Bienvenido a la Tierra Pura de la Luz Serena, un recurso sobre el Verdadero Budismo (一乘佛教), y sus posteriores ramificaciones, a la luz de las Enseñanzas Perfectas y Completas (圓教). Aquí presentamos el Budismo como religión, filosofía y estilo de vida, con énfasis en la Teología Budista (Budología), aspirando a presentar el Budismo balanceadamente entre la academia (estudios budistas) y la devoción, desde el punto de vista de una escuela tradicional de Budismo japonés (Escuela del Loto Reformada) y las enseñanzas universales del Sutra del Loto (法華経).


lunes, 22 de septiembre de 2025

El Origen y el Absoluto: La Doctrina de la Letra "A", Historia, Simbolismo y Significado en el Budismo del Loto

 


En la Tradición del Budismo del Loto, heredera del Tendai y del Mikkyo (Vajrayana o Budismo Esotérico) transmitido por el Gran Maestro Saicho, profundizado por Grandes Maestros como Ennin (Jikaku Daishi), y perfeccionado por Annen (Akaku Daishi), ocupa un lugar central la doctrina de la letra “A”. Esta simple vocal, aparentemente mínima en su forma gráfica y fonética, es reconocida como el símbolo primordial de la Realidad Ultima. En ella se concentra la totalidad del Dharma, porque es el signo sonoro de lo no nacido (anutpada), la raíz desde la cual todos los fenómenos se despliegan y hacia la cual todos retornan.

El fundamento de esta enseñanza se halla en los Sutras Esotéricos mayores, particularmente el Sutra de Mahavairocana y el Sutra Vajrasekhara, donde se afirma que las enseñanzas esotéricas budistas en su conjunto no son otra cosa que la predicación de la letra “A”. Para el practicante, contemplar o recitar esta letra es entrar en contacto directo con la voz del Dharmakaya, el Buda Cósmico Mahavairocana, cuya sabiduría y compasión se expanden sin límites. Así, la doctrina de la “A” se convierte en un puente entre lo inefable y lo audible: un sonido sencillo que, al ser comprendido y vivido, abre la puerta a la realización de la Verdad Suprema.

La importancia de esta doctrina se explica porque, en el marco de la escuela Tendai, la Talidad (Tathata) no es una abstracción estática, sino una realidad dinámica que se manifiesta “según las condiciones”. Saicho había insistido en que todos los fenómenos, incluso los inanimados, participan de la Budeidad porque todos son expresiones de esa Talidad. Ennin tradujo esta enseñanza al lenguaje esotérico de las letras y mantras, afirmando que la “A” no nacida es la raíz de todos los sonidos y formas. De este modo, lo que Saicho denominaba “Talidad según condiciones”, Ennin lo expresa como la expansión de la “A” en todas las sílabas y fenómenos.

La letra “A” cumple además una función hermenéutica dentro de la práctica esotérica. Allí donde los Sutras describen Mandalas complejos, jerarquías de deidades y multitud de Mantras, Ennin enseña que todo ese universo simbólico se reduce a una sola esencia: la sílaba “A”. Ella unifica los significados múltiples del texto, da coherencia al Mandala y confiere sentido a la práctica ritual. Así, el adepto no necesita perderse en la multiplicidad, porque sabe que todo es, en última instancia, emanación del sonido primordial.

Pero la “A” no solo explica la unidad del Dharma: también aclara la dualidad de la experiencia. Según Ennin, la misma letra se manifiesta en dos modos: bajo condiciones de sabiduría, se reconoce como el reino de la iluminación, donde todo es visto como buda; bajo condiciones de ignorancia, aparece como el reino del engaño, donde los seres sufren nacimiento y muerte. Esto significa que samsara y nirvāṇa no tienen raíces distintas: ambos brotan de la “A” no nacida. La diferencia está en la disposición de la mente que percibe.

Finalmente, la doctrina de la “A” refuerza el principio tendai de la Naturaleza Búdica universal, incluso de lo inanimado. Si todo surge de la letra primordial, entonces montañas, ríos, piedras y árboles son también manifestaciones de la Budeidad. El Cosmos entero es un Gran Mandala sonoro en el que todo vibra con la voz de Mahavairocana. Reconocer esto no es solo una afirmación doctrinal, sino una actitud devocional: venerar la “A” significa venerar al universo mismo como expresión del Buda.

En suma, la doctrina de la letra “A” en el Budismo Tendai es una síntesis de metafísica, hermenéutica y práctica contemplativa. Ella revela que lo Absoluto se manifiesta en lo más sencillo, que la raíz del cosmos resuena en un solo sonido, y que el camino del despertar consiste en aprender a escuchar, en cada palabra y en cada silencio, la vibración eterna de lo no nacido.

Antecedentes Históricos en la India, China y Japón

La interpretación de la letra “A” como símbolo de lo no nacido (anutpada) tiene raíces indias muy antiguas. En el sánscrito, el prefijo “a-” tiene valor negativo: designa lo que niega o trasciende. En la exégesis budista, esta negación se vinculó con la doctrina de la originación dependiente: todo lo que surge de condiciones carece de esencia propia, y por tanto, en último análisis, es “no nacido”.

En la tradición esotérica, especialmente a partir del Sutra de Mahavairocana y del Sutra Vajrasekhara, la letra “A” fue elevada a símbolo central: condensaba en sí misma la enseñanza del Dharmakaya. El mismo En la India, Nagarjuna compuso un escrito completo sobre el tema, titulado Tratado sobre el Bodhicitta. En China, las escuelas esotéricas de Amoghavajra (705–774) y de otros traductores sistematizaron este simbolismo, transmitiéndolo tanto en doctrinas como en rituales. La letra “A” comenzó a usarse como objeto de meditación, como mantra autónomo y como base para explicar que todo el cosmos es un Mandala sonoro.

Cuando el Gran Maestro Saicho (Dengyo Daishi 767–822) llevó al Japón las enseñanzas del Tiantai (Tendai) chino por primera vez junto con las enseñanzas Shingon, subrayó que la Talidad (Tathata) no es estática, sino que se manifiesta según las condiciones. Para él, todos los fenómenos, incluso los inanimados, son manifestaciones de la misma Realidad Absoluta. Aunque Saicho no articuló todavía la doctrina de la letra “A” con el mismo desarrollo que tendría en la generación siguiente (solo compuso una breve poema), su énfasis en la Talidad dinámica preparó el terreno para que esta enseñanza esotérica fuese comprendida como prolongación natural de la doctrina Tendai.

En paralelo, el Maestro Kukai (Kobo Daishi 774–835), fundador de la escuela Shingon, recibió las mismas escrituras esotéricas y elaboró su teoría de los Seis Grandes Elementos (tierra, agua, fuego, viento, espacio y conciencia) como el cuerpo del Buda Cósmico. Para él, la multiplicidad de los elementos mostraba cómo el Dharmakaya se expresa en todos los aspectos del universo. Aunque Kukai conocía y utilizaba la doctrina de la “A” en la práctica de la meditación Ajikan, su sistema doctrinal puso más énfasis en la totalidad de los elementos que en la reducción de todo a una sola vocal.

El Gran Maestro Ennin y la Síntesis Tendai-Esotérica

Fue Ennin (Jikaku Daishi, 794–864) quien, desde la tradición Tendai, dio forma acabada a la doctrina de la letra “A”. En su Comentario al Sutra del Vajrasekhara Ennin declaró que la esencia de todo el sutra es la sílaba “A”. Según él, la “A” es:

  • La madre de todas las letras, raíz del lenguaje y de los mantras.
  • La expresión de lo no nacido, fundamento de todos los dharmas.
  • El principio que, según las condiciones, se manifiesta como Reino de la Iluminación (Mandala Esotérico / Nirvana) o como Reino del Engaño (Samsara).
  • La garantía esotérica de la Naturaleza Búdica universal, incluso de los seres insensibles.

Con esto, Ennin llevó al extremo la intuición de Saicho: lo que el maestro llamó “Talidad según las condiciones”, el discípulo lo expresó como la expansión de la “A” en todas las sílabas y fenómenos.

Tras Ennin, la práctica de la meditación en la letra A (Ajikan) se consolidó en el Taimitsu (Esoterismo Tendai). En esta contemplación, el devoto visualiza la letra “A” en escritura siddham sobre un loto blanco y un disco lunar. A través de esta imagen, se sumerge en la experiencia directa de lo no nacido y comprende que su propia mente es, en esencia, Mahavairocana. El Ajikan fue practicado tanto en la escuela Shingon como en la Tendai esotérica, pero en el caso de Tendai adquirió una significación especial: se convirtió en la vía de experiencia directa que confirmaba doctrinalmente la enseñanza de la Budeidad Innata (Hongaku).

En la tradición posterior, incluida la Escuela del Loto Reformada, la doctrina de la “A” conserva su centralidad. Ella sintetiza la visión de que todo el universo es la Voz del Buda Eterno, y que la diversidad de fenómenos no es sino la expansión de una raíz única. En la práctica devocional, contemplar la “A” es escuchar la Vibración Primordial del Dharma; en la reflexión doctrinal, es reconocer que samsara y nirvāṇa comparten la misma raíz; y en la ética cotidiana, es vivir venerando en cada ser —animado o inanimado— la presencia de la Budeidad.

La doctrina de la letra “A” es, por tanto, el fruto de un largo proceso de transmisión y adaptación:

  • Nació en la India como símbolo de lo no nacido.
  • Se codificó en China como doctrina esotérica.
  • Fue reinterpretada por Saicho como correlato de la Talidad dinámica.
  • Alcanzó su formulación más sistemática en Ennin, quien la convirtió en la clave del Sutra Vajrasekhara.
  • Y se plasmó en la práctica meditativa del Ajikan, donde la letra primordial se transforma en experiencia viva.

De esta forma, el Budismo Tendai elevó la “A” a su máxima expresión: no solo como letra o mantra, sino como revelación sonora de la Budeidad Universal.

Kukai y los Seis Elementos vs. Ennin y la Letra “A”

El Maestro Kukai, fundador del Budismo Shingon, construyó su sistema sobre la doctrina de los Seis Grandes Elementos (Rokudai): tierra, agua, fuego, viento, espacio y conciencia. Según él, estos seis constituyen el cuerpo del Buda Cósmico (Mahavairocana) y, al mismo tiempo, forman los cimientos del universo y de la vida. Todo cuanto existe, desde las montañas hasta la mente humana, se compone de estos seis principios inseparables que, en su interpenetración, revelan la Naturaleza Búdica del Cosmos.

El Gran Maestro Ennin, sucesor de Saicho dentro del Tendai y profundo conocedor del esoterismo, releyó este simbolismo y lo recondujo hacia la doctrina de la letra “A”. Para él, no eran seis los fundamentos, sino uno: la sílaba “A” como raíz de todos los sonidos y de todos los dharmas. Allí donde Kūkai mostraba un universo plural en equilibrio dinámico, Ennin proponía un universo unificado en un solo signo sonoro.

Por ejemplo, en el Comentario al Sutra Vajrasekhara de Ennin, leemos:

"El nombre depende de la letra. Así, en el sistema Siddham, la letra ‘A’ es la madre de todas las letras. Debemos comprender, por tanto, que el verdadero sentido de la puerta de las letras es este: que se encuentra presente en todos los significados de los dharmas. ¿Por qué? Porque todos los dharmas surgen sin excepción de múltiples condiciones. Pero al observar estas condiciones que hacen surgir a los dharmas, se ve que ellas mismas surgen también de causas y condiciones. Y esas a su vez de otras. ¿Dónde encontrar entonces la raíz?

"Al contemplar de este modo, se comprende que la raíz de todo es el ámbito de lo no nacido, y ese es el fundamento de todos los dharmas. Es como cuando se escucha cualquier lenguaje: en último término lo que se oye es el sonido de la ‘A’. De la misma manera, al contemplar el surgimiento de todos los dharmas, se contempla el ámbito del no nacido. Y al ver el no nacido como raíz, se conoce tal cual la propia mente. Conocer así la propia mente es la sabiduría omnisciente. Por ello, Mahavairocana emplea únicamente esta única letra como mantra verdadero. Pero los seres ordinarios del mundo no investigan la raíz de los dharmas y, por eso, creen erróneamente en el nacimiento. Así, arrastrados por la corriente del nacimiento y la muerte, no logran salir por sí mismos.

"Es como un pintor ignorante que, usando múltiples colores, pinta la forma de un yakṣa aterrador; y cuando la contempla, su propio corazón se llena de miedo, cae al suelo y se atormenta. De igual manera, los seres, al manipular los dharmas desde su raíz, dibujan con ellos los tres mundos y quedan atrapados en medio, con cuerpo y mente ardiendo, soportando toda clase de sufrimientos. El Tathagata, como pintor sabio, conoce esto y, libremente, establece el gran maṇḍala de compasión. Así, lo que se llama ‘tesoro secreto profundísimo’ no es que el Buda lo oculte: son los propios seres quienes lo esconden de sí mismos."

La teoría de Kukai es pluralista en apariencia: muestra cómo lo Absoluto se expresa en seis modos complementarios. Cada elemento manifiesta una faceta del Dharmakaya, y solo en conjunto revelan la totalidad de Mahavairocana. La riqueza simbólica de esta visión es que permite contemplar el universo como una red de interdependencias cósmicas, donde la conciencia no se separa de la materia, y la materia no se separa del vacío. La visión de Ennin, en cambio, es unitaria y reduccionista en el mejor sentido: todas las diferenciaciones, sean elementos, letras o fenómenos, se reducen a la “A” no nacida. De la misma manera que todos los sonidos del lenguaje se originan en esa vocal primordial, también todos los dharmas, sean materiales o mentales, provienen de la raíz incondicionada. El Cosmos entero es un eco de la “A”.

En la visión de Ennin, la “A” no es solo un sonido o un signo gráfico. Ella es el principio interior del Buda Cósmico, Mahavairocana, la Realidad Iluminada que subyace a todos los fenómenos. Así como en la tradición Mahayana se habla de que “la Mente es Buda” o de que “todas las cosas tienen Naturaleza Búdica”, Ennin articula esa misma verdad en clave esotérica: todas las cosas participan de la sílaba “A”. Esto nos lleva a un aspecto central: lo originalmente no nacido. La “A”, al ser raíz y comienzo, es también símbolo de aquello que nunca fue producido y que, por lo mismo, no puede perecer. En esto se conecta con la noción de la Iluminación Original (Hongaku): la Budeidad no es algo adquirido después, sino que es inherente desde siempre.

En el Comentario de Ennin, leemos:

"Algunos objetan diciendo: ‘Los sonidos y las letras pertenecen al ámbito de los dharmas dependientes, nacidos de causas y condiciones. ¿Cómo puede entonces afirmarse que la letra “A” es no nacida?’

"A esto respondo: cuando se habla de lo dependiente como sujeto a nacimiento y muerte, esa es una explicación superficial y común. Pero si seguimos la exégesis profunda y secreta, afirmamos: la letra “A” es no nacida. ¿Por qué? Porque la letra ‘A’ no es obra de los Budas ni de los dioses celestiales; es el camino de la naturaleza de los dharmas tal cual es. Por eso se la llama ‘no nacida’. En efecto, esta letra primordial no surge por convención ni por fabricación, sino que está presente desde siempre, como raíz de todos los sonidos. Y así como los mantras no son invención de alguien, sino revelación de lo que es, la letra ‘A’ es la señal de la realidad no nacida, que permanece más allá del surgir y extinguirse de todos los fenómenos."

Ambos sistemas se vinculan a la doctrina de la Talidad (Tathata), pero de distinta manera.

  • En Kukai, los Seis Elementos son la expresión concreta de la Talidad: ella se diversifica en tierra, agua, fuego, viento, espacio y conciencia, mostrando que el Dharma no está fuera del mundo físico y psíquico.
  • En Ennin, la Talidad se identifica directamente con la “A” no nacida. Lo que Saicho llamó “Talidad según las condiciones” encuentra aquí su traducción esotérica: la letra “A” se expande en todas las sílabas, en todos los dharmas, iluminados o engañosos, sin dejar de ser en esencia no nacida.

Kukai concibe los Seis Elementos como siempre iluminados en sí mismos, aunque los seres ignorantes no lo perciban. El trabajo del adepto es despertar a la realidad de que su propio cuerpo-mente no es otra cosa que Mahavairocana en actividad. Ennin, por su parte, explica que la misma “A” puede manifestarse como Iluminación (Nirvana) o como engaño (Samsara). La diferencia no está en la raíz —que es siempre no nacida—, sino en la condición desde la cual los seres la experimentan. Esto otorga a su enseñanza un tono más dinámico y hermenéutico: la “A” no solo explica la unidad, sino también la dualidad de la experiencia.

En la práctica, Kukai propone contemplar los Seis Elementos como seis aspectos inseparables de la Realidad, integrando cuerpo y mente, cosmos y Buda. Su ritual es holístico y cósmico: el adepto participa en la red de interdependencias que constituyen el universo del Dharmakaya. Ennin, en cambio, centra la práctica en el Ajikan: la meditación en la letra “A” visualizada sobre un loto y un disco lunar. Esta práctica concentra toda la multiplicidad en una sola imagen, en un solo sonido. Contemplar la “A” es sumergirse directamente en lo no nacido y reconocerse en unidad con Mahavairocana.

Ambos sistemas convergen al enseñar que el universo entero no es distinto del Buda Cósmico, y que cada fenómeno expresa la Naturaleza del Buda. Sin embargo, Kukai despliega la pluralidad de los fundamentos (Seis Elementos), mientras Ennin reduce todo a la unidad del signo primordial (la “A”). Podemos decir que Kukai enfatiza la riqueza de lo múltiple, mientras Ennin subraya la simplicidad de lo uno. Ambos enfoques son complementarios: uno celebra la vastedad cósmica del Dharmakaya, el otro su raíz incondicionada y simple.

Tanto la teoría de los Seis Elementos como la doctrina de la letra “A” representan dos modos de expresar una misma intuición: que el universo entero es la manifestación del Buda Eterno. Kukai lo describe como un tejido de seis principios interpenetrados; Ennin, como un único sonido que lo abarca todo. La primera visión invita a contemplar la riqueza infinita de lo real; la segunda, a reconocer la raíz silenciosa de la cual esa riqueza procede. De este modo, ambas perspectivas no se contradicen, sino que se completan. El discípulo del Loto puede recorrer las dos vías: celebrar la danza cósmica de los Seis Elementos, y a la vez reposar en la quietud insondable de la letra “A”. Me gusta pensar que ambas montañas se reflejan en un mismo lago: el lago de la Talidad, cuya superficie —serena o ondulada— deja ver las dos verdades sin contradecirse.

Cuando Kukai articula su doctrina de los Seis Elementos (Rokudai), no ofrece un inventario materialista, sino una Ontología Sagrada. Tierra no es solo solidez, sino forma y sostén; agua no es solo fluidez, sino cohesión y comunión; fuego no es solo calor, sino energía que transforma; viento no es solo movimiento, sino respiración del mundo; espacio no es vacío inerte, sino amplitud que todo lo permite; y conciencia no es un accidente psicológico, sino luz cognoscente que informa y atraviesa los otros cinco. Estos seis no se yuxtaponen: se interpenetran, constituyendo el Cuerpo y Mente del Buda Cósmico. Por eso, para Kukai, el universo entero predica; el Dharmakaya habla y su voz son sonidos, letras y realidades en unidad. La práctica Shingon, con los Tres Misterios (Mudra, Mantra, Mandala), no añade algo externo al adepto: lo sintoniza con el ritmo de esos seis, hasta realizar el “Despertar en este mismo cuerpo” (Sokushin Jobutsu). Así, mundo y mantra, elemento y sabiduría, no son dos.

El Gran Maestro Ennin no niega nada de esto, sino que lo complementa; cambia el punto de enfoque. Donde Kukai describe la urdimbre cósmica como sextuplicidad dinámica, Ennin afina el oído hasta oír la nota madre. La sílaba “A” —primera vocal del sánscrito, raíz fonética de la que se despliegan todas las demás— es, para él, el emblema sonoro de lo no nacido (anutpada). No es casual: en el sánscrito, “a-” es prefijo de negación; en la exégesis esotérica, la “A” se leyó desde muy temprano como el sello de “no surgimiento y no extinción”. Ennin recoge esta tradición, la entronca con Saicho y su enseñanza de la Talidad según las condiciones, y la convierte en clave hermenéutica: lo que Kukai muestra como seis modos de ser del Buda, Ennin lo condensa en una fuente inagotable de la que todo mana y a la que todo retorna.

Por eso, cuando Ennin comenta el Sutra Vajrasekhara, declara que su esencia escritural es la “A” originalmente inherente: una sola letra indica la totalidad y unifica los múltiples significados del texto. Y al citar el Sutra de Mahavairocana —donde la enseñanza Shingon se identifica con la doctrina de la “A”— no busca una ocurrencia ingeniosa, sino afirmar que la diversidad de deidades, mudras y mandalas es legítima y necesaria, pero toda se legitima porque participa de un principio no nacido que no se fragmenta al manifestarse. En términos Tendai, diríamos: la Talidad es idéntica al surgimiento condicionado; en términos esotéricos, Ennin dice: la “A” se expande en todas las sílabas. La relación entre lo Uno y lo múltiple queda así sonora y visualmente explicada: Una letra–todas las letras, un Buda–todos los Budas, una Talidad–todas las condiciones.

Si Kukai subraya, con los Seis Elementos, la sacramentalidad de la materia y de la energía —pues todo es cuerpo de Mahavairocana—, Ennin subraya, con la “A”, la primacía de lo no nacido que, sin embargo, no huye de las formas, sino que se deja oír en cada forma. ¿Se oponen? No; se completan. En la montaña de Kukai, el practicante aprende a reconocer en todo elemento una modalidad del Buda y a unir su propio cuerpo, palabra y mente con los Tres Misterios. En la montaña de Ennin, el practicante aprende a oír en toda sílaba —sea mantra ritual o murmullo del río— la “A” que no nace ni muere, y a ver en todo Mandala la caligrafía desplegada de una sola letra. Donde Kukai mapea el Cosmos como Mandala Elemental, Ennin revela el alfabeto del Cosmos como Mandala Vocal.

Las consecuencias espirituales de este desplazamiento de enfoque son profundas. Con Kukai, la meta es sintonizar los Seis Grandes Elementos del propio cuerpo–mente con los del Cuerpo Cósmico, hasta transparentar la igualdad entre ambos. Con Ennin, la meta es reconocer que todo sonido y toda forma ya son la “A” en despliegue; por eso, no hay lugar al que ir para encontrar la Budeidad, porque todo lugar —animado o inanimado— resuena con la no–nacida. Así, la doctrina Tendai de la Naturaleza Búdica incluso de lo insensible encuentra en la “A” su fundamento esotérico: si todo proviene de esta vocal primordial, nada queda fuera de la Budeidad Innata. Y la Talidad según las condiciones adquiere forma audible: la misma “A”, según las condiciones de ignorancia o sabiduría, aparece como Mundo de Engaño o como Mandala de Iluminación.

La originalidad de Ennin está en mostrar que esta sílaba no se queda en la abstracción. La “A” puede manifestar el Reino Iluminado de los Mandalas Esotéricos cuando se la contempla con sabiduría; pero también puede dar lugar al Reino del Engaño cuando los seres, por ignorancia, perciben la Realidad de manera distorsionada. Aquí se advierte cómo Ennin recoge la enseñanza de la Talidad según condiciones: la misma raíz, según la disposición de la mente, puede aparecer como Iluminación o como confusión. En su Comentario, leemos:

"En dependencia del surgimiento condicionado del Reino del Dharma, que es en sí mismo la naturaleza del Dharma, se establece el Reino de la Iluminación interna del Tathagata. Así, la letra ‘A’, siendo la raíz no nacida de todos los dharmas, se manifiesta según las condiciones: cuando hay sabiduría, se revela como el Reino de la Iluminación que los mandalas describen; cuando hay ignorancia, se muestra como el Reino del Engaño en que los seres ordinarios experimentan el nacimiento y la muerte. Por tanto, la misma letra primordial funda a la vez el Mandala de la Iluminación y el Mundo del Samsara. No son dos raíces distintas, sino dos modos de manifestación de una única realidad: la ‘A’ no nacida."

Cuando Ennin interpreta la sílaba “A” como originalmente no nacida, no la limita a los seres conscientes o animados. En su comentario al Sutra Vajrasekhara, declara explícitamente que la “A” abarca tanto los seres vivos como los insensibles: rocas, ríos, montañas, árboles, sonidos y formas. Esto conecta con la doctrina avanzada en el Tendai japonés —ya latente en Saicho y más tarde desarrollada por Annen y Genshin— de que los seres insensibles también poseen Naturaleza Búdica. Ennin encuentra en la “A” el principio que lo explica: puesto que todo lo existente surge de esta raíz sonora, nada queda fuera de la Budeidad.

En la tradición exegética, había debates intensos sobre si los seres inanimados podían tener Naturaleza Búdica. Algunos sostenían que solo los seres conscientes podían aspirar al Despertar. Ennin, sin embargo, a través de su doctrina de la “A”, toma una posición firme:

  • La “A”, raíz de todas las letras y sonidos, se expande en todo el universo.
  • Como tal, todo lo que existe es manifestación de esa sílaba primordial.
  • Por consiguiente, también lo insensible participa de la Iluminación Original.

Esto constituye una fundamentación esotérica de la enseñanza Tendai de la Naturaleza Búdica universal. Lo que en otros textos se argumentaba filosóficamente, aquí se afirma a través de la lingüística sagrada del mantra: la letra es el Cosmos, y el Cosmos es letra.

La doctrina de Saicho sobre la Talidad según las condiciones encuentra aquí su eco esotérico. La misma sílaba “A”: si se manifiesta en condiciones de ignorancia, aparece como mundo profano y engaño; si se manifiesta en condiciones de sabiduría, aparece como mandala y Reino del Buda. Pero ambos reinos —el de los seres conscientes y el de lo insensible— son, en última instancia, la misma raíz sonora. Así, Ennin logra armonizar el mundo humano, el mundo natural y el mundo de los Budas en una sola ontología de la “A”.

Podría decirse, en clave de la Triple Verdad Tendai (Vacío, Existencia Provisional y Camino Medio), que la “A” de Ennin se alinea naturalmente con este esquema: la “A” como Vacío/No–Nacimiento; su expansión en letras y fenómenos como Existencia Provisional; y su reconocimiento sin fisuras en cada sílaba y cosa como Camino Medio que no abandona lo uno ni niega lo múltiple. El marco de Kukai permite la misma lectura: los Seis Elementos, en cuanto sabidurías dinámicas, no sostienen una sustancialidad rígida, sino la mutua identidad de vacío y forma. Pero Ennin, al reducir el mapa al manantial, ofrece al devoto una puerta de concentración de gran potencia: una sola letra que resume el océano.

Desde esta perspectiva, también se ilumina la práctica. El Ajikan —la contemplación de la “A” sobre disco lunar en un loto—, difundido en tradiciones Shingon y Tendai, se entiende en Ennin como síntesis: una letra en la cual el adepto se sumerge hasta percibir que todas las letras del mantra vuelven a ella; un centro desde el cual el Mandala entero irradia. Lo que en Kukai se aprende recorriendo las arterias del cuerpo elemental del Buda, en Ennin se aprende escuchando el latido de su voz primordial. No hay contradicción: son dos pedagogías del mismo Misterio.

Por todo ello, cuando, con voz de la Escuela del Loto Reformada, digo que Ennin “contrasta” con Kukai, no pretendo levantar muros, sino mostrar los dos lados de la misma medalla del Ekayana. Kukai nos enseña a habitar el Templo del Cosmos —elemento por elemento— hasta descubrir que ese templo es nuestro propio cuerpo consciente; Ennin nos enseña a oír en ese Templo la nota madre —“A”— hasta descubrir que cada ladrillo, cada lámpara y cada incienso son esa nota en manifestación. Uno ensanchó la bóveda celeste con seis columnas; el otro tensó una sola cuerda y la hizo vibrar hasta llenarlo todo. Y en ambos casos, Mahavairocana, el Buda Eterno, resplandece como origen y destino de todas las vías.

De hecho, para el Gran Maestro Ennin, la letra A es el mismo Bodhicitta, la Mente del Despertar. En su Comentario, leemos:

"En cuanto a este Bodhisattva, se establece en la primera de las cuatro formas de la letra ‘A’. El Rishukyo explica: ‘La letra A significa la mente de la bodhi. Así como esta letra precede a todas las demás, también la bodhicitta precede a todas las prácticas del Mahayana, pues conduce a la Suprema Iluminación’. La segunda ‘A’, al ser larga, significa la práctica que prolonga y sostiene el camino. La tercera ‘A’, elevada, significa la igualdad en el Despertar, en la que todos los seres participan de la misma Naturaleza del Buda. La cuarta ‘A’, breve o cerrada (a veces llamada ‘Ak’), significa el Nirvana, donde todo se completa y se aquieta. Estas cuatro formas de la letra ‘A’ corresponden a los cuatro tipos de sabiduría y liberación de Mahavairocana. Y en su manifestación exterior aparecen como los cuatro grandes bodhisattvas del Reino Vajra que rodean al Buda en el Mandala."

Aquí Ennin da un paso más: la “A” no es solo símbolo del no nacido, sino también camino progresivo. En sus cuatro variantes, traza un itinerario:

  • Bodhicitta (el inicio del Despertar).
  • Práctica (la perseverancia en el sendero).
  • Igualdad (la visión de la Budeidad Universal).
  • Nirvana (la consumación de la liberación).

La letra “A” se convierte así en un mapa del Mahāyāna entero, desde la intención inicial hasta la culminación de la iluminación.

Finalmente, Ennin muestra que el principio de la “A” resuelve una tensión clásica en el pensamiento budista: la relación entre lo uno y lo múltiple. Si la “A” se expande en todas las sílabas, entonces:

  • Lo uno (la Talidad, lo no nacido, la Budeidad) está presente en cada sílaba y fenómeno.
  • Lo múltiple (las letras, los mantras, los fenómenos) son manifestaciones legítimas de lo uno.

De esta manera, la “A” no destruye la diversidad, sino que la explica y la integra en una visión de unidad cósmica.

La Meditación Ajikan: Experiencia de la Letra “A”

La práctica denominada Ajikan (contemplación de la “A”) surge como prolongación ritual y meditativa de la doctrina expuesta por Ennin y cultivada también en la tradición Shingon. En ella, el adepto contempla la letra “A” escrita en siddham, colocada sobre un loto blanco de ocho pétalos, que a su vez descansa sobre un disco lunar redondo y luminoso. Este conjunto no es arbitrario: cada símbolo refuerza la enseñanza doctrinal. El loto significa pureza, el disco lunar representa la claridad de la mente iluminada, y la letra “A” es la raíz no nacida de todos los dharmas. Al concentrar la mente en esta imagen, el practicante establece un vínculo directo con el cuerpo del Buda Mahavairocana, pues la letra no es mera convención gráfica, sino manifestación real de la Talidad. Así, el practicante se une y funde con el Universo.

El objetivo esencial de la práctica es realizar en la propia conciencia el significado de la “A”: lo no nacido (anutpada). Cuando la mente penetra en el signo y lo reconoce como raíz de todos los sonidos y fenómenos, surge una comprensión súbita: nada ha nacido en verdad desde el principio, y por lo mismo, nada muere. Todos los dharmas carecen de origen fijo, y por ello se interpenetran sin obstáculos. Este reconocimiento no es intelectual, sino existencial: el meditador se experimenta a sí mismo como parte del flujo ilimitado de la Talidad. En ese instante, la diferencia entre Samsara y Nirvana, adentro y afuera, se disuelve, porque ambos se revelan como modulaciones de la misma letra primordial.

En el marco de la Escuela Tendai, la Ajikan confirma la doctrina de la Budeidad Innata. Si la letra “A” está en todos los fenómenos, también se halla en la propia mente del practicante. Contemplar la “A” no es invocar algo ajeno, sino descubrir lo que ya está presente en el interior. Por eso se dice que el Ajikan es una práctica de Despertar inmediato, pues no conduce a la Iluminación en un futuro lejano, sino que revela la Budeidad siempre actual de la mente.

Tradicionalmente, se distinguen tres niveles en la contemplación de la “A”:

  • Visualización externa: el meditador contempla la letra escrita sobre loto y luna, fijando en ella la atención.
  • Visualización interna: la imagen de la “A” se proyecta en el corazón del practicante, brillando como un loto en el centro del pecho.
  • Identificación total: el practicante y la “A” se funden. No hay dos: la mente del adepto es la Mente de Mahavairocana, vibrando en la misma sonoridad primordial.

Estos tres niveles muestran un camino gradual hacia la no-dualidad, donde la letra ya no es objeto, sino identidad.

El Ajikan no es solo técnica meditativa, sino también práctica ética y ritual. La contemplación de la “A” transforma la manera en que el adepto se relaciona con el mundo: al reconocer todo como manifestación del no nacido, abandona el apego y cultiva la compasión. Cada palabra, cada sonido de la vida cotidiana, se experimenta como expansión de la “A”. Así, la práctica derrama sus frutos en la vida diaria, orientando las acciones hacia la construcción del Reino del Buda en la Tierra.

En el plano ritual, la Ajikan puede integrarse en liturgias esotéricas como invocación del Dharmakaya. Visualizar y recitar la “A” es hacer presente a Mahavairocana, no como figura externa, sino como resonancia interior.

La Ajikan es la encarnación vivencial de la doctrina de la letra “A”. Lo que los textos declaran como principio —que la “A” es la raíz no nacida de todos los dharmas— se convierte aquí en experiencia directa. En la quietud del loto y la luna, el adepto oye con claridad la voz primordial del cosmos: un sonido silencioso que lo abarca todo. En ese momento, no hay diferencia entre el meditador y Mahavairocana; ambos son la misma vibración eterna del Dharma.

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Por todo esto, la doctrina de la letra “A” constituye uno de los símbolos más luminosos y universales del Budismo esotérico dentro de la tradición Tendai. En ella, lo insondable del Dharma se condensa en un signo mínimo y humilde: una simple vocal. Y, sin embargo, en ese trazo breve resuena la totalidad del Cosmos. El universo entero —con sus montañas y ríos, sus mandalas de sabiduría y sus ilusiones engañosas— se sostiene en la raíz de la “A” no nacida, la voz primordial de Mahavairocana.

En el marco doctrinal, la enseñanza de Ennin otorga a la “A” un papel fundamental. Frente a la visión de Kukai, que despliega la riqueza de los Seis Elementos, Ennin concentra toda la Realidad en una única raíz sonora. Donde uno celebra la diversidad, el otro proclama la unidad. Y, sin embargo, ambas perspectivas se encuentran en la misma conclusión: no hay nada fuera de la Budeidad, pues todo lo que existe es Cuerpo y Voz del Buda Cósmico. La doctrina de la “A” revela que tanto la Iluminación como el engaño, tanto el Samsara como el Nirvana, brotan de la misma fuente inmutable: lo Absoluto, el Buda Mahavairocana.

Desde la perspectiva de la Escuela del Loto Reformada, la doctrina de la “A” conserva hoy toda su vigencia. Ella enseña que la fe, el estudio y la práctica no son caminos separados, sino ecos de la misma vocal; que la vida cotidiana —con sus palabras, gestos y silencios— es también el espacio donde resuena la Voz del Buda Eterno; y que el compromiso misionero de transformar el mundo no es distinto de la contemplación más íntima, porque ambos se sostienen en la raíz no nacida del Dharma.

En última instancia, la letra “A” no es solo una letra: es un Mantra Universal, un símbolo ontológico, una práctica meditativa y un principio de fe. Es la negación que afirma, el silencio que habla, la unidad que se expande en la multiplicidad. Aprender a escucharla es aprender a oír el murmullo del Buda en todas las cosas; la Predicación Eterna del Buda a través del Cosmos.