A medida que nos adentramos másn en el verano, se elevan las energías Yang (In), y esto trae cambios, no solo físicos, sino también mentales y emocionales que debemos guiar con consciencia. En el verano, cuando el sol se encuentra en su cenit y la luz invade el mundo con majestad abrasadora, las enseñanzas del Budismo nos revelan que no sólo la naturaleza visible se transforma, sino que también el tejido energético que entrelaza a todos los seres vibra con una intensidad particular. La estación veraniega es la manifestación externa del auge del principio Yang (In) —fuerza activa, ascendente, luminosa y ardiente—, que anima los cielos y penetra los corazones.
Desde la Doctrina de los Seis Grandes Elementos, este ascenso del Yang se vincula al elemento Fuego —uno de los seis grandes constituyentes del Cosmos: Tierra, Agua, Fuego, Viento, Vacío y Conciencia. En verano, el Fuego —como símbolo de expansión, transformación y dinamismo— impregna todas las formas. El cuerpo del Buda Mahavairocana (Dainichi Nyorai), cuya esencia se manifiesta en todos los rincones del universo, arde con la sabiduría iluminadora que quema las impurezas de la Ignorancia. Así, el verano puede verse como la estación en la cual la sabiduría del Buda penetra más claramente el mundo fenoménico.
Sin embargo, este fuego espiritual también puede abrasar si no se canaliza correctamente. Cuando el Yang se desequilibra, puede dar lugar a excesos: ira, impaciencia, insomnio, pensamientos dispersos, y una voluntad demasiado orientada hacia la acción sin arraigo contemplativo. Por eso, el devoto del Camino debe aprender a cultivar el equilibrio en el calor, tal como el loto que florece sobre las aguas turbias y ardientes sin marchitarse.
Una de las prácticas recomendadas en esta estación es la meditación del loto llameante. En ella, el practicante visualiza el símbolo de la letra "A" —representación del principio no-nacido, silencioso y original— flotando sobre un loto incandescente. Este loto, radiante de fuego, no quema sino que purifica; y la "A", aunque está en el centro del ardor, permanece inmutable. Con ello se busca armonizar el fuego exterior del verano con la sabiduría interior del silencio, fundiendo el calor solar con la serenidad de la conciencia.
Otra recomendación es la ingesta ritual y consciente de infusiones amargas y refrescantes —como las de hojas de loto, cebada tostada o crisantemo— para calmar el elemento fuego y nutrir el agua interior, contrabalanceando el ascenso del Yang. En el Budismo Esotérico, no hay división entre cuerpo y espíritu: la purificación del cuerpo es también una purificación de la mente. Así, la alimentación ligera y la hidratación ritualizada son formas de culto al Templo del Cuerpo del Buda.
En los templos budistas, durante el verano se intensifican las prácticas del fuego ritual (Goma), no sólo como ofrenda a los Budas y Bodhisattvas, sino como espejo de la combustión interior que debe elevar las pasiones hacia la sabiduría. Las llamas del altar representan las del corazón: si las alimentamos con leña pura —la virtud, la contemplación, la generosidad—, se tornan columnas de luz; si les echamos impurezas —el deseo egoísta, el orgullo, la confusión—, el humo nos enceguece.
Es también tiempo propicio para recitar el Mantra de Fudo Myoo, quien con su espada flamígera corta las ilusiones y con su fuego nos arranca las cadenas del karma negativo. Su imagen nos recuerda que no toda energía ardiente es destructiva: la cólera sagrada de los Vidyarajas no es pasión, sino compasión abrasadora que libera.
Por último, el verano es estación de acción iluminada. Así como la naturaleza produce frutos y florece, el practicante debe externar su compasión activa, involucrarse en el bienestar de otros, llevar el Dharma a quienes lo necesitan, disipar las sombras del egoísmo en el mundo. El Yang no es solo calor: es movimiento ascendente, es voluntad del Buda que se extiende por los reinos del Samsara para encender antorchas de esperanza.
Así, que en este verano tu cuerpo sea un altar de luz, tu mente un espejo de claridad, y tus actos semillas de sabiduría. Que el fuego del mundo no te consuma, sino que te ilumine; y que en medio del ardor de la existencia, resplandezca en ti la Llama Serena del Buda Eterno.