Deberes del Creyente
Creyentes Laicos
1. Ya se ha dicho que el discípulo del Buda cree en los Tres Tesoros, es decir: en el Buda, en el Dharma y en la Orden (Sangha). Por ello, el creyente laico deberá tener fe indestructible en el Buda, en el Dharma y en la Orden y cumplir todas las normas que ordena el Dharma.
Los preceptos para el creyente son: no matar a los seres vivos, no robar, no adulterar, no mentir y no usar intoxicantes.
El creyente, además de tener fe en estos Tres Tesoros y de guardar los preceptos, es menester que se esfuerce para que los que no lo son, despierten en la fe y a los preceptos. Debe esforzarse para propagar la fe entre los parientes, amigos y conocidos. Y así, también ellos podrán recibir la Misericordia del Buda.
La fe en los Tres Tesoros y la práctica de los preceptos tienen como fin el logro de la Iluminación. Por lo tanto, hay que librarse de los apegos, aun viviendo en este mundo de los deseos.
Tarde o temprano nos separaremos de los padres. También tenemos que pensar que tarde o temprano dejaremos este mundo. Sin sentir apego por lo que algún día tenemos que dejar, tenemos que inclinar el alma hacia el mundo de la Iluminación en donde no existe la separación.
2. Si el creyente escucha las Enseñanzas del Buda y tiene uno fe en ellas experimentará una felicidad profunda y tranquila que, como una luz, se proyectará sobre todas las cosas que lo rodean.
Cuando el alma (mente) es pura, gentil, paciente y pacífica, nunca causa sufrimiento a otros, porque piensa en el Buda, en el Dharma y en la Orden. La felicidad emanará de por sí y el creyente verá la luz de la Iluminación en todas las cosas.
Tener fe en el Buda es identificarse con Él y descansar en su seno. Así uno ya está libre de la idea del “yo”, ya no codicia para sí, no experimenta temor en su vida cotidiana ni disgusto por la crítica.
No teme a la muerte porque sabe que nacerá en el mundo del Buda. Puede hablar acerca de su fe sin temor delante de la gente porque cree en la veracidad y en la santidad del Dharma.
No siente preferencia por nadie porque hace de la misericordia el espejo de su alma y porque su alma es pura y recta, hace el bien con voluntad.
Su fe aumenta tanto en la adversidad como en la prosperidad. Si siente vergüenza de sus culpas, respeta el Dharma, hace lo que dice y dice lo que hace, concuerdan la palabra y la conducta, ve las cosas con clarividencia y tiene el alma inmutable como una montaña, entonces sentirá, cada vez, mayores deseos de ir por el camino de la Iluminación.
Aunque él viva en situaciones muy difíciles y entre gente con alma impura, si tiene fe en el Buda, intentará que todos sean guiados al bien.
3. Para ello debe comenzar por sí mismo a desear escuchar las Enseñanzas. Si alguien os dice “entrad en esta llama y ganaréis la Iluminación”, hay que tener resolución para hacerlo.
Quien al escuchar el nombre del Buda se adentra en el fuego que inunda el mundo, encuentra la salvación.
Tenéis que practicar vosotros mismos la Enseñanza: dad limosna, respetad al que debe ser respetado, servid al que debe ser servido y tratad a los seres con alma de gran misericordia. Ser egoista y actuar caprichosamente no es conducta del que busca el Camino.
Lo más importante es escuchar el Dharma, tener fe en él, no envidiar, no ser disturbado por las palabras ajenas, y reflexionar acerca de lo que uno mismo hace o deja de hacer. No os preocupéis de que otros no lo hagan, lo principal es controlar vuestra propia alma.
El que cree en el Buda, cree en la fuerza que de atrás lo sostiene. Cree en la Gran Compasión, por ello nace de por sí, en su alma, la magnanimidad. No es meticuloso. Al contrario, el que no cree en Buda, sólo piensa en sí mismo, es pusilánime y sufre por pequeñeces.
4. El que escucha las Enseñanzas del Buda sabe que el cuerpo es mutable, que es la fuente de los sufrimientos y el origen del mal, y por eso no siente apego al cuerpo.
Sin embargo, al mismo tiempo mantiene con gran cuidado el cuerpo, no para el placer sino para lograr el Camino y transmitirlo.
Si no guardáis vuestro cuerpo no podréis conservar la vida que tenéis. Si no tenéis vida no podréis recibir la Enseñanza y llevarla a la práctica, ni tampoco podréis propagarla.
El que pretende cruzar el río guarda con cuidado su balsa, el que viaja guarda con cuidado su caballo, así el que escucha el Dharma debe guardar su cuerpo con cuidado.
El que cree en el Buda debe vestirse para protegerse del frío y del calor y para cubrir su vergüenza, y no en vista de decoro. Debe comer para nutrir y mantener el cuerpo, a fin de poder recibir y predicar las Enseñanzas, y no por gula.
Del mismo modo, el vivir en una casa no debe ser para el cuerpo ni para la vanidad. El creyente debe vivir en la casa de la Iluminación para protegerse de las pasiones terrenales y de la lluvia y el viento de las malas enseñanzas.
Pensad que nada es para el cuerpo. No seáis arrogantes con los seres. Todo ha de hacerse para los seres, para el Dharma y para el Despertar.
Por más que estéis con la familia sin abandonar la
casa, vuestra alma no se aleja ni un instante del Camino.
Velad por la familia con alma de misericordia, y buscad la
manera de enseñarles el camino de la salvación.
5. Para los miembros seglares de la Orden es menester
hacer estos esfuerzos para servir al Buda, a los padres, a la
familia, y para controlarse a sí mismo.
Es decir, cuando sirváis a los padres guardad y cuidad
de ellos pensando lograr una paz eterna.
Cuando estéis
con la esposa y los hijos pensad que tenéis que escapar de
la cárcel de los apegos.
Cuando escuchéis música pensad en la alegría del
Dharma. Cuando estéis en el hogar pensad entrar en el
ámbito de los sabios y separaos de las impurezas.
Al dar una limosna pensad en echar fuera de vosotros
toda codicia. Al estar en una reunión, pensad en entrar en
el grupo de los sabios. Al enfrentaros a alguna desgracia
pensad en lograr un alma tranquila que no es afectada por
nada.
Al refugiaros en el Buda desead experimentar el Camino junto a los seres y haced nacer en vosotros mismos el alma que busca el Camino.
Al refugiaros en el Dharma, desead lograr una sabiduría comparable al mar, entrando en lo profundo de la Enseñanza.
Al refugiaros en la Orden desead una hermandad pacífica de igualdad con los seres sintientes.
Al vestiros no olvidéis poneros la túnica del bien y de la humildad.
Al echar de vosotros lo innecesario pensad en echar con ello la codicia, la ira y la necedad.
Al ver una cuesta que sube a lo alto, pensad en subir el camino de la Iluminación para cruzar el mundo de la inquietud. Y al ver una cuesta que baja, pensad en entrar en lo profundo del Dharma humildemente con la cabeza inclinada.
Al ver un puente, pensad en construir el puente de la Enseñanza para hacer pasar a los seres sintientes.
Al ver a los que padecen tristezas, lamentad lo mutable de esta vida.
Al ver a los que gozan de los deseos, pensad en lograr la verdadera Iluminación y alejaros del mundo ilusorio.
Ante una comida suculenta pensad en alejaros de los apegos reconociendo la moderación. Ante una comida pobre pensad en alejar los deseos mundanos eternamente.
Cuando os azote el rigor del calor en verano, desead sentir la frescura de la Iluminación, libre de la fiebre de los deseos. Cuando sintáis el frío crudo de invierno, pensad en el calor de la luz que emana la Gran Compasión del Buda.
Al recitar las sagradas Escrituras, pensad en no olvidar las Enseñanzas.
Cuando penséis en el Buda, desead tener ojos clarividentes como los del Buda.
Al dormir pensad en purificar el alma haciendo descansar las funciones del cuerpo, la boca y el pensamiento, y desead ver con claridad al despertar por la mañana.
6. El que cree en el Buda, conoce la esencia verdadera de las cosas, es decir, sabe lo que es el “vacío”. Por eso no menosprecia los trabajos de este mundo y de las relaciones entre los seres. Los recibe tal como son y trata de ajustarlos, tal como son, al camino de la Iluminación.
No marquéis un límite entre este mundo de los seres considerándolo insignificante e ilusorio, y el mundo de la Iluminación considerándolo como sagrado. Tratad de experimentar el camino de la Iluminación entre las cosas de este mundo.
Quien mira al mundo con ojos vendados por la ignorancia verá un mundo de errores y sin sentido. Quien lo mira con sabiduría lo verá tal como es, el mundo de la Iluminación.
No existen cosas significantes ni insignificantes, cosas buenas ni malas. El ser es el que las divide en dos grupos.
Si se ilumina todo con la Sabiduría, libre de falsos juicios, todo se convierte en un mundo significante y valioso.
7. El que cree en las Enseñanzas, cree en el Buda y con
su alma llena de fe reconoce el valor de las cosas de este
mundo y con esta alma sirve al prójimo.
El que cree en el Buda no es orgulloso, tiene un alma
humilde, servicial, que alimenta igualmente a todos como
la madre tierra, que no le importa trabajar para el mundo,
que soporta todos los sufrimientos, que no descuida, que
siembra la semilla del bien en los pobres.
Quien siente compasión por los pobres se tranforma
en un alma que cuida de todos los seres como una madre caritativa, en un alma que respeta a los hombres como
si fueran sus amigos personales o sus padres.
Aunque miles de seres sientan odio por los creyentes y traten de hacer daño, no lograrán sus pretenciones.
Es como el veneno que no logra ensuciar el agua del océano.
8. El que cree en el Buda, al volver los ojos a sí mismo,
ve su propia felicidad. Agradece al Buda porque sabe que esta fe se la debe plenamente a Él y que es un regalo.
Sabe que dentro del barro de las pasiones no existe la semilla de fe, pero dentro de este fango se ha plantado el alma misericordiosa del Buda y lo ha convertido en un alma creyente.
Como se ha dicho antes, no puede brotar la fragante “candana” de las ramas de la venenosa “eranda”. De la misma manera, no podrá haber en un corazón lleno de pasiones, una semilla de la fe que cree en el Buda.
Sin embargo, sabemos que actualmente brotan los capullos de la alegría en el hombre, y al verlos florecer dentro de un corazón lleno de pasiones, debemos concluir que sus raíces están en el seno del Buda.
Si los creyentes piensan en el “yo”, puesto que su alma es condiciosa, furiosa e ignorante, hacen que nazca en ellos la envidia, el odio y la infatuación. Pero en cuanto se refugian en el Buda, pueden realizar grandes servicios por el Buda. Esto es, en verdad, algo maravilloso.
* Este extracto ha sido traducido y editado de "La Enseñanza del Buda", un libro publicado por la Bukkyo Dendo Kyokai, la Sociedad para la Propagación del Dharma del Buda en Japón. El mismo consiste de extractos de los Sutras Mahayana y Hinayana, ordenados por temática, para exponer de manera devocional y reverente la enseñanza del Buda.