El Kusoshi (Poema de las Nueve Fases) es un texto breve y profundamente significativo del Maestro Kukai (774–835), fundador de la escuela Shingon en Japón. Esta obra se inserta en la tradición budista de las nueve contemplaciones de un cadáver en descomposición (aśubhasaṃjñā) que vimos anteriormente, disciplina ascética heredada de la India, desarrollada en China en la escuela Tiantai y transmitida a Japón tanto en el Tendai como en el Shingon.
A diferencia de una mera descripción macabra, el poema de Kukai integra sensibilidad literaria, imaginería poética y rigor doctrinal. Se trata de diez poemas (uno introductorio y nueve correspondientes a las fases de descomposición), que combinan la estética budista de la impermanencia (mujo) con la enseñanza esotérica de la Vacuidad y la disolución del ego.
El poema puede leerse como un manual de meditación poética: cada estrofa corresponde a una fase de la descomposición del cuerpo humano, y cada fase instruye al practicante en la renuncia, el desapego y la apertura hacia la sabiduría del Buda Eterno. Veamos una traducción original del mismo. Todo error es enteramente mío.
Poema de las Nueve Fases (Kusoshi)
por el Maestro Kukai
Primera Fase: El Aspecto de la Muerte Reciente
El sol y la luna de este mundo son breves,
pero los años en la fuente de los muertos son largos.
Rápido es el paso de la vida, como la efímera efímera,
apenas un instante, y caemos todos como murallas en ruina.
El viento y las nubes se despiden del almacén de la codicia,
el fuego se extingue en la ciudad del deseo.
Cuando el tiempo de la vida ya ha cumplido su medida,
en el registro de la muerte se inscribe al fin el nombre.
Todas las vidas son como la bruma al alba,
ni siquiera la morada de Indra es un salón de eternidad.
Antes de que llegue liberación o rescate,
solo queda entonar un canto de lamento,
y guardar en el corazón una herida de dolor.
Segunda Fase: El Aspecto del Cadáver Hinchado
En los montículos vacíos y vastos,
donde las huellas humanas se cortan y desaparecen,
pasa la luna clara y pura,
y las hojas de otoño llenan el aire con su música triste.
Entre la pena, levanto la mirada a los cuatro horizontes,
y sólo contemplo un cadáver solitario.
Desnudo yace en la colina de pinos,
con el cabello suelto, duerme el sueño de la larga noche.
Todo lo arrastra el ciclo de las cuatro fases,
y no hay refugio ni siquiera en medio verso de sutra.
Lo que antaño fue alimento de miles en banquetes,
ahora no es más que festín para las bestias salvajes.
Tercera Fase: El Aspecto de los Moretones Azules
Los carceleros de los fantasmas no conceden jamás escape,
el foso de la muerte es hondo y sin fondo.
La luna llena ya ha perdido su resplandor,
y el espejo precioso se ha quebrado en derrota.
Así como la lámpara que el viento apaga,
así como la flor que cae de su rama,
el día que avanza multiplica la podredumbre,
la noche que llega oscurece aún más el cadáver.
Gusanos blancos se agitan en los orificios,
moscas azules revolotean sobre los huesos.
¿Dónde buscar el amor de antaño?
Sólo queda el llanto de vergüenza y de duelo.
Cuarta Fase: El Aspecto de la Supuración
Las Cuatro Grandes Formas son en verdad repulsivas,
los Cinco Agregados son frágiles, indignos de confianza.
El viento y el fuego se van y no regresan,
el agua y la tierra se corrompen y se pudren.
Negruzco y abultado yace el cuerpo,
lleno de pus, de podredumbre y de hedor.
Por los nueve orificios fluye el licor de la descomposición,
llenando el mundo de fetidez insoportable.
Fieras salvajes se sientan a su lado,
los cuervos de mal agüero graznan sin cesar.
El cuerpo permanece como polvo en la llanura,
¿y adónde ha partido el alma que lo habitaba?
Quinta Fase: El Aspecto de la Dispersión
En la red del destino, no hay escape posible;
al caer en fragmentos, no hay permanencia alguna.
La vida pasa veloz como flecha lanzada,
el cuerpo es vacío como el rocío de la mañana.
El rostro de jade se convierte en pus y sangre,
el cuerpo fragante en vano se descompone.
El hedor sigue al viento y viaja lejos,
la grasa ardiente del vientre fluye como llama.
Las vestiduras de brocado se corrompen con vergüenza,
la almohada brillante ya no es vista por humanos.
Los lamentos son vanos e infructuosos,
las lágrimas se secan, y seguimos por otro camino.
Sexta Fase: El Aspecto de los Huesos Aún Unidos
Sombra temida sin conocer refugio,
como mariposa perdida entre nubes del mundo.
La vida corta como el destello del relámpago,
termina como polvo bajo los pinos.
Las flores del mercado y de la corte en vida,
ahora no son más que un esqueleto desnudo.
El cisne amarillo no llama ya a su cría,
los sauces verdes no vuelven a ser campos.
Las flores de primavera, en vano perfuman,
la luna clara ilumina en vano las montañas.
El grito de dolor resuena en la soledad eterna,
y al final, ni siquiera la primavera vuelve a saberse.
Séptima Fase: El Aspecto de los Huesos Unidos y Blanqueados
En soledad, apenas quedan huellas humanas,
la dispersión cubre los poblados lejanos.
A la vista, un cráneo ya carcomido,
de pronto aparece en la hondonada del pantano.
Los pinos y cipreses dan sombra,
las hierbas salvajes cubren como estera húmeda.
Al sol y al viento siempre expuestos,
a la escarcha y al rocío continuamente goteando.
Día tras día los huesos se secan,
año tras año se tornan más blancos.
Aunque broten raíces de verde sauce,
¿podrán acaso atraer de nuevo a las aves del bosque?
Octava Fase: El Aspecto de los Huesos Dispersos
Eternamente vacío, como sueño irreal,
el cuerpo terreno es como burbuja que se disuelve.
El mundo de los hombres es un lugar repulsivo,
y Jambudvīpa no es más que lecho de sufrimiento.
La piel y la sangre no son luna de noche,
el verde sauce ya no florece en primavera.
Las uñas y cabellos se vuelven polvo y hierba,
la cabeza y el cuello yacen dispersos, oriente y occidente.
Hojas caídas cubren a medias el esqueleto,
el crisantemo otoñal aún guarda un aire de belleza.
Pero las lágrimas caen sin poder detenerse,
y en vano los hombres lloran ante la nada.
Novena Fase: El Aspecto de la Reducción a Polvo y Cenizas
Montañas y ríos perduran por diez mil generaciones,
los asuntos humanos apenas por cien años.
El cráneo y las rodillas ya se han extinguido,
el ataúd mismo se ha tornado en polvo.
El alma y el cuerpo no hallan lugar de reposo,
¿qué espíritu custodia la tumba?
Sobre la lápida, un nombre grabado,
bajo el túmulo, nada que recoja al difunto.
El sol y la luna caen sobre tierra amarilla,
al final todos regresan al monte del viento negro.
Sólo el Tesoro de los Tres Vehículos perdura,
quien no lo cultiva queda preso en las Ocho Amarguras.
¿Dónde están ahora las Seis Conciencias?
Los Cuatro Grandes no son más que nombres gastados.
El musgo frío se tiñe de verde sobre la tierra,
las hierbas de verano brotan, perforando las tumbas.
La comida en la bolsa aún permanece,
el cabello bajo los pinos aún se ve azul.
Las nubes oscuras se agolpan sobre el túmulo,
el susurro de los pinos nocturnos estremece el alma.
Comentario
1. La Muerte Reciente - Kukai comienza con la conciencia del tránsito repentino: la vida humana se compara a una efímera que vive un día, mientras que la muerte es larga como el río subterráneo. La inscripción del nombre en el “registro de los muertos” evoca la inexorabilidad del destino kármico. La belleza de la vida es tan fugaz como la bruma del amanecer. Su función doctrinal es recordar que la muerte es segura y la vida es incierta. La impermanencia es la puerta de la práctica.
2. El Cadáver Hinchado - El cuerpo hinchado yace en la soledad de un paraje, bajo la luna y las hojas de otoño. La imagen resalta la fragilidad de lo que antes fue motivo de deseo. El contraste entre el lujo pasado (“banquetes para miles”) y la condición presente (“manjar de las bestias”) es una lección de desapego. Su función doctrinal es romper la fascinación por la apariencia corporal y disolver la atracción erótica.
3. Los Moretones Azules - El cadáver se tiñe de colores oscuros, poblado de gusanos y moscas. La vida se asemeja a una lámpara apagada por el viento o a flores que caen del árbol. La fugacidad se convierte en corrupción activa. Su función doctrinal es reconocer que la vida corporal está sostenida por elementos impuros y transitorios, y que el apego es vergonzoso e inútil.
4. La Supuración - Los fluidos se escurren de los orificios, el hedor impregna el mundo. Bestias y aves carroñeras acompañan la descomposición. La pregunta final —“¿A dónde se fue el alma?”— abre la reflexión sobre el destino post mortem. Su función doctrinal es despertar a la visión de la disolución del yo, desafiando la ilusión de identidad personal.
5. El Desmembramiento - El cadáver se dispersa en fragmentos, los miembros se desintegran. El cuerpo amado y adornado se transforma en fuente de pus y vergüenza. Ni la ropa ni los objetos de lujo acompañan al difunto. Su función doctrinal es mostrar que nada material puede salvar al ser en la hora de la muerte. Lo único que perdura son los méritos espirituales.
6. Los Huesos Unidos - El cadáver es ya esqueleto, blanco y vacío, mientras el mundo sigue su curso. Las flores, la luna, las estaciones, continúan indiferentes. La soledad y el desamparo resaltan el contraste entre la naturaleza cíclica y la vida humana, que se extingue para no volver. Su función doctrinal es despertar la conciencia de la impermanencia universal, donde solo el Dharma ofrece refugio.
7. Los Huesos Blanqueados - El esqueleto permanece bajo la intemperie, blanqueado por el paso de los días y los años. Aunque alrededor crezca nueva vida, el cuerpo no revive. La imagen recuerda la inexorabilidad del tiempo. Su función doctrinal es contemplar el ciclo de los fenómenos y comprender la futilidad de aferrarse a lo corporal.
8. Los Huesos Dispersos - Los restos se fragmentan y se esparcen, comparados a sueños y burbujas. Las uñas y cabellos se vuelven polvo, los huesos se dispersan en los cuatro puntos cardinales. El cadáver queda cubierto por hojas caídas y flores de otoño. Su función doctrinal es enseñar la disolución total de la identidad corporal, reforzando la doctrina de la Vacuidad (Sunyata).
9. La Reducción a Polvo y Cenizas - El cuerpo se convierte en polvo y cenizas. El tiempo humano, corto y vano, contrasta con la duración de las montañas y ríos. Ni el espíritu ni el cuerpo permanecen en la tumba. Solo el Dharma permanece como verdadero tesoro, mientras los Seis Sentidos y los Cuatro Elementos se disuelven en nombres vacíos. Su función doctrinal es concluir la contemplación mostrando que, en la disolución final, lo único real es el Dharma. Es una llamada a practicar los Tres Vehículos y a abandonar los Ocho Sufrimientos.
El Kusoshi de Kukai no es solo poesía fúnebre: es una catequesis meditativa. Cada estrofa corresponde a una fase concreta de la descomposición, pero también a un paso en el camino de la comprensión budista: de la impermanencia física a la vacuidad ontológica, y de ahí a la necesidad de refugiarse en el Dharma. En la visión esotérica de Kukai, el cuerpo que se descompone es símbolo del samsara que se disuelve; y el reconocimiento de esta descomposición abre la puerta a la sabiduría de Dainichi Nyorai (Mahavairocana), el Buda Cósmico, que trasciende la corrupción del tiempo y ofrece la verdadera inmortalidad del Dharma. Para Kukai, la corrupción del cuerpo no es solo un ejercicio de desapego moral, sino un ritual contemplativo en el que el practicante atraviesa la impermanencia para descubrir la eternidad del Buda Cósmico, Dainichi Nyorai.
El Kusōshi muestra paso a paso la disolución del cuerpo, no como derrota final, sino como retorno de los elementos a su fuente original. La carne, la sangre, los huesos y el polvo no desaparecen sin más, sino que vuelven a integrarse en los Seis Grandes Elementos (Rokudai): tierra, agua, fuego, viento, espacio y conciencia.
Cada fase de descomposición del cadáver corresponde simbólicamente a la disolución de un elemento:
- Hinchazón → el aire (viento) que penetra y desordena.
- Ruptura y exudación → el líquido vital que retorna al elemento agua.
- Putrefacción y supuración → el calor que se extingue, el elemento fuego que se consume.
- Desmembramiento y dispersión → la materia sólida que vuelve a la tierra.
- Huesos y polvo → la forma física reducida a cenizas, como sombra del elemento espacio.
- Reducción final a polvo y cenizas → la conciencia individual se disuelve en la conciencia universal, el sexto elemento (shiki, vijñāna), que en el Shingon es nada menos que la sabiduría luminosa de Dainichi Nyorai.
De este modo, la contemplación de la descomposición no es nihilista: es un retorno cósmico. El cuerpo no se aniquila, sino que se reintegra en la totalidad del Dharmadhatu, donde el Buda Cósmico resplandece como fuente y destino.
La tradición japonesa elaboró la contemplación de las nueve fases en los famosos kusōzu, pinturas que representaban gráficamente cada etapa. Si bien tenían un aire sombrío, no estaban destinados a la desesperanza, sino a cultivar la estética de lo efímero (mujōkan).
Kūkai mismo, en su obra esotérica, enseñó que el mundo sensible es mandala viviente: todo lo que nace y muere es la danza de los mudras y mantras de Dainichi Nyorai. La descomposición de un cadáver, en este sentido, no es antiestética; es una liturgia cósmica en la que los elementos se reabsorben en el Mandala del Universo. Desde la perspectiva de la Budología Esotérica (la Teología Budista o Budología en clave Shingon), el Kusoshi cumple tres funciones:
- Pedagógica: Confronta directamente al practicante con la impermanencia, destruyendo las ilusiones de permanencia, belleza y ego.
- Ontológica: Muestra que el cuerpo está compuesto de los Seis Grandes Elementos y que la muerte no es destrucción, sino retorno a la matriz de Dainichi Nyorai.
- Soteriológica: Conduce a la iluminación al revelar que lo que se disuelve es el yo ilusorio, mientras que la Naturaleza del Buda Innata (hongaku) permanece inmutable.
La última estrofa, que habla de polvo y cenizas, concluye con una advertencia: todo se reduce, salvo el Tesoro de los Tres Vehículos y la práctica del Dharma. La meditación sobre la corrupción no termina en la nada, sino en una llamada al compromiso con la Vía. Para Kukai, esto significaba, en lenguaje esotérico, reconocer que la verdadera inmortalidad no está en el cuerpo, sino en la unión con Dainichi Nyorai a través de los Tres Misterios (mudra, mantra y contemplación).
Por todo esto, el Kusoshi de Kukai no es solo un poema meditativo, sino un rito poético de retorno: el cuerpo humano se descompone, pero cada fase revela un paso del camino de regreso al Mandala de la Realidad. Así, la impermanencia, lejos de ser condena, es puerta de entrada a lo eterno. El devoto que contempla estas nueve fases, siguiendo la visión esotérica budista, no termina en la desesperanza, sino en la certeza de que todo lo que muere en la forma renace en la luz del Buda Cósmico, cuya sabiduría permea y sostiene el Cosmos entero.