza y prosperidad; si es negro, representa protección contra los malos espíritus y la mala suerte; si es rojo, representa salud y protección contra las enfermedades; y si es verde, representa exito académico o protección para los estudiantes.
Tal vez el elemento más característico del Maneki Neko es el gesto de llamada: la pata levantada del gato se asemeja al gesto japonés de llamada, donde la palma mira hacia abajo y los dedos se mueven en un movimiento de pala. Esto refleja la naturaleza acogedora de la figura.
Hoy en día, el Maneki Neko se puede encontrar en diversas formas, desde figuras de cerámica hasta llaveros e ilustraciones digitales. Su reconocimiento mundial lo ha convertido en un icono querido no solo en Japón, sino en todo el este y sudeste de Asia. Su adaptabilidad garantiza su relevancia continua en la cultura contemporánea, a menudo adaptada para reflejar la estética y los contextos modernos.
Por todo esto, el Maneki Neko sigue siendo una figura encantadora y culturalmente rica, que encarna las aspiraciones de buena fortuna, armonía y protección que resuenan universalmente. Su pata, siempre llamando, no solo llama al éxito material, sino también a la gracia espiritual que acompaña a una vida bien vivida. Veamos ahora una hermosa historia.
El Gato de Gotokuji
En el tranquilo pueblo de Setagaya, enclavado entre verdes colinas, se alzaba un humilde templo llamado Gotokuji. Sus piedras cubiertas de musgo susurraban antiguas oraciones y su campana sonaba suavemente, llevando los ecos de las enseñanzas eternas del Buda. El abad del templo, un monje amable pero empobrecido, cuidaba el santuario con una devoción inquebrantable, a pesar de sus escasos recursos.
Entre los residentes del templo había una gata pequeña y desaliñada con un pelaje como el jade sin pulir. El monje la llamaba Tama, y ella solía sentarse a su lado mientras recitaba Sutras o meditaba en el salón princpal del templo. Aunque su apariencia era ordinaria, sus ojos brillaban con una luz sobrenatural, como si llevara la sabiduría de incontables vidas.
El monje, aunque pobre, compartía sus comidas con Tama, sin considerarla nunca una carga. "Incluso la vida más pequeña", decía mientras acariciaba su suave pelaje, "es un reflejo de la infinita compasión del Buda. Todos los seres poseen la Naturaleza Búdica".
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Una tarde de verano, mientras el cielo se oscurecía y los truenos rugían a lo lejos, un noble samurái llamado el Señor Naotaka atravesaba el pueblo a caballo. Regresaba de una campaña, cansado y agobiado por las penas de la guerra. Buscando refugio de la inminente tormenta, vio el pequeño templo enclavado en el borde de un bosque y se detuvo bajo un antiguo pino.
Cuando la lluvia comenzó a caer en fuertes gotas, Naotaka se preparó para refugiarse bajo las anchas ramas del árbol. Pero justo en ese momento, vio algo curioso: un pequeño gato sentado junto a la puerta del templo, levantando una pata como si le hiciera señas. Sus movimientos eran suaves, casi deliberados, y el samurái, intrigado por su gesto, decidió acercarse.
En el momento en que se alejó del árbol, un rayo lo golpeó con un rugido ensordecedor, astillando la antigua madera hasta convertirla en una ruina humeante. Atónito, Naotaka se dio cuenta de que el gato le había salvado la vida.
Agradecido y conmocionado, el samurái entró en el templo, donde el abad lo recibió con calidez y sencillez. Mientras la tormenta rugía afuera, el monje preparó un cuenco de humilde arroz y compartió las enseñanzas del Dharma. "Todos los seres están conectados en la gran Red de Indra", dijo, "e incluso los actos más pequeños de compasión se propagan hacia afuera, creando armonía en el mundo".
Conmovido por la sabiduría del monje y la misteriosa intervención del gato, el Señor Naotaka se comprometió a apoyar el templo. Se convirtió en su patrón, asegurándose de que floreciera durante generaciones. En honor a Tama, encargó una estatua de un gato con una pata levantada, para recordar a todos los que lo visitaran la interconexión de la vida y las bendiciones ilimitadas de las enseñanzas del Buda.
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Pasaron los años y Tama envejeció. Un día, mientras el monje meditaba sentado bajo los cerezos del templo, Tama se acostó a su lado, ronroneando suavemente. Cuando las primeras flores de la primavera se desplegaron, la gata cerró los ojos por última vez. El monje, aunque afligido, sonrió y juntó las manos en oración. "Tama", dijo, “has servido bien al Dharma. Que encuentres la paz en el abrazo del Buda".
Se dice que en ese momento, las flores de cerezo se arremolinaron alrededor de la figura inmóvil de Tama, brillando con una luz dorada. Los aldeanos afirmaron haber visto su espíritu ascender, un faro de luz que parecía llamarlos hacia el templo. Para conmemorar la vida y obra de Tama, los aldeanos crearon una estatuilla de Tama llamando a todos a escuchar el Dharma. A partir de ese día, el Maneki Neko, como le llamaron, se convirtió en un símbolo de protección, fortuna y la profunda interdependencia de todos los seres.
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Hasta el día de hoy, el templo Gotokuji se alza como un remanso de tranquilidad, sus jardines adornados con innumerables figuras de Maneki Neko dejadas por peregrinos en busca de bendiciones. Estas estatuas, con sus patas levantadas, recuerdan a los visitantes no solo al gato que salvó una vida, sino también la Gran Verdad del Dharma: que incluso los seres más pequeños, cuando son guiados por la compasión, pueden manifestar la sabiduría infinita del Buda y traer bendiciones inconmensurables al mundo.
Y así, la historia de Tama, el gato que hace señas, sigue viva: una historia de gratitud, interconexión y la luz siempre presente de las enseñanzas del Buda.