Una de las meditaciones budistas tradiconales mencionadas en los Sutras del Canon Budista y expandidas por la Tradición Budista es la Meditación de las Nueve Fases de la Descomposición, la cual es un antídoto tradicional para el Veneno del Apego.
El Satipatthana Sutta ya menciona esta práctica como parte de la atención plena al cuerpo (kāyānupassanā), instando al practicante a contemplar los cadáveres en distintos estados de descomposición para reconocer que el propio cuerpo está destinado a la misma suerte. Esta visión –cruda, directa, sin ornamento– rompe el apego sensorial y el orgullo de la forma física, enseñando que toda belleza corporal es ilusoria y transitoria. Más adelante, el Tratado sobre la Perfección de la Sabiduría (Mahaprajnaparamita Shastra) de Nagarjuna refina la lista en nueve etapas, nombradas como nueve percepciones horribles (aśubhasaṃjñā), destinadas a disolver el deseo y establecer en el meditador una visión lúcida de la verdad de la impermanencia (anitya). En China, bajo la pluma del Gran Maestro Chi-i (538–597), la práctica se sistematiza en el Maka Shikan ("Gran Tratado sobre la Calma y la Contemplación"), donde se la incluye dentro de las contemplaciones preparatorias a la Meditación (Shikan), dirigidas a purificar la mente y cortar la raíz del apego. Desde allí, esta tradición viajó a Japón, dando lugar a los célebres rollos ilustrados llamados "Kusozu", que buscaban, en la sensibilidad estética japonesa, transmitir la noción de impermanencia (mujo) a través de la contemplación artística de la muerte.
El Tratado sobre la Perfección de la Sabiduría expone con precisión estas fases, que podemos recorrer con atención:
- Distensión (vyādhmātakasaṃjñā): el cadáver se hincha y pierde la armonía de las formas. El meditador contempla que la hermosura del cuerpo no tarda en degenerar.
- Ruptura (vidhūtakasaṃjñā): la piel y los tejidos se desgarran, mostrando la fragilidad de la carne. Aquí se corta la idea de invulnerabilidad.
- Exudación de sangre (vilohitakasaṃjñā): los fluidos vitales se escapan, recordando que la vida es sostenida por elementos impuros y temporales.
- Putrefacción (vipūyakasaṃjñā): el hedor impregna todo, simbolizando la descomposición inevitable de todo lo condicionado.
- Decoloración y desecación (vinīlakasaṃjñā): el cuerpo se torna ceniciento, azulado o verdoso, y la humedad se agota. Aquí se observa la desaparición de la vitalidad.
- Consumo por animales y aves (vikhāditakasaṃjñā): cuervos, perros, gusanos y otros devoran los restos, enseñando que el cuerpo pertenece a la naturaleza y no a un “yo”.
- Desmembramiento (vikṣiptaka): los miembros se dispersan, anulando la ilusión de una unidad personal inherente.
- Reducción a los huesos (asthisaṃjñā): lo que queda es solo osamenta, dura pero igualmente transitoria.
- Resecándose hasta convertirse en polvo (vidagdhakasaṃjñā): finalmente los huesos se pulverizan, volviendo a la tierra, sin dejar huella estable.
El Gran Maestro Chih-i, fundador de la Escuela Tiantai (Tendai en China), vio en esta práctica no solo un ejercicio para monjes anacoréticos, sino una puerta de entrada a la contemplación universal de la impermanencia. En el Maka Shikan, enseñó que estas contemplaciones ayudan al practicante a:
- Romper el apego sensual: al ver el cuerpo como un amasijo impuro que se desintegra, la atracción erótica y la vanidad se disipan.
- Domar la mente dispersa: al fijar la atención en imágenes concretas, la mente se enfoca y la contemplación se vuelve firme.
- Abrir la puerta a la Sabiduría del Buda: comprendiendo que el cuerpo es impermanente, uno se adiestra en la visión de la Triple Verdad (Santai) —lo vacío (Sunyata o Unidad Fundamental - la Verdad Absoluta), lo provisional (Dualidad o Verdad Convencional), y el Camino Medio.
El Gran Maestro Chih-i explica que el meditador no debe detenerse en el asco ni en el rechazo, sino que debe penetrar a través de estas imágenes hasta ver que el cuerpo, en su corrupción, manifiesta el mismo principio que las flores y las estrellas: la naturaleza vacía y condicionada de todos los dharmas.
En el Monte Hiei, corazón de la Tradición Tendai fundada por el Gran Maestro Saicho, la enseñanza del Maka Shikan de Chih-i se convirtió en fundamento para la disciplina monástica. Allí, la práctica de la contemplación del cadáver en descomposición no era un ejercicio aislado, sino parte del vasto abanico de técnicas de Shikan (Samatha y Vipassana). Los monjes eran adiestrados en observar el cuerpo como transitorio, corruptible y vacío, como medio para cortar el apego a la sensualidad y preparar la mente para penetrar en la contemplación de la Verdadera Naturaleza de los Dharmas. En Japón, además, esta práctica adquirió un rostro particular. A partir del Siglo XII comenzaron a circular los famosos rollos ilustrados llamados Kusoku, en los que se mostraban las nueve fases de la descomposición de una mujer noble. Estas imágenes, lejos de ser un ejercicio macabro, cumplían una función doble: por un lado, advertían sobre la impermanencia y la falsedad de la belleza; por otro, despertaban un sentido estético propio de la cultura japonesa medieval, en la que la fragilidad y lo efímero se consideraban puerta hacia lo sublime. El arte, la devoción y la disciplina meditativa se fundían en un mismo lenguaje espiritual.
El Tendai medieval no permaneció aislado de otras corrientes budistas. Bajo la influencia del Mikkyo (Vajrayana o Budismo Esotérico), las prácticas de contemplación del cadáver fueron a menudo integradas con visualizaciones rituales más complejas, en las que el meditador, tras contemplar la corrupción de la carne, pasaba a visualizar la aparición luminosa del Buda Mahovairocana (Dainichi Nyorai) o del Buda Amida en la Tierra Pura. Así, el cuerpo descompuesto se entendía como la última lección de la impermanencia, mientras que el surgimiento del Buda simbolizaba la apertura hacia lo eterno. Es en este contexto donde se aprecia la armonización Tendai: el cuerpo humano, reducido a polvo, revela la verdad de la Vacuidad (Sunyata), pero al mismo tiempo esa vacuidad es la matriz que da lugar a la luz del Buda Eterno. El practicante, al experimentar tanto el horror de la descomposición como la visión beatífica del Tathāgata, comprendía la Triple Verdad enseñada por Chih-i: que todo es vacío, que todo existe provisionalmente y que en la unión de ambos brilla el Camino Medio.
Por otra parte, en los períodos de crisis social y guerras del Japón medieval, esta práctica cobró un sentido aún más urgente. Los monjes y laicos contemplaban la descomposición no solo en imágenes, sino en los propios campos de batalla y cementerios improvisados. De allí nació la relación entre la contemplación del cadáver y el culto a Amida, pues al ver lo frágil y repulsivo del cuerpo, los devotos giraban con más fervor su mente hacia el deseo de renacer en la Tierra Pura. En este sentido, el kusōzu no era el final de la meditación, sino el inicio de un movimiento de fe hacia la liberación universal.
El Budismo Tendai, fiel a su principio de la unidad entre lo exotérico y lo esotérico, mantuvo esta contemplación como disciplina preliminar y necesaria para la purificación de la mente. Sin embargo, no la dejó aislada en un horizonte pesimista, sino que la integró con la contemplación de los Budas y Bodhisattvas, con las prácticas del Sutra del Loto, y con el ritual esotérico que revelaba la gloria del Dharmadhatu. En este sentido, la contemplación del cadáver no era una negación de la vida, sino el umbral hacia la Vida Verdadera del Buda Eterno. Por ello, en la tradición Tendai japonesa medieval, la contemplación de las nueve fases de un cadáver en descomposición adquirió un carácter triple: fue disciplina de ascetas para cortar el deseo, fue experiencia estética para sensibilizar al espíritu ante lo efímero, y fue preparación devocional para abrir la mente al renacimiento en la Tierra Pura y al encuentro con el Buda. Así, el cadáver descompuesto se convierte, paradójicamente, en maestro del Dharma, pues nos enseña que todo lo condicionado cae y se disuelve, pero que en esa disolución resplandece el Reino del Buda, eterno e inmutable.
En la Escuela del Loto Reformada, siguiendo la visión de los Grandes Maestros Chih-i y Saicho, esta meditación tiene un propósito claramente soteriológico:
- Humildad ante el Buda Eterno: reconocemos que nuestro cuerpo no es sino una manifestación temporal, como espuma en el Océano del Dharma.
- Conversión de la mente: al ver la podredumbre de lo condicionado, giramos nuestra mente hacia lo Incondicionado, que es el Buda Eterno.
- Compasión universal: si todos los cuerpos están destinados a disolverse, entonces ¿qué sentido tiene odiar, codiciar o aferrarse? El único camino sensato es cultivar compasión y amor universal.
El arte de los Kusoku en Japón reflejó esta enseñanza: lo que parecía macabro era, en realidad, una pintura del Sutra del Loto en imágenes corporales, una advertencia poética de que todo lo condicionado es impermanente, y que solo el Vehículo Único del Dharma permanece como la Flor Eterna. Así, la contemplación de las nueve fases del cadáver no es morbo ni obsesión con la muerte, sino un espejo de sabiduría que nos recuerda lo que el Buda enseñó en el Sutra del Nirvana:
“Este cuerpo, semejante a espuma, sombra o reflejo,no posee sustancia, y se disuelve con rapidez.
La Naturaleza de Buda, sin embargo, es eterna,
y quien la contempla se libera del nacimiento y la muerte.”
En última instancia, esta práctica nos conduce a la certeza de que, aunque el cuerpo se descomponga y vuelva a la tierra, la Budeidad Innata resplandece intacta, como el loto que brota puro desde el barro.
Meditación de las Nueve Etapas y la Luz del Buda Eterno
I. Preparación
Siéntate en calma, con el cuerpo erguido y estable. Cierra los ojos suavemente. Toma conciencia de tu respiración, dejando que se vuelva lenta y profunda, como las olas tranquilas que besan la orilla. Invoca en tu corazón la intención pura: “Que esta contemplación me libere del apego y me acerque al Eterno Buda, fuente de toda vida”.
II. Primera Etapa: Distensión
Imagina un cuerpo sin vida, expuesto al aire libre. Al poco tiempo, comienza a hincharse, deformándose. Contempla que así será también tu cuerpo: inestable, sin control propio, sujeto a las leyes de la naturaleza.
III. Segunda Etapa: Ruptura
La piel se abre, los tejidos se desgarran. Contempla que toda apariencia de solidez es ilusión; lo que creemos fuerte y completo se deshace en un instante.
IV. Tercera Etapa: Exudación de Sangre
El cuerpo rezuma fluidos, lo que sostenía la vida ahora se escurre. Reconoce que lo que llamamos vitalidad no es más que el préstamo de elementos transitorios.
V. Cuarta Etapa: Putrefacción
El hedor se extiende, la carne se corrompe. Comprende que lo que consideramos deseable está destinado a volverse repulsivo.
VI. Quinta Etapa: Decoloración y Desecación
El cadáver pierde su color y humedad, tornándose cenizo y reseco. Así también tu cuerpo se marchitará, igual que las hojas caídas en otoño.
VII. Sexta Etapa: Consumo por Animales
Cuervos, perros, gusanos y aves se alimentan de los restos. Comprende que el cuerpo no nos pertenece; siempre ha sido parte de la tierra y vuelve a ella.
VIII. Séptima Etapa: Desmembramiento
Los huesos y miembros se separan, dispersos sin orden. Mira con claridad: lo que llamabas “yo” se disgrega sin dejar centro.
IX. Octava Etapa: Huesos
Solo queda la osamenta, frágil y vacía de vitalidad. Reconoce que hasta lo más duro se desgasta con el tiempo.
X. Novena Etapa: Polvo
Los huesos se reducen a polvo que el viento dispersa. Aquí el cuerpo desaparece, sin dejar huella propia. Recuerda: “Todo lo compuesto se disuelve. Todo lo nacido perece. Todo lo condicionado es vacío”.
XI. Transición hacia la Luz
Permanece unos instantes en el silencio interior de esta visión. Has visto la disolución del cuerpo, y con ella, la disolución del apego. Ahora, en medio de la nada, abre tu mente a lo Eterno.
XII. La Aparición del Buda Eterno
De la vacuidad surge la Luz. Imagina que sobre el lugar donde el cadáver se redujo a polvo aparece un resplandor dorado. De ese resplandor se manifiesta el Buda Eterno, rostro luminoso de la Verdad. Su presencia no se corrompe, no se desintegra, no se extingue. Es el Dharma puro, sin comienzo ni fin.
Final - Unificación
Contempla que tu propia naturaleza no es diferente de esa Luz. Aunque tu cuerpo se corrompa, en tu interior mora la Budeidad Innata, inmutable e indestructible. Siente que esa Luz penetra todo tu ser, iluminando cada pensamiento, cada respiración, cada célula.
Dedicatoria
Con las manos unidas, dedica los méritos de esta contemplación: “Que al ver la impermanencia, todos los seres se liberen del apego. Que al contemplar la corrupción del cuerpo, nazca en nosotros la compasión. Que al descubrir la Luz del Buda Eterno, todos los seres entren en la Flor del Vehículo Único.”
Permanece unos instantes en silencio, respirando esa Luz. Cuando estés listo, abre suavemente los ojos.