Bienvenido a la Tierra Pura de la Luz Serena, un recurso sobre el Verdadero Budismo (一乘佛教), y sus posteriores ramificaciones, a la luz de las Enseñanzas Perfectas y Completas (圓教). Aquí presentamos el Budismo como religión, filosofía y estilo de vida, con énfasis en la Teología Budista (Budología), aspirando a presentar el Budismo balanceadamente entre la academia (estudios budistas) y la devoción, desde el punto de vista de una escuela tradicional de Budismo japonés (Tendai-shu 天台宗) y las enseñanzas universales del Sutra del Loto (法華経).


sábado, 3 de octubre de 2020

La Marchitamiento del Espíritu: Una Simple Reflexión sobre el Budismo, la Depresión y el Ocaso de la Vida


No es un secreto que tengo una afinidad especial con el Otoño, el ocaso y la oscuridad. Esto se ve reflejado en mi pallete de colores para mis proyectos y en mi selección de imágenes para este blog, entre otras cosas. Tradicionalmente, desde el principio de los tiempos, el Otoño ha simbolizado el ocaso de la vida y la muerte. En esta breve entrada, reflexionaremos sobre la vida, la muerte y la práctica budista.

En nuestra cultura, la muerte es a menudo vista con pavor y miedo. Es por eso que nuestras culturas han hecho todo lo posible para extender la vida, y con ell,a la idea de la juventud, a medida que han tratado de tapar y ocultar todo rastro de la vejez, y el destino final de todos los seres vivos: la muerte. La realidad es que los seres humanos son los únicos seres conscientes de la posibilidad de su propia muerte; la idea de que morir es un evento que hay que temer es una historia muy humana, y una que recién comenzamos a contarnos. Para nuestros antepasados, la muerte era un dolor de corazón y también una liberación inevitable. Para la mayoría de nuestros predecesores, la muerte nunca se consideró un final. Más bien, fue una transición al misterio mismo. El fin de un camino largo, pesado y lleno de dolor.

El Buda mismo comenzó su búsqueda espiritual, cuando aún era el príncipe Siddhartha Gautama, al ver la realidad de la enfermedad, la vejez y la muerte, en búsqueda de la posibilidad de aliviar el sufrimiento. Tras su Iluminación bajo el árbol Bodhi, el Buda sembró los fundamentos de una nueva religión: el Budismo. Y a diferencia de lo que a veces muchos piensan, el Budismo no predica la renuncia al mundo, sino un encuentro íntimo con el Misterio de la Existencia y sus verdades, como la transitoriedad de la vida.

A veces, para poder experimentar lo que otros han experimentado - para poder ver con sus ojos y pensar con sus mentes - debemos colocarnos en los zapatos del otro. En este caso, veamos un momento el momento en que el príncipe Siddhartha se convertiría en un Buda. Tras seis años de prácticas ascéticas, luego de una vida de lujos y placeres, el príncipe asceta se dió cuenta de que ambos extremos - el de la indulgencia sensual y el ascetismo extremo - no conducen a la Verdad. En ese instante, renuncia a su ascetismo extremo y se sienta bajo un árbol, resuelto a no levantarse hasta descubrir la Verdad de la Vida. 

Ahora, veamos a través de los ojos del príncipe. Podemos experimentar ese momento al nosotros mismos sentarnos bajo un árbol y ver a nuestro alrededor. El Dharma, la Verdad, se encuentra en todo nuestro alrededor. El Universo mismo, la Naturaleza, es el Sutra Primordial, y todos podemos accesar a la misma Verdad que descubrió el Buda si simplemente miramos a nuestro alrededor.

Cuando miramos al Universo y la Naturaleza, con sus movimientos y sus ciclos, podemos descubrir todas las Verdades que el Buda descubrió. El Dharma, las enseñanzas de la Verdad del Buda, se asemejan a una rueda. La vida misma es una rueda: un ciclo, un círculo, una constelación que gira, se desvanece y aparece una vez más. Cada vez que queremos recordar la Verdad, todo lo que tenemos que hacer es mirar a nuestro alrededor. Dirigir nuestra mirada hacia la cruda elocuencia del mundo natural (es decir, el mundo entero) y ser testigo de cómo todo lo que existe vive y se deja ir en el mismo movimiento de bienvenida. Cada día que sale el sol y muere bajo el horizonte, la tierra nos recordará que incluso morir es un acto de la vida. Es por eso que el Budismo ve la muerte como una parte natural del ciclo de la vida. La muerte simplemente conduce al renacimiento. Esta creencia en el renacimiento, que el espíritu de una persona permanece cerca y busca un nuevo cuerpo y una nueva vida, es un principio reconfortante e importante.

En Otoño, que es cuando se dice tradicionalmente que el Buda alcanzó el Despertar, el mundo cambia ante nuestros ojos. El fondo borroso de verde va desapareciendo para que ya no podamos caminar dormidos a través de la igualdad de nuestros días. En tonos de crepúsculo y brasas, ocres y llamas, el Buda alcanzó el Despertar. En Otoño, la tierra exige toda nuestra atención. Los arces se prendieron fuego y nos piden que encontremos las partes de nosotros que anhelan estar vivos y las partes de nosotros que están listas para ser arrojadas a la pira. Esto es exactamente lo que debemos de hacer cuando practicamos la meditación. Cuando dejamos ir todo lo que está listo para descomponerse, incluyéndonos a nosotros mismos y todos nuestras ideas preconcebidas de la vida, del mundo y de nosotros mismos, hacemos espacio dentro de nosotros para que resalte la Verdadera Naturaleza de la Realidad. Es por eso que el Buda, en sus primeras enseñanzas preparatorias, predicó el Anatman o el "No-Ser". Esto es porque no existe nada dentro de nosotros que sea eterno y que exista independiente de todo lo demás. Es por eso que el Anatman es una de las enseñanzas preparatorias más poderosas y una aliada en la meditación. En la meditación, nuestro ser finito y falso, nuestro ego, se disuelve, difuminándose capa a capa, hasta revelar nuestra Unidad Fundamental con todo. Aunque nuestro ser más pequeño pueda disolverse, su inexistencia nunca ha sido un final en absoluto. En cambio, es una transformación extática en un ser más amplio. De igual forma, el vaciarse completamente, como el morir nunca ha sido un final, sino que es solo un puente brillante hacia una nueva sección de la vida. Como el abono convertido en un suelo rico y listo para las semillas; morir nos prepara para una nueva fase de vida.

Meditar es morir; y morir puede ser tan exquisito y liberador como nacer. En Otoño, la tierra nos muestra cuán estremecentemente hermoso puede ser el acto de dejar ir. A medida que el Sol se mueve cada vez más bajo en el lecho del cielo, la fuerza vital del mundo caducifolio se hunde en las raíces. La fruta se abre y alimenta la tierra. Las semillas se llevan el éxtasis del viento. Cada hoja, habiendo vivido su propia vida ahuecando sus rostros a la luz, las llamas y en un singular estallido de éxtasis, muere. De igual forma, cuando morimos, nuestro cuerpo, nuestros pensamientos, sentimientos y voluntades se disuelven junto con la disolución del cuerpo, y nuestra consciencia se funde con la Cosnciencia Universal; nuestro Karma se hunde en el océano Kármico junto con el de todos los seres, y luego, a medida que pasa el tiempo, un nuevo ser aparece, así como de la tierra suege una nueva planta, con características de la planta anterior y del abono de todas las demás plantas en el suelo fértil que la rodea. Esto es llamado así el Nirvana.

Así como sucede con la meditación, de igual forma, en el Nembutsu, nuestro ser finito y falso de une al Verdadero Ser - el Alma del Universo - el Buda Amida, y tenemos un preludio termporal de la conclusión de un ciclo, preparándonos para la muerte. Así, el Otoño nos recuerda que morir es, en verdad, un momento de la más profunda abundancia y liberación de celebración: la celebración de nuestro Renacimiento en la Tierra Pura - la reunión de nuestra gota individual en el océano de la Bienaventuranza. Todo lo que tenemos que hacer es dejarnos ir, fluir con la corriente de la Vida. Entonces, es llamada la Tierra Pura.

Pero el Otoño contiene igualmente importantes enseñanzas para nuestra vida diaria. En Otoño, las hojas de los áboles se marchitan para finalmente caer al suelo en el Invierno. Esto nos enseña a que en la vida, debemos dejar morir los aspectos de nuestra vida que no nos alimentan, incluyendo - sobre todo - nuestras ideas erróneas sobre el mundo y sobre nosotros mismos. A medida que perdemos todo, desde la copa de los árboles hasta la maleza, el suelo de nuestro bosque se llena de alimento. Aún así, nuestras mesas están apiladas, nuestras despensas abundantemente alineadas, y no nos queda más que dar gracias por aquellas cosas que alimentan nuestras vidas y sostienen nuestros espíritus. Es por ello que en el Otoño celebramos el Ohigan budista, un momento en el que recordamos a nuestros ancestros y les damos gracias por sus bendiciones y por permitir nuestra existencia en este mundo, y les enviamos méritos, a medida que igualmente reflexionamos sobre nuestra práctica budista y los Paramitas - el puente que nos permite cruzar a la Otra Orilla; así como celebramos el Obon, con la llegada a nuestras casas y templos del espíritu de nuestros ancestros, entre luces, dulces, nostalgia y celebración, tanto de la vida como de la muerte, en esa danza sincrética y multifascética que tanto caracteriza a la cultura japonesa, una cultura que a pesar de sus altos avances tecnológicos, no se permite perder esa indeleble conexión con la Naturaleza. 

Es por todo esto que el Otoño es a menudo una temporada nostálgica para muchas personas. Un tiempo en el que miramos hacia atrás a lo que fue, los momentos que han parpadeado y pasado. Las diferentes versiones de nosotros mismos que nacieron durante una época y luego fueron apagadas con los vientos del tiempo. La nostalgia es un trago potente. Puede hacer que tu mente dé vueltas con solo un sorbo. A veces, la nostalgia puede incluso extenderse hasta incluir toda la sensación de estar vivo. Como si estuviéramos mirando hacia atrás desde nuestros años mayores para sentir esa dulce y dolorosa acción de gracias por la oportunidad misma de estar vivos. En Otoño, experimentamos la nostalgia de un alma curtida en las cálidas bendiciones de su lecho de muerte. Y con la nostalgia, a veces viene acompañada la depresión. Siendo una persona naturalemente depresiva, el Otoño es el momento ideal para poder ver esos sentimientos expresados en el exterior. La depresión puede compararse, como dice el autor japonés Hiroyuki Itzuki, con el marchitamiento del espíritu. A veces, dado a nuestros pensamientos y circunstancias, la vida se puede volver muy pesada. 

A diferencia de lo que la cultura nos trata de vender ideológicamente, nadie tiene el derecho a una vida feliz. Nuestros ancestros, a diferencia de ver la vida como una búsqueda de al felicidad, veían la vida como un camino largo y pesado, lleno de problemas y sufrimientos. Nacemos solos, llorando, y al final, morimos solos. Es por eso que a veces, así como las hojas se marchitan y mueren, nuestros espíritus igualmente se marchitan y mueren prematuramente. Por eso, en esos momentos, lo mejor que podemos hacer es recordar las palabras del Buda y realizar que esto que sentimos - esa tristeza - es igualmente transitoria. A veces, por más que tratemos de elevar nuestros ánimos, si no lo logramos, solo tenemos que esperar a que pase. 

Es por eso que cuando me siento triste, recurro a los escritos de Shinran, el fundador del Budismo Jodo Shinshu en el Siglo 13. En una de las anécdotas de su vida, un discípulo se acercó al Shinran y le dijo: "Maestro, me he estado sintiendo muy triste últimamente. A veces, incluso con solo ver a la gente caminar por la calle, me embarga un sentimiento de tristeza y me pongo a llorar. . . . ¿Incluso una persona como usted, maestro, se siente triste a veces?" Shinran responde: “Yo también estoy triste. Pero, Yuien, la tristeza que sientes ahora y la mía son un poco diferentes. Tu tristeza pasará con el tiempo. Es una tristeza que se puede curar, pero la tristeza que siento es una tristeza profunda y pesada que se ha hundido profundamente en mis huesos". Esto nos muestra que incluso alguien de la altura de Shinran, un maestro iluminado, puede sentir la tristeza y la depresión. Y es porque a veces, la tristeza y el marchitamiento del espíritu, no es algo que surge en uno por uno mismo, sino que es algo que sentimos porque somos sino otra manofestación de la actividad creativa y dinámica del universo. Y como todo en el universo, estamos inextricablemente interconectados con todo y con todos.

Esta es la misma tristeza expresada por Ryokan, un famoso monje Zen del Siglo 18, quien escribió un poema que expresa muy bien este proceso: "Cuando pienso en la miseria de los que viven en este mundo, su tristeza se convierte en la mía. Oh, que mi túnica de monje fuera lo suficientemente ancha para reunir a todas las personas que sufren en este mundo flotante. Nada me hace más feliz que el voto del Buda Amida de salvar a todos los seres sintientes".

A diferencia de lo que muchos piensan, el Budismo no promete la felicidad; y si bien el Dharma y la práctica infunden a uno con un sentimiento de plenitud, a veces, como todo, nuestros espíritus se marchitan. Estos relatos nos muestran que la tristeza no se puede curar; sino que a veces, continúa profundizándose a lo largo de la vida, hasta que finalmente toca los huesos. De igual forma, aquellos que viven una vida feliz todo el tiempo lo hacen dado a que cierran sus ojos ante la realidad del mundo. Pero es cuando logramos superar iluminadamente esos momentos de la oscuridad del alma que renacemos, como la Naturaleza, sintiéndonos más suaves, más centrados y vivos. Es ese mismo dolor el que muchas veces necesitamos para romper el recipiente de nuestros egos falsos para abrirnos a la Existencia, y resurgir [idealmente] renovados. Es esa tristeza la que efectúa en nosotros una transformación, y vemos el mundo con otros ojos. 

Así, como vemos, el Otoño es, como todo en la vida, una mezcla de dolor con la promesa del cambio. El Otoño nos da permiso para amarlo todo y decir adiós al mismo tiempo. Porque si el Otoño es el ocaso de la vida, entonces el Invierno es la muerte. Y en Otoño nos preparamos para ese espacio de profundo reencuentro y alma tranquila que acompaña los suaves bancos de las noches de Invierno. Es por eso que si bien este mundo es llamado el Mundo Saha, el "mundo de la perseverancia o del sufrimiento", el mismo puede ser visto a su vez como una Tierra Pura. No existen dos mundos, uno impuro y otro puro; todo depende del cristal con el que se mire. Así como no hay nada de puro o imouro en la tierra, el Budismo nos dice que su impureza o pureza dependen de la pureza de nuestras mentes. Todas nuestras experiencias, tanto las buenas como las malas, son el abono de nuestra existencia presente y futura. Es por eso que la temporada de Otoño nos invita a un banquete único. Una mesa con té de sasafrás y pastel de calabaza, mantequillas de frutos secos, tortitas de bellota y deliciosas tartas de manzana. Y todo lo que debemos hacer para entrar en tal riqueza es despojarnos de nuestra ropa vieja en la puerta, tanto en nuestras mentes, en vida, como con nuestro cuerpos, en la muerte. Porque, a pesar de lo que hemos llegado a temer, morir, figurativamente o en vida, es algo hermoso. Entonces, podemos descansar. Entonces, podemos abrazar la increíble alegría de lo que viene después. Entonces podemos regresar a Nuestro Verdadero Hogar.