Al llegar a este punto culminante de nuestro caminar con el Sutra Avatamsaka, sentimos la misma mezcla de asombro y gratitud que debió embargar al joven Sudhana cuando, tras recorrer mundos y maestros innumerables, contempló finalmente la vastedad inconcebible de la práctica de Samantabhadra. Han pasado casi dos años desde que nos adentramos en esta obra oceánica, y en su interior hemos descubierto no un libro común, sino un universo revelado en palabras, un mandala textual que refleja la estructura misma del Dharmadhatu: la interpenetración infinita de todos los fenómenos en la Luz del Buda.
Este capítulo conclusivo no busca añadir una enseñanza más al cúmulo doctrinal del Sutra, sino recoger en un haz luminoso las intuiciones y las certezas que este viaje nos ha entregado. El Sutra Avatamsaka nos enseñó que el Cosmos entero es un templo, que cada partícula contiene Budas incontables, y que la vida de cada ser está sostenida por la red de compasión del Buda Eterno. Y nos mostró que esta visión no es contemplación abstracta, sino invitación a la práctica, un llamado a que cada uno de nosotros encarne en su vida lo que el Sutra despliega en imágenes grandiosas. Por eso, el punto de llegada es también el de partida: los Diez Grandes Votos de Samantabhadra, que concentran en diez movimientos espirituales toda la inmensidad del Avatamsaka. Allí el Bodhisattva nos enseña que venerar, alabar, ofrendar, arrepentirse, regocijarse, suplicar, seguir, compadecerse y transferir méritos no son actos aislados, sino la coreografía infinita de la Iluminación en acción. Son la forma concreta en que el Cosmos del Sutra se convierte en ética de la vida cotidiana.
Este capítulo, pues, se presenta como un epílogo y a la vez un prólogo: epílogo porque cierra un estudio prolongado, prólogo porque abre la vida entera a ser continuación del Sutra. Nuestro propósito es proclamar que el Sutra Avatamsaka no termina en sus páginas, sino que debe continuar en nuestras palabras, gestos y votos. Así, este último capítulo no se limita a resumir, sino que exhorta; no concluye, sino que consagra: nos entrega el compromiso de convertir el Samsara en Tierra Pura y de edificar el Reino del Buda en la Tierra con la fuerza de los votos de Samantabhadra. Veamos un recuento del mismo con ejemplos prácticos para poner sus enseñanzas en práctica en nuestra vida diaria. Estos ejemplos muestran cómo el océano cósmico del Avatamsaka se encarna en la vida diaria. Así, cada día común puede convertirse en un capítulo vivo del Sutra, una guirnalda de flores ofrecida al Buda Eterno.
Capítulo 40 del Sutra Avatamsaka - Los Votos y Prácticas del Bodhisattva Samatabhadra
En aquel momento solemne, cuando el Bodhisattva Mahasattva Samantabhadra concluyó sus alabanzas a las virtudes supremas del Tathagata, se dirigió a los innumerables Bodhisattvas reunidos y al joven Sudhana. Con voz compasiva y firme declaró que, aunque todos los Budas de las diez direcciones hablaran durante kalpas tan numerosos como las partículas de polvo de incontables mundos, no podrían agotar la descripción de los méritos del Tathagata. Para acercarse a esa grandeza, el Bodhisattva debe practicar y cumplir Diez Grandes Votos —una senda universal y vasta como el espacio mismo.
Los votos fueron enunciados en orden solemne:
- Rendir culto a todos los Budas.
- Alabar a los Tathagatas.
- Practicar ampliamente las ofrendas.
- Arrepentirse de las faltas y reformarse.
- Regocijarse en los méritos y virtudes de todos los seres.
- Pedir a los Budas que giren la Rueda del Dharma.
- Rogarles que permanezcan en el mundo.
- Seguir siempre el ejemplo y la enseñanza de los Budas.
- Acomodarse a todos los seres vivientes.
- Transferir todos los méritos y virtudes.
Sudhana, lleno de fervor, preguntó el significado de cada uno de estos votos, y Samantabhadra fue respondiendo, desplegando un océano de imágenes y doctrinas.
Primer Voto: Adorar a Todos los Budas
Samantabhadra explicó que “adorar a todos los Budas” es reconocer que en los tres tiempos —pasado, presente y futuro— y en las diez direcciones, se hallan Budas tan numerosos como las partículas más diminutas del cosmos. Gracias al poder de los Votos de Samantabhadra, el Bodhisattva los contempla con fe, como si estuviesen ante sus propios ojos. Con pureza de cuerpo, palabra y mente, manifiesta innumerables cuerpos, cada uno adorando a todos los Budas en todos los mundos. Este culto no conoce límite, pues mientras el espacio, los seres, el karma y las aflicciones no lleguen a su fin, tampoco se extinguirá la veneración. Es un acto sin pausa, pensamiento tras pensamiento, en el que el Bodhisattva nunca se fatiga.
Ejemplo práctico: Al comenzar el día, inclinarse con devoción ante el altar, pero también, como el Bodhisattva Jamás DEspreciar, ante cada persona que uno encuentra, reconociendo en ella la presencia del Buda Eterno. Por ejemplo, saludar con respeto a un anciano en la calle, viéndolo como un Buda disfrazado.
Segundo Voto: Alabar a los Tathagatas
Enseguida, el Bodhisattva habló de alabar a los Tathagatas. En cada partícula de los mundos hay Budas, rodeados de asambleas oceánicas de Bodhisattvas. Cada lengua del Bodhisattva, más elocuente que la diosa Sarasvatī, emite un océano de sonidos; de cada sonido surgen palabras infinitas que celebran la infinita virtud de los Budas. Estas alabanzas se extienden sin cesar hasta los confines del futuro y abarcan el universo entero. Y, como antes, mientras el espacio y las aflicciones de los seres no terminen, tampoco cesará su cántico de loas.
Ejemplo práctico: Dedica un momento cada día a recitar versos de alabanza —del Sutra del Loto o del Avatamsaka—, pero también expresar palabras de gratitud y reconocimiento hacia quienes nos rodean. Alabar al Buda es alabar la bondad cuando aparece en un hijo, en un amigo, en un compañero de trabajo.
Tercer Voto: Practicar Ampliamente las Ofrendas
Luego explicó la práctica de las ofrendas. En cada átomo de cada mundo, allí donde hay Budas rodeados de asambleas de Bodhisattvas, el practicante ofrece nubes de flores, guirnaldas, músicas celestiales, perfumes, ropas, lámparas de aceites fragantes tan vastos como océanos. Todo lo ofrendado es inconmensurable, hasta la medida del Monte Sumeru. Pero entre todas las ofrendas hay una suprema: la Ofrenda del Dharma. Esta consiste en practicar conforme a las enseñanzas, beneficiar a los seres, sufrir por ellos si es necesario, cultivar incansablemente las raíces del bien, perseverar en las acciones del Bodhisattva y no apartarse nunca de la Mente Bodhi (Bodhicitta, la Mente del Despertar). Una sola ofrenda del Dharma supera por incontables inconmensurables a todas las ofrendas materiales. Por eso, todos los Budas veneran el Dharma, pues cultivarlo es engendrar a todos los Budas. Así, mientras los seres y el espacio no se agoten, tampoco terminarán sus ofrendas.
Ejemplo práctico: Ofrece flores, incienso y luz en el altar; pero también ofrecer el tiempo y el talento propios en beneficio de los demás. Por ejemplo, dedica unas horas a visitar a un enfermo o ayudar en una causa comunitaria. Esta es la “Ofrenda del Dharma” en acción.
Cuarto Voto: Arrepentirse y Reformarse
Después habló del arrepentimiento. El Bodhisattva contempla cómo, desde los tiempos sin principio, por codicia, odio e ignorancia ha acumulado un océano de malas acciones con cuerpo, palabra y mente, tan vasto que si tuviera forma no cabría en el espacio. Conscientemente se postra ante todos los Budas y Bodhisattvas, confesando sus culpas y prometiendo no repetirlas jamás, guardando los preceptos puros. Este arrepentimiento no tiene fin, porque el espacio y las aflicciones tampoco lo tienen. Pensamiento tras pensamiento, el Bodhisattva se dedica a purificar su triple karma.
Ejemplo práctico: Antes de dormir, reflexionar en los actos del día: ¿hubo palabras ásperas, pensamientos egoístas, descuidos? Confesarlos en silencio ante el Buda, con el compromiso de mejorar al día siguiente. El arrepentimiento se convierte en disciplina diaria de purificación.
Quinto Voto: Regocijarse en los Méritos
Enseguida se refirió a regocijarse en los méritos y virtudes de todos. Recordó que los Budas, desde que generaron la Mente Bodhi, se entregaron durante kalpas incontables a sacrificios inmensos, entregando cabezas, ojos, manos y pies por los seres, cultivando ascetismos difíciles y perfeccionando los Paramitas hasta alcanzar la Suprema Iluminación. El Bodhisattva se alegra en todos esos méritos, los sigue y los venera. Pero también se regocija en las virtudes de todos los seres de los Seis Destinos, en las de los Shravakas y Pratyekabuddhas, en las de quienes aún aprenden y quienes han ido más allá. Se goza en los méritos grandes o pequeños, sin excepción, porque así su propia alegría se hace infinita. Como en los votos anteriores, esta práctica tampoco termina jamás.
Ejemplo práctico: Cuando un compañero recibe un logro —en el trabajo, en la familia, en la práctica espiritual—, en lugar de sentir envidia, alegrarse sinceramente y felicitarlo. Así, uno multiplica el gozo ajeno y participa de sus méritos.
Sexto Voto: Pedir que se Gire la Rueda del Dharma
Samantabhadra declara que, en cada partícula de cada tierra de Buda, por todas las direcciones y a lo largo de los tres tiempos, incontables Tathsgatas alcanzan en cada instante la Iluminación Perfecta. Rodeados por asambleas oceánicas de Bodhisattvas, enseñan según los gustos y capacidades de los seres. El Bodhisattva, con cuerpo, palabra y mente, ruega incesantemente a todos estos Budas que hagan girar la Rueda del Dharma: que expongan el Camino, desaten los nudos de la ignorancia, muestren el Sentido y la Práctica. Esta súplica —porque el Dharma es la vida del mundo— no se agota jamás: mientras exista un ser con oído para escuchar, el Bodhisattva pedirá que la Doctrina vuelva a sonar, como un tambor de compasión en el corazón del universo.
Ejemplo práctico: Invita a alguien a escuchar una enseñanza del Dharma, organizar un círculo de estudio o compartir un texto sagrado en redes sociales con una reflexión personal. Cada gesto que promueve la difusión de la enseñanza es ayudar a girar la Rueda.
Séptimo Voto: Rogar que los Budas Permanezcan en el Mundo
Aún más, cuando los Budas o los grandes santos —Bodhisattvas, Shravakas, Pratyekabuddhas—, o incluso un Buen Amigo Espiritual (kalyanamitra), están por entrar en el Parinirvana, el Bodhisattva les ruega con corazón apremiante que permanezcan en el mundo. Les pide que difieran su entrada en la extinción final, que alarguen su estadía por kalpas incontables, para beneficio y gozo de los seres. Aquí brilla el principio de la Permanencia del Buda y la eternidad de su actividad (tal como la Tradición del Loto lo proclama). La petición no es una súplica sentimental, sino la confesión de una ontología de la Compasión: el Buda Eterno opera sin interrupción, y la presencia de los maestros en el mundo es una emanación pedagógica de esa permanencia.
Ejemplo práctico: Acompaña a un maestro o guía espiritual con respeto y apoyo, para que pueda seguir enseñando. Ora para que los grandes maestros vivan largos años, pero también cuidar su salud y bienestar con actos concretos.
Octavo Voto: Seguir Siempre a los Budas y Aprender de Ellos
Samantabhadra muestra a Sudhana el paradigma del Tathagata Vairocana en este Mundo Saha: desde el primer surgimiento de la Mente Bodhi, el Buda reverenció el Dharma por encima de su propia vida; arrancó su piel para hacer papel, sus huesos para fabricar plumas, su sangre para escribir Sutras, y renunció a tronos, ciudades y jardines, con tal de difundir el Camino. Tras alcanzar la Iluminación bajo el Árbol, se manifestó en innumerables asambleas: de Bodhisattvas, de Shravakas y Pratyekabuddhas, de reyes y laicos, de devas y nāgas; su voz perfecta —como trueno pleno— acomodó la enseñanza a toda variedad de inclinaciones. El Bodhisattva declara: “Así aprenderé yo de todos los Budas, instante tras instante.” Seguir a los Budas es reproducir su estilo compasivo de presencia: hacerse audible en el lenguaje de cada ser, hacerse visible en las formas que cada corazón puede recibir. Este voto expresa la unidad de lo exotérico y lo esotérico en una sola economía salvífica: el Buda se muestra en múltiples niveles de asamblea y discurso; el discípulo aprende esa plasticidad como forma de fidelidad a la Verdad única.
Ejemplo práctico: Lee diariamente un pasaje de los Sutras o de los comentarios de los Grandes Maestros, y aplícalo en la vida. Por ejemplo, practica la paciencia cuando surge la ira, recordando las enseñanzas del Buda como guía en cada decisión.
Noveno Voto: Acomodarse a los Seres Sintientes
Samantabhadra desciende ahora al gran mar de la diversidad. En los diez ámbitos, agotando el Reino del Dharma, hay seres nacidos de huevos, de vientre, de humedad o por transformación; seres que habitan la tierra, el agua, el fuego o el viento; que moran en el espacio, o en plantas y árboles; seres con o sin forma, con pensamiento o sin pensamiento, y estados intermedios. Tienen cuerpos diferentes, costumbres diversas, entendimientos dispares, nombres, linajes, vestimentas y alimentos de mil especies. El Bodhisattva se acomoda a todos: sirve y honra como a sus propios padres y maestros, como a los Arhats y a los Tathagatas. Es médico para el enfermo, guía para el extraviado, luz en la noche oscura, mano que revela tesoros al indigente. Y entonces revela el fundamento: honrar a los seres es honrar a los Budas, porque los Budas toman la Gran Compasión como su sustancia; por los seres nace la Compasión; de la Compasión nace la Mente Bodhi; y de la Mente Bodhi surge la Iluminación Perfecta. Este voto revela la interpenetración entre la Budeidad Innata y la red de condiciones: la iluminación personal y la salvación de los otros no son dos trayectorias yuxtapuestas, sino una sola respiración del Dharma.
Ejemplo práctico: Cuando alguien sufre, ponte en su lugar y actuar según sus necesidades. Un ejemplo sencillo: explícale el Dharma a un niño con historias y parábolas, y a un adulto con razonamientos más profundos. No es imponer, sino adaptarse con compasión.
Décimo Voto: Transferir Todos los Méritos y Virtudes
Finalmente, Samantabhadra recoge en un solo cántaro los ríos de los votos anteriores: todo culto, toda alabanza, toda ofrenda, todo arrepentimiento, todo regocijo, toda súplica para que el Dharma gire y permanezca, todo seguimiento del Buda y toda acomodación al prójimo, lo transfiere universalmente a todos los seres. Vota para que alcancen paz y felicidad, se vean libres de enfermedad y dolor, no logren ejecutar el mal, y puedan realizar con prontitud todo el bien que deseen. Cierra las puertas de los malos destinos, indica el camino hacia humanidad, divinidad o Nirvana; y si hay quienes han convocado sufrimientos extremos por su karma, el Bodhisattva asume en su lugar ese dolor, liberándolos y conduciéndolos al Supremo Bodhi. La transferencia de méritos (pariṇāmanā) es la firma del Camino del Bodhisattva: el mérito no se atesora como propiedad espiritual, sino que se consagra al ascenso universal. Es el modo en que el Uno se derrama en el Todo.
Ejemplo práctico: Al terminar cualquier acto bueno —rezar, ayudar, enseñar, trabajar con honradez— dedícalo mentalmente a la paz de todos los seres: “Que este mérito alivie el dolor de quienes sufren y acerque a todos a la Budeidad”.
Concluida la exposición, el Bodhisattva Samantabhadra declara la inconmensurable superioridad de tan sólo oír este Rey de Votos: ni aunque se colmaras mundos incontables con joyas y goces supremos para ofrecerlos a seres y Budas por kalpas sin término, igualarías el mérito de escuchar y acoger con fe estos votos una sola vez. Quien los recibe, sostiene, lee, recita o copia, borra incluso las cinco faltas gravísimas del Infierno Avichi; las enfermedades del cuerpo y la mente se aplacan; los ejércitos de demonios y los espíritus nocivos se apartan o, volviéndose, protegen al devoto. Por eso, quien recita estos votos camina por el mundo sin obstáculos, como la luna que emerge de las nubes: Budas y Bodhisattvas lo alaban; dioses y hombres lo veneran. Antes de mucho, perfeccionará los méritos de Samantabhadra; si renace entre humanos o dioses, lo hará en familias nobles; destruirá los malos destinos; se apartará de los malos amigos; prevalecerá sobre los heterodoxos; estará libre de aflicciones como un rey león entre las bestias. Y —promesa que el capítulo subraya con ternura—, en el último instante de la vida, cuando todo apoyo terrenal lo abandona, este Rey de Votos no lo dejará: lo guiará, y en un solo kṣaṇa renacerá en la Tierra Pura de la Suprema Bienaventuranza.
Allí verá al Buda Amida, y a los Bodhisattvas Manjushri, Samantabhadra, Avalokiteshvara, a Maitreya y a una asamblea de Bodhisattvas de majestad perfecta; nacerá del loto y recibirá profecía de Budeidad. Luego, por mundos incontables, según las mentes de los seres, beneficiará con sabiduría; más tarde, sentándose en el bodhimaṇḍa, vencerá a los ejércitos demoníacos, logrará la Iluminación Igual y Correcta, y hará girar la Rueda del Dharma, haciendo brotar la Mente Bodhi en tantos seres como partículas llenan los mundos. Hasta el fin de los océanos de kalpas futuros, su beneficio será incesante.
Luego, el Bodhisattva Samantabhadra contempla las diez direcciones y condensa en versos su enseñanza. Allí canta: la postración universal ante los Budas en todas las partículas; la alabanza inagotable que, con lenguas innumerables, derrama océanos de palabras; las ofrendas supremas —flores, músicas, perfumes, lámparas— y sobre todo la Ofrenda del Dharma; el arrepentimiento de los males nacidos de codicia, odio e ignorancia; el regocijo en los méritos de Budas, discípulos y de todo ser, por pequeño que sea; la súplica para que los Budas giren la Rueda; el ruego para que permanezcan; el seguir y aprender de todos los Tathagatas; el acomodarse a los seres como médico, guía y lámpara; y la transferencia de todo mérito a la Budeidad y a los seres.
Los versos amplían la visión inconcebible: en una partícula hay tierras tantas como partículas; en cada cabello se manifiestan las tierras de los tres tiempos; en un solo pensamiento se atraviesan los kalpas de los tres tiempos; la elocuencia de los Tathagatas es un océano de lenguajes que se adapta a lo que cada ser desea oír; el practicante entra en ese océano y participa de su cadencia. Y, de nuevo, se proclama la promesa de la Tierra Pura de la Luz Infinita: quien recibe y recita estos votos, disipa los obstáculos al morir, ve a Amitābha, renace en su tierra, recibe profecía, y desde allí beneficia los mundos con sabiduría y poderes.
Concluidos los versos, el joven Sudhana se llena de un gozo sin límites; los Bodhisattvas también se alegran; y el mismo Tathagata exclama: “¡Muy bien! ¡Muy bien!”. Se enumera la asamblea: Manjushri a la cabeza de los Sabios; Maitreya encabezando a los seis mil bhikṣus ya maduros; los Bodhisattvas del kalpa digno y los que están en unción de la coronación para la Budeidad en una vida; y la multitud de dioses, nāgas y seres no humanos. Todos, al oír la palabra del Buda, se regocijan, la aceptan con fe y la ponen por obra. Este epílogo certifica que estos votos son Dharma Supremo de la liberación inconcebible y que, por su naturaleza, convocan a todas las sanghas —de sabiduría, práctica y aspiración— en una sola asamblea: la comunidad del Ekayana que, por la fe, el estudio y la práctica, transforma el mundo.
* * *
Al comenzar este estudio, nos adentramos en el despliegue del Buda Vairocana, el Buda Eterno que aparece como el Sol que ilumina infinitos mundos, y pronto descubrimos que este Sutra no es una narración lineal, sino una inmensa catedral doctrinal donde todo es reflejo de todo, donde el instante contiene el kalpa, y la más diminuta partícula late con la dignidad del cosmos entero. En cada capítulo, el lenguaje poético nos abrió a las visiones de asambleas de Budas y Bodhisattvas inconmensurables, a las prácticas innumerables que conducen a la Bodhi, y a la certeza de que la mente, en su fondo más íntimo, es tan vasta como el universo.
Este camino, sin embargo, no es una fuga del mundo. El Sutra Avatamsaka nos enseñó que cada ser es raíz del Árbol Bodhi y que la Iluminación misma florece solo en relación con ellos. Aquí se nos entregó la clave del Bodhisattva: acomodarse a los seres, regocijarse en sus méritos, sufrir por ellos, y transferirles toda virtud acumulada. Nada se guarda para sí mismo; todo se devuelve al océano universal. En este sentido, el Sutra del Loto y el Avatamsaka se encuentran como dos espejos que se reflejan: el primero proclama la Unidad del Vehículo, el segundo la inconmensurable red de interpenetración que hace de esa unidad una realidad viva y cósmica.
Y ahora, al llegar al capítulo cuadragésimo, vemos cómo este océano de visiones desemboca en un solo cauce: los Diez Grandes Votos del Bodhisattva Samantabhadra. Todo lo que se ha desplegado —asambleas, mundos, prácticas, parábolas— se recoge en un decálogo espiritual que es, en realidad, una espiral infinita de culto, alabanza, ofrenda, arrepentimiento, regocijo, súplica, seguimiento, compasión y transferencia. El Sutra nos conduce así, no a la admiración pasiva de un cosmos sublime, sino a la asunción de una tarea activa y misional: transformar el mundo con el voto, la práctica y la compasión sin límites.
En el corazón de este Sutra, hemos aprendido que no hay fractura entre lo cotidiano y lo sagrado, entre lo infinitamente pequeño y lo infinitamente vasto. Cada instante, cada pensamiento, cada encuentro con otro ser es un nudo de la Red de Indra; cada palabra y cada acto pueden resonar como ecos en un océano de mundos. Y hemos comprendido que, para el Bodhisattva, la verdadera gloria no está en contemplar mundos adornados de joyas, sino en sumergirse en el dolor de los seres para convertirlo en camino hacia la Budeidad.
El Sutra Avatamsaka nos ha dado una visión, pero esta visión es semilla que debe encarnarse en fe, estudio y práctica. Así, nuestra Escuela del Loto Reformada lo recibe no como un monumento distante, sino como un texto vivo, un mapa que señala hacia la consumación del Reino del Buda en la Tierra. Queda en nuestras manos convertir estas páginas en actos de compasión, en enseñanza ofrecida, en votos cumplidos.
Después de dos años, no hemos agotado el Sutra; al contrario, él nos ha agotado a nosotros para renacernos en una visión más vasta. Hemos visto, oído, creído y cantado junto a Bodhisattvas incontables; y ahora, como Sudhana al final de su peregrinaje, regresamos al mundo de lo inmediato, llevando dentro la certeza de que cada paso, cada respiración, cada gesto, es Avatamsaka: una guirnalda de flores que engalana el Trono del Buda Eterno.