Bienvenido a la Tierra Pura de la Luz Serena, un recurso sobre el Verdadero Budismo (一乘佛教), y sus posteriores ramificaciones, a la luz de las Enseñanzas Perfectas y Completas (圓教). Aquí presentamos el Budismo como religión, filosofía y estilo de vida, con énfasis en la Teología Budista (Budología), aspirando a presentar el Budismo balanceadamente entre la academia (estudios budistas) y la devoción, desde el punto de vista de una escuela tradicional de Budismo japonés (Escuela del Loto Reformada) y las enseñanzas universales del Sutra del Loto (法華経).


lunes, 7 de abril de 2025

Bajo la Luz del Buda, Florecen los Hijos del Loto: Segundo Sermón de Hanamatsuri 2025

 


En aquel amanecer sin tiempo, cuando el Príncipe nació en los jardines de Lumbini, la tierra tembló suavemente, las flores florecieron fuera de estación, y una lluvia de fragancias descendió desde los cielos. Este no fue un nacimiento ordinario, ni un acontecimiento encerrado en la historia: fue la revelación de lo Eterno en el corazón de lo transitorio. Fue la señal sagrada de que el Buda Eterno no permanece en silencio, sino que se manifiesta en el tiempo para llamar a sus Hijos al Despertar. Y hoy, en este Hanamatsuri, no sólo recordamos aquel nacimiento, sino que contemplamos su eternidad viva en nosotros. Hoy, con el corazón abierto, vemos que el Jardín de Lumbini no ha desaparecido; florece nuevamente en este mismo momento, y ustedes son sus flores más bellas.

Cada uno de ustedes, queridos hermanos y hermanas en el Dharma, es como una flor distinta en el Jardín del Buda. Algunas son altas como lirios, sabias y firmes en su palabra; otras son humildes como violetas, silenciosas pero llenas de devoción. Hay quienes brillan con el perfume de la compasión, y quienes dan fruto en la forma de obras justas. Cada flor tiene su color, su forma, su fragancia única, y sin embargo, todas se abren hacia el mismo Sol: la Luz del Buda, que brilla sin cesar. Y hoy, como en aquel primer día, los cielos se abren sobre nosotros y el Agua de Gracia cae suavemente, como rocío sobre nuestras almas. Es el agua de los dioses, es el Néctar del Dharma, es la bendición que nos recuerda que hemos sido sembrados por la Sabiduría del Buda, y que florecemos no por nuestro propio poder, sino por su Amor Eterno.

Y así como las flores no compiten entre sí en el jardín, sino que se armonizan en belleza, también nosotros, como comunidad sagrada, como Sangha del Buda Eterno, hemos sido llamados a florecer juntos, cada uno manifestando los dones recibidos desde su nacimiento en el Dharma. Uno enseña, otro consuela; uno medita en soledad, otro sirve a los demás; uno canta Sutras, otro tiende la mano en silencio. Todos, absolutamente todos, tenemos una función que cumplir en la Gran Obra de la Iluminación. Y no hay flor inútil, no hay alma olvidada, no hay vida sin propósito: cada uno es un instrumento del Reino del Buda, y este mundo —por caótico que parezca— es el terreno en el que ese Reino debe brotar, como Tierra Pura nacida en medio del Samsara.

El Buda no nació para reinar en un palacio, sino para sembrar su Reino en los corazones. Y ese Reino no se establece con ejércitos ni leyes, sino con actos de compasión, palabras de verdad, y votos profundos. Por eso, en este día bendito del Hanamatsuri, se nos invita no sólo a celebrar, sino a recordar y renovar nuestro Voto del Bodhisattva. Ese Voto que quizás hicimos en vidas pasadas, o al recibir por primera vez el Dharma, o en un momento de dolor donde prometimos ser luz para los demás. Hoy es día de recordar ese juramento sagrado: No alcanzaré la Iluminación final mientras un solo ser permanezca en la oscuridad. No descansaré en el Nirvana mientras haya una lágrima sin consuelo. Me convertiré en puente, en medicina, en refugio, en lámpara, en camino… hasta que todos los seres despierten.

Ese es el corazón del Bodhisattva. Y ese corazón florece con fuerza especial en este día, porque el mismo Buda que nació en Lumbini hoy renace en nosotros, para caminar nuevamente este mundo con nuestros pies, para abrazar con nuestras manos, para enseñar con nuestras voces, y para consolar con nuestras lágrimas. No estamos solos, ni abandonados. Somos portadores de una Luz que no puede ser extinguida, y este Hanamatsuri es un recordatorio glorioso de que nuestra vida no es accidental, sino una misión sagrada.

Por eso, hermanos y hermanas, Hijos del Buda, flores del Jardín de Lumbini, hoy postrémonos interiormente con gratitud y renovemos nuestro compromiso. Que este día no pase como una festividad más, sino como un renacer de nuestra vocación más profunda. Que cada flor se abra. Que cada alma recuerde. Que cada devoto diga en lo secreto de su corazón: Aquí estoy, Buda Amado. Renuévame. Riega mi alma con tu Gracia. Hazme instrumento de tu Reino. Que florezca mi ser entero para tu Gloria y para la salvación de todos los seres.

Así, bañados por la Luz del Buda, regados por el Agua Celeste, y unidos en la labor del Bodhisattva, podremos convertir este mundo —día a día, acto a acto— en la Tierra Pura prometida, en el Reino del Loto que el Buda soñó desde antes de los tiempos. Y al final de esta jornada, con la certeza de haber ofrecido lo mejor de nosotros, podremos decir con alegría: hoy, el Buda ha renacido… y ha renacido en mí.