Entre los Maestros Zen de la Tradición del Loto, encontramos a Hakuin Zenji, el monje revitalizador de la escuela Rinzai japonesa. Hakuin Ekaku nació en 1686 en la aldea de Hara, al pie del Monte Fuji, en la actual prefectura de Shizuoka. Su familia era modesta, perteneciente a la pequeña burguesía campesina que vivía entre la agricultura y el comercio local. Desde niño, mostró una sensibilidad intensa hacia lo religioso y lo trascendente. Un evento decisivo ocurrió a los siete años: al escuchar en el templo de su aldea un sermón sobre los tormentos del Infierno, quedó profundamente conmovido y aterrorizado. Aquella vivencia marcó su vida espiritual: el joven Hakuin decidió buscar un camino de liberación que le permitiera salvarse del fuego eterno de la ignorancia y la perdición.
A los quince años ingresó como novicio en el templo Shoin-ji, un pequeño monasterio de la escuela Rinzai cercano a su hogar. Allí tomó el nombre monástico Ekaku, aunque más tarde sería universalmente conocido como Hakuin (“Oculto en lo Blanco”), un nombre que él mismo adoptó con resonancia poética y espiritual.
En su juventud monástica, Hakuin se dedicó a un estudio intenso de Sutras, comentarios y doctrinas. Sin embargo, se sintió insatisfecho con el Zen que se practicaba en su época, al que consideraba debilitado, superficial y alejado de la experiencia directa de la Iluminación. Su espíritu apasionado lo llevó a vagar por distintos monasterios y maestros, en busca de una enseñanza auténtica que saciara su sed de verdad. Durante estos años atravesó crisis interiores profundas. En una ocasión, tras leer un relato sobre el Infierno del Sutra del Loto, cayó en una angustia tan grande que casi lo paralizó. Más tarde, tras experimentar estados de concentración meditativa, descubrió que el apego a esas experiencias podía convertirse en un obstáculo tanto o más grande que la ignorancia. Esta tensión entre la búsqueda ardiente y la frustración lo acompañó hasta que finalmente conoció a maestros que lo guiarían con rigor.
El punto de inflexión llegó con su encuentro con el maestro Shoju Rojin (Dokyu Etan, 1642–1721). Shoju fue un maestro severo y sin concesiones, que aplicaba métodos directos para deshacer las ilusiones de sus discípulos. Con él, Hakuin aprendió el verdadero filo de la práctica Zen basada en el Koan. Shoju sometió al joven monje a una disciplina intensa, desafiando constantemente sus comprensiones intelectuales. Bajo su guía, Hakuin penetró en la médula del Zen. Experimentó lo que describió como una gran Iluminación, un Despertar súbito que confirmó en él la verdad vivida del Dharma. Años después evocaría a Shoju como su verdadero padre espiritual, aquel que le dio “la espada afilada del Zen”.
Tras alcanzar la madurez espiritual, Hakuin regresó al templo de su infancia, Shoin-ji, donde permaneció la mayor parte de su vida como abad. Desde allí inició una labor de reforma y renovación del Zen japonés. Su visión era clara: rescatar la intensidad del Rinzai, devolverle su fuerza meditativa y su pedagogía centrada en el Koan, y al mismo tiempo acercarlo al pueblo llano. Hakuin no se contentó con enseñar a los monjes. Abrió su voz a campesinos, artesanos y mujeres, adaptando su discurso con parábolas sencillas y poemas cantados. Uno de los frutos de este espíritu pastoral es precisamente el Poema del Zazen (Zazen Wasan), compuesto para ser recitado y cantado, de modo que incluso quienes no podían leer ni profundizar en la doctrina pudieran saborear la esencia del Zen. A nivel doctrinal, estableció un sistema estructurado de práctica de Koan que, hasta hoy, constituye la columna vertebral de la formación en la escuela Rinzai. Hakuin se convirtió, de hecho, en el renovador indiscutido de esta tradición. Sin él, el Rinzai Zen probablemente se habría extinguido en Japón.
Hakuin escribió numerosas obras, tanto en forma de tratados doctrinales como de sermones y poemas. Sus escritos destacan por un estilo vigoroso, claro y muchas veces humorístico. No rehuyó el uso de comparaciones populares, proverbios o imágenes cotidianas. Su objetivo no era impresionar con erudición, sino sacudir al lector o al oyente y empujarlo a la práctica. Entre sus textos más célebres se encuentran el Orategama (“La Tetera del Mono”), colección de sermones, y el ya mencionado Zazen Wasan. También compuso cartas pastorales dirigidas a laicos, mujeres y personas de todas las condiciones, recordándoles que la iluminación no era monopolio de los monjes, sino herencia de todos.
Hakuin continuó enseñando hasta una edad avanzada, siempre con la misma energía apasionada. Murió en 1769, a los 83 años, dejando tras de sí una escuela revitalizada y una descendencia espiritual inmensa. Hoy se le considera el patriarca moderno del Rinzai Zen.
El legado de Hakuin es múltiple:
- Espiritual: Devolvió al Zen la centralidad de la práctica del Zazen (meditación sentada) y del Koan como puertas de acceso a la Iluminación.
- Doctrinal: Afirmó con fuerza la budeidad inherente de todos los seres, en sintonía con las doctrinas Mahayanas más profundas.
- Pastoral: Se acercó a los laicos y popularizó la enseñanza, rompiendo el elitismo de algunos círculos monásticos.
- Cultural: Fue también calígrafo y pintor de gran talento, dejando obras de arte zen que transmiten visualmente su espíritu vivaz.
Hakuin encarna al maestro que, lejos de encerrarse en el formalismo, se convierte en llama viva del Dharma. Sus palabras siguen sonando frescas, y su Poema del Zazen continúa siendo recitado en templos Zen de todo el mundo como himno de alabanza a la práctica y a la Iluminación.
El Poema del Zazen (Zazen Wasan) fue compuesto por el maestro Hakuin. Este poema no es una composición literaria ordinaria ni un tratado escolástico en sentido estricto. Se trata de una pieza destinada a ser recitada y cantada en las comunidades monásticas y laicas, como himno de alabanza al Zazen y a la Naturaleza Búdica inherente de todos los seres. Su carácter es, pues, a la vez doctrinal, meditativo y litúrgico. En él resuenan tanto la precisión conceptual de la enseñanza Zen como la calidez de una exhortación pastoral, cercana y accesible. Hakuin se inscribe así en la tradición de los maestros que, en cada época, buscan transmitir el Dharma con un lenguaje adaptado a las necesidades de los hombres y mujeres de su tiempo. Su Zazen Wasan puede verse como un eco japonés de los himnos indios y chinos que cantaban las excelencias de la Iluminación y del Dharma, pero expresado en un estilo directo, poético y profundamente Zen.
El texto combina en sí tres dimensiones inseparables:
- Dimensión poética: Está escrito en versos rimados, con un lenguaje sencillo pero cargado de imágenes vivas. Como el agua y el hielo, como el hijo de un rico extraviado, como el grito de sed en medio del agua: metáforas que iluminan la enseñanza sin necesidad de largos razonamientos.
- Dimensión doctrinal: Afirma con claridad una verdad fundamental del Budismo Mahayana: todos los seres son en esencia Budas. No se trata de un mero ideal, sino de una certeza ontológica, que resuena con doctrinas como la Budeidad Innata (Hongaku) en el Tendai y la enseñanza del Tathagatagarbha en el Mahayana. El poema despliega además nociones centrales como la ignorancia que oscurece esa realidad, la transmigración por los Seis Reinos, el poder del Samadhi, los Seis Paramitas y la Tierra Pura.
- Dimensión litúrgica y pastoral: No se escribió para el aislamiento erudito, sino para la comunidad. La recitación del poema tenía una función de recordatorio, de estímulo y de instrucción tanto para monjes como para laicos. Era un modo de acercar la profundidad del Zen al corazón cotidiano de quienes no podían acceder a largas sesiones de koan o a la disciplina estricta del monasterio.
El Poema del Zazen, por tanto, no debe ser visto como un documento menor, sino como una de las más bellas síntesis del Mahayana vivida en clave zen: accesible, poética y profundamente inspiradora.
Aunque escrito por un maestro Rinzai, el poema es inseparable del marco más amplio del Budismo Mahayana. Su afirmación de que “todos los seres son Budas” remite al Sutra del Nirvana, donde se proclama que todos los seres poseen Naturaleza del Buda. Su énfasis en el Samadhi como culmen de todas las prácticas conecta con el Sutra del Loto (al igual que muchas de sus referencias), que presenta el Vehículo Único como la síntesis de todos los caminos. Su visión de que el lugar presente es la Tierra del Loto y el cuerpo actual es el Cuerpo del Buda refleja, a su vez, la mística de la inmanencia propia del Sutra Avatamsaka. En este sentido, el Poema del Zazen se coloca en continuidad con las grandes corrientes de la tradición, pero con la frescura Zen de Hakuin: nada de sutilezas escolásticas excesivas, sino un lenguaje directo que abre la puerta al asombro inmediato.
El Poema del Zazen encontró un lugar privilegiado en la pedagogía Zen, no como tratado erudito para especialistas, sino como texto formativo para principiantes. Hakuin supo condensar en breves versos los principios nucleares del Budismo en un lenguaje accesible, cargado de imágenes vivas. Por esta razón, en numerosos templos Rinzai se adoptó como texto de recitación regular, al que se exponían los novicios desde sus primeros días. Su estructura poética permitía memorizarlo con facilidad, y su contenido ofrecía una visión de conjunto que servía de brújula inicial para la práctica. En Occidente, donde los practicantes suelen llegar al Zen sin bagaje doctrinal previo, el Poema del Zazen ha desempeñado una función similar: mostrar, en un destello poético, la amplitud del camino. De este modo, el poema cumple la función de una “puerta de entrada” al Zen: no sustituye la práctica, pero la enmarca, la ilumina y la sostiene, recordando a cada practicante que ya poseen, en lo profundo de su ser, la Naturaleza del Buda. Veamos ahora una traducción original directa del japonés.
Poema del Zazen
Todos los seres sintientes son, en su esencia, Budas. Como el agua y el hielo: no existe hielo sin agua; del mismo modo, sin los seres sintientes no hay Budas. Y, sin embargo, ¡qué lástima!, ignorando cuán cerca está la Verdad, la buscamos en lejanías ilusorias. Somos como aquel que, rodeado de agua, clama desesperado de sed. Somos como el hijo de un hombre rico que, extraviado, vaga entre los pobres sin saber quién es.
La causa de nuestra transmigración por los Seis Reinos es que estamos perdidos en la noche oscura de la ignorancia. Mientras más avanzamos en esas tinieblas, más nos alejamos de la liberación, y más difícil se hace romper las cadenas del nacimiento y de la muerte. Pero el Samadhi del Mahayana es tan inmenso, que ninguna palabra alcanza a celebrarlo en plenitud. En él confluyen los Seis Paramitas —la Generosidad, la observancia de los Preceptos, y todas las demás virtudes— así como las prácticas de invocar el Santo Nombre del Buda, la confesión y la disciplina espiritual. Todo retorna a este océano. Quienquiera que lo experimente, aunque sea en una sola sesión de meditación, ve borrado el peso de su karma: los malos caminos desaparecen de su horizonte, y la Tierra Pura se manifiesta como algo cercano y presente.
Si una sola vez abrimos nuestro corazón a esta verdad, y la escuchamos con fe, la alabamos y la abrazamos con gozo, ¡cuánto más aún si en nosotros mismos la realizamos directamente! Entonces comprendemos y damos testimonio de que la “naturaleza propia” no es naturaleza fija alguna. Hemos trascendido los juegos del intelecto y las especulaciones vanas. Se abre ante nosotros la puerta de la unidad de causa y efecto; la Vía recta, que no es dos ni tres, se extiende ante nuestros pasos. Reconociendo la forma de lo informe como forma, no importa si vamos o regresamos: nunca hemos estado fuera del Camino. Reconociendo el pensamiento de lo no-pensado como pensamiento, tanto al cantar como al danzar, somos la misma Voz del Dharma.
¡Cuán vasto y despejado es el cielo sin trabas del Samadhi! ¡Qué clara y luminosa brilla la luna plena de las Cuatro Sabidurías! ¿Qué más deberíamos buscar en este instante? La serenidad eterna de la Verdad se abre ante nosotros, revelándose en lo cotidiano: este mismo lugar es la Tierra Pura del Loto, y este mismo cuerpo es el Cuerpo del Buda.