En estos días, en todos los templos budistas de Japón y de la tradición budista japonesa en el mundo, se celebra el Hanamatsuri - el Natalicio del Buda en el mundo. En este día sagrado, cuando los cielos se inclinan y las flores del mundo parecen abrirse en una sinfonía de perfumes, celebramos con profunda reverencia el Hanamatsuri, la Fiesta de las Flores, el natalicio del Señor Shakyamuni, la manifestación encarnada del Buda Eterno en la Tierra. Este no es un mero aniversario histórico, ni una ceremonia sin alma, sino el misterio perpetuo del renacer del Buda en cada rincón del universo, y especialmente, en los corazones de aquellos que, con fe y humildad, se postran ante su Luz. Se dice en las Escrituras que al nacer, el Buda dio siete pasos y proclamó: "Yo soy el Honrado en el Cielo y en la Tierra" (Sutra Lalitavistara). Estas palabras, más que un prodigio físico, son una proclamación mística: el Buda no nace para sí, sino como la irrupción del Eterno en el mundo del tiempo, como el anuncio de que la Iluminación no es una excepción, sino el destino natural de todos los seres.
En este día de primavera espiritual, la Escuela del Loto Reformada nos enseña que el nacimiento del Buda Shakyamuni es la manifestación compasiva del Buda Eterno, la Fuente de todos los Budas, que toma forma en este mundo para guiarnos con ternura hacia la Otra Orilla del Despertar. Su aparición, la cual transformó nuestro sistema cósmico, lejos de estar encerrada en el pasado, se repite misteriosamente cada vez que un ser siente compasión, actúa con sabiduría o pronuncia una palabra verdadera. Así como las flores se abren cuando llega la estación propicia, el Buda nace en nosotros cuando llega el momento de Despertar. Hoy, el jardín de Lumbini florece también en el jardín de nuestra alma. La lluvia de flores celestiales es símbolo de la Gracia del Buda, que cae sobre todos los seres sin distinción, como agua perfumada que disuelve el polvo del karma, riega la semilla de la Naturaleza Búdica y hace brotar la flor de su Espíritu. Cuando vertemos agua sobre la estatua del Buda, no sólo honramos su nacimiento en el pasado, sino que participamos de un acto sacramental: estamos lavando simbólicamente nuestra propia conciencia, abriendo nuestro ser a la Presencia que siempre ha estado allí, velada bajo los velos del deseo y la Ignorancia.
El Sutra del Loto proclama que todos los seres poseen la Naturaleza Búdica, el Espíritu del Buda Eterno, y, aunque atrapados en las redes de la ilusión, están destinados a alcanzar la Budeidad. Este día nos recuerda que la Verdad última no es que somos imperfectos, sino que hemos olvidado nuestra perfección. Celebrar el Hanamatsuri es recordar que el Buda está en nosotros como una Llama secreta, esperando que soplemos con la fe y la práctica para que se eleve y alumbre nuestras vidas. Así pues, preguntémonos: ¿dónde necesitamos que nazca hoy el Buda? ¿En qué rincón de nuestro corazón aún duerme la flor que Él puede abrir? Porque el Buda nace verdaderamente cuando una lágrima de compasión brota ante el sufrimiento ajeno, cuando un acto de generosidad se ofrece sin condiciones, cuando un pensamiento se aquieta en la meditación, cuando un instante de fe vence la duda. En esos momentos, el Buda ha nacido… y ha nacido en ti.
Este día, por tanto, no es un simple recordatorio, sino una oportunidad mística de Renacimiento. El Buda nos invita a nacer con Él, a dejar atrás las formas caducas del ego y abrirnos al Espíritu que no envejece ni muere. El Sutra del Nirvana nos dice que la Naturaleza Búdica es como un diamante oculto bajo el barro de los deseos. Hoy es el día de lavar ese barro. Hoy es el día de mirar en el espejo del alma y ver reflejado, no a un ser limitado, sino al Hijo del Buda Eterno, al Bodhisattva llamado a transformar el mundo. Porque no basta con que el Buda haya nacido hace 2,500 años; es necesario que nazca hoy, en nuestras palabras, en nuestras decisiones, en nuestras relaciones, en nuestra visión del mundo. Y al permitir que nazca en nosotros, nos convertimos en canales de su Luz, transformando el Samsara en Tierra Pura, cumpliendo el plan divino del Reino del Buda sobre la Tierra.
Así pues, hagamos hoy un voto profundo. Que el Buda no haya nacido en vano. Que su Espíritu no quede como estatua muda ni como recuerdo lejano. Que su Vida en nosotros se haga Compasión viva, Sabiduría encarnada, y Presencia luminosa. Y así, por nuestros actos, por nuestras obras y nuestras oraciones, que el mundo se aproxime un paso más al Reino del Buda. Porque el nacimiento de Shākyamuni no fue el alba de un sol que se pone, sino la manifestación de un Sol eterno que brilla en cada uno. En este día santo, mientras las flores caen sobre nuestras cabezas como bendiciones del cielo, que podamos decir con total sinceridad, desde lo más profundo de nuestro corazón: Hoy, el Buda ha nacido… y ha nacido en mí. Svaha.