Bienvenido a la Tierra Pura de la Luz Serena, un recurso sobre el Verdadero Budismo (一乘佛教), y sus posteriores ramificaciones, a la luz de las Enseñanzas Perfectas y Completas (圓教). Aquí presentamos el Budismo como religión, filosofía y estilo de vida, con énfasis en la Teología Budista (Budología), aspirando a presentar el Budismo balanceadamente entre la academia (estudios budistas) y la devoción, desde el punto de vista de una escuela tradicional de Budismo japonés (Escuela del Loto Reformada) y las enseñanzas universales del Sutra del Loto (法華経).


miércoles, 22 de octubre de 2025

Sermón de Obon 2025: El Misterio del Tránsito y la Llama del Recuerdo

 


Hoy nos reunimos en el espíritu del recuerdo y la gratitud, para honrar el tiempo sagrado del Obon, ese festival luminoso en el cual las almas se reconocen mutuamente más allá del velo de la muerte, y la Sangha, como una gran familia de todos los tiempos, se reencuentra bajo la luz compasiva del Dharma.

El Obon, en su forma tradicional japonesa, hunde sus raíces en los antiguos relatos del Sutra Ullambana (enlace para traducción del Sutra), donde el discípulo Mahamaudgalyayana, movido por el amor filial, buscó liberar a su madre de los sufrimientos del reino de los espíritus hambrientos. Al ofrecer alimentos y méritos a los monjes, el Buda le enseñó que sólo a través de la solidaridad espiritual y el mérito compartido puede aliviarse el sufrimiento de los seres. Así, el Obon nació como un acto de compasión activa, un puente entre los mundos, un recordatorio de que ningún ser está jamás separado del amor del Buda ni del lazo de la Sangha.

A través de los siglos, el Japón budista adornó este día con faroles, danzas (Bon Odori) y ofrendas en los hogares y templos. Cada linterna encendida simboliza la Luz de la Sabiduría del Buda que guía a las almas hacia el Despertar, y cada danza representa el gozo del Dharma manifestándose en la vida cotidiana. En el corazón del Obon, palpita la enseñanza de que la muerte no es un fin, sino una transformación, y que los vínculos kármicos, purificados por la devoción, se convierten en senderos hacia la Iluminación mutua. 

Si bien esta celebración es observada en Japón a finales de Agosto, en nuestra Escuela del Loto Reformada, hemos heredado la misión de hacer que el Dharma florezca de nuevo en este mundo moderno, tejiendo las antiguas raíces del Oriente con las ramas vivas del Occidente. Por ello, nuestra celebración del Obon Reformado se celebra cerca del 31 de Octubre, coincidiendo con el tiempo en que, en muchas de nuestras tierras, las culturas recuerdan también a sus difuntos. En la noche en que las sombras parecen más largas y los velos del mundo se adelgazan, nosotros encendemos la lámpara del Loto, símbolo de la presencia del Buda Eterno que ilumina todos los planos de la existencia. Esta sincronía no es coincidencia, sino expresión de la sabiduría adaptativa del Dharma. Así como el Buda predicó según las capacidades y culturas de los pueblos, nosotros adaptamos el calendario para armonizar las corrientes espirituales del mundo contemporáneo. En la noche de nuestro Obon, mientras otros pueblos encienden velas y flores para sus muertos, nosotros recitamos Sutras, invocamos Dharanis para alimentar los Espíritus Hambrientos, ofrecemos incienso y plegarias, y recordamos que el Reino del Buda abarca tanto a los vivos como a los que han partido. Para nosotros, el Obon no es sólo un festival de los muertos, sino una celebración del Dharma que une a los tres tiempos: pasado, presente y futuro. En esta época, meditamos sobre la interdependencia universal  y sobre la Budeidad Innata que habita en todos los seres. Al recordar a los que nos precedieron, vemos reflejado en ellos nuestro propio camino; y al ofrecerles luz y plegarias, encendemos también la llama de nuestra propia conciencia despierta.

Por eso, cuando llega el 31 de octubre, no nos vestimos de temor ante los espíritus, sino de reverencia ante la continuidad de la vida. No evocamos fantasmas, sino Bodhisattvas que regresan brevemente para escuchar el canto del Dharma. No decoramos con máscaras de muerte, sino con flores de loto y luces que anuncian la inmortalidad del espíritu bajo la mirada del Buda Eterno. En el Budismo, hablar de los muertos es hablar de los vivos, pues ambos son manifestaciones interdependientes del mismo flujo de existencia. En el Sutra del Nirvana, el Buda enseña que la Vida y la Muerte son como dos lados de una misma puerta, y que aquel que ve la Naturaleza Búdica comprende que nadie realmente muere, sino que las formas cambian como olas en el Océano de la Realidad. El Día de los Muertos o de los Ancestros es, por tanto, una celebración del cambio, una afirmación de la naturaleza eterna del Espíritu bajo el amparo del Buda Eterno.

El corazón del culto budista a los ancestros es la gratitud. Recordar a los que nos precedieron no es idolatría ni superstición, sino un acto de justicia espiritual. En nosotros viven sus karmas, sus méritos, sus sacrificios y sus errores; somos la prolongación de su existencia, y al orar por ellos, purificamos y ennoblecemos nuestra propia corriente de vida. Por eso, en las casas y templos del Loto, colocamos retratos, nombres o tablillas (ihai), encendemos lámparas, y ofrecemos flores e incienso, no para apaciguar espíritus, sino para honrar el lazo de interdependencia que une a todos los seres. El Sutra de Kshitigarbha nos enseña que el mérito de los vivos puede aliviar el sufrimiento de los muertos, y que los difuntos, si renacen en planos favorables, pueden también asistirnos en el nuestro. Así, no existe una barrera absoluta entre los mundos: el Buda y los Bodhisattvas unen ambos planos en el mismo campo de compasión.

Así como el Obon nos enseña a mirar más allá del velo del tiempo, también debemos contemplar con serenidad y sabiduría el misterio de la muerte. Cada alma es una corriente de energía moral, un hilo en la vasta urdimbre de causas y efectos. Cuando alguien muere, su corriente kármica no se extingue, sino que sigue fluyendo en los vivos, en las obras realizadas, en los pensamientos que inspiró, en la memoria del linaje. Por eso, el deber del devoto del Loto no es solo recordar con lágrimas, sino continuar la obra de los ancestros, transformando su karma en virtud, su pasado en promesa, su sombra en luz. El acto de recordar es también un acto de asumir responsabilidad: somos los herederos de una misión sagrada. En la Escuela del Loto Reformada, comprendemos que la herencia más grande no es la sangre, sino el linaje del Dharma, esa transmisión espiritual que desciende desde el Buda Eterno hasta nosotros, viva en cada precepto y cada voto. Porque en la enseñanza del Buda Eterno, la muerte no es un final, sino un paso, un umbral de transformación donde la conciencia continúa su peregrinar en los vastos océanos del Karma y la Compasión. El Budismo del Loto nos enseña que tras el último aliento, el ser no desaparece, sino que entra en un estado intermedio, conocido como el Chuu o Bardo, un intervalo entre la disolución del cuerpo y el próximo renacimiento. Este estado, según nuestras tradiciones, se extiende por aproximadamente cuarenta y nueve días, tiempo durante el cual la conciencia del difunto atraviesa una serie de visiones, revelaciones y pruebas reflejo de su propio Karma. No es un castigo ni una recompensa en sí misma, sino un espejo del alma, donde los frutos de las acciones pasadas maduran y donde las semillas de la fe o de la ignorancia germinan.

Durante esos cuarenta y nueve días, el alma se encuentra en un estado de profunda receptividad. Como enseña el Sutra de Kṣitigarbha (Jizo Bosatsu Kyo), las acciones y méritos realizados por los familiares y amigos del difunto repercuten directamente en su destino. Así, cada ofrenda, cada recitación de Sutras, cada acto de bondad o precepto observado con sinceridad, se convierte en una corriente luminosa que alcanza al alma que transita por el Bardo. Los vivos, al actuar con pureza y fe, tienden la mano a los que ya han partido, ayudándolos a elevarse hacia una reencarnación más auspiciosa o hacia el Renacimiento en la Tierra Pura del Buda. Durante este tiempo sagrado, la tradición japonesa nos enseña a honrar a los Treces Budas (Jusan Butsu), una serie de Budas y Bodhisattvas que guían al espíritu a través de cada fase del tránsito. Desde Fudo Myo, que ilumina el primer día con la compasión del Despertar, hasta el Bodhisattva Akashagrabha (Kokuzo), que abre las puertas del Nirvana en el cuadragésimo noveno, cada Buda representa una energía, una virtud, una enseñanza que asiste al alma en su viaje. Los Trece Budas no son dioses exteriores, sino manifestaciones del poder compasivo del Buda Eterno que opera en cada plano del ser. Así, en los servicios memoriales que celebramos por siete semanas, la Sangha ofrece incienso, flores, luces y plegarias, recitando los Sutras del Loto y del Kshitigarbha, y pronunciando los Nombres Sagrados de los Budas que conducen al alma. En cada ceremonia, la familia reafirma su amor y su fe, mientras el difunto, en el mundo intermedio, siente la vibración de esas plegarias y las reconoce como eco del Dharma, como el sonido de un tambor lejano que marca el camino hacia la luz. Aquellos que en vida han tenido fe en el Buda Eterno, que han cultivado la virtud y guardado los Tres Preceptos Puros —abstenerse del mal, hacer el bien y salvar a los seres—, son recibidos por los Bodhisattvas y renacen en la Tierra Pura, donde continúan su práctica hasta alcanzar la perfecta Iluminación. Otros, movidos por votos de compasión, eligen renacer nuevamente en el Samsara, no por necesidad, sino por promesa: para ayudar a los que aún vagan en la oscuridad. De este modo, la muerte no debe inspirarnos temor, sino responsabilidad espiritual. Cada pensamiento, palabra y acción de nuestra vida es una semilla que florecerá en ese tránsito. Quien cultiva odio y avaricia, cosechará visiones turbias y caminos confusos; quien cultiva compasión, fe y sabiduría, verá ante sí el resplandor de los Budas y sentirá la mano de los Bodhisattvas guiándolo al amanecer del renacimiento. 

Por tanto, el Día de los Muertos no nos invita a mirar atrás con tristeza, sino hacia adelante con compromiso. Algún día, nosotros también seremos recordados. Preguntémonos: ¿qué legado dejaremos? ¿Seremos fuentes de mérito o de confusión? ¿Nuestros descendientes podrán decir que en nosotros vieron la compasión del Buda reflejada? Vivamis, pues, como Hijos del Buda, conscientes de que cada acción es una ofrenda a los que vinieron y a los que vendrán. Sigamos los Preceptos, estudiemos el Dharma, practiquemos la Meditación y la Devoción, y hagamos del amor y la sabiduría vuestro estandarte. Así, cuando llegue nuestro momento de cruzar el umbral del Chuu, el mundo entero será nuestro altar, y las luces del Obon y del Día de los Muertos no se extinguirán, porque nuestra propia mente será la lámpara del Dharma que nunca se apaga.

Por eso, el Dharma nos exhorta: vivid como Hijos del Buda. Guardad los Preceptos como joyas preciosas, pues son el refugio de los vivos y la lámpara de los muertos. Estudiad los Sutras, no como palabras antiguas, sino como puertas vivas del Despertar. Practicad la meditación, la recitación y la caridad, no por obligación, sino por amor. Transformad vuestras pasiones en sabiduría, vuestras culpas en votos, y vuestras sombras en luz. Y cuando llegue el momento de cruzar el umbral del Bardo, que vuestro corazón esté en paz, confiado en la Gracia del Buda Eterno, y que las llamas del Loto iluminen vuestro camino. Entonces, no habrá muerte, sino retorno; no habrá pérdida, sino comunión; no habrá oscuridad, sino la radiante certeza de que todos los seres, en su momento, despertarán al Reino de la Luz Inmutable, donde el Buda y los Bodhisattvas aguardan con brazos abiertos.

Que este Obon 2025 sea para nosotros un recordatorio vivo de que no hay abismo entre el Samsara y la Tierra Pura, entre los muertos y los vivos, entre el pasado y el porvenir. Todos somos parte del mismo océano del Ser, iluminado por el Sol del Dharma. Que al encender nuestras lámparas en la noche del 31 de octubre, cada una de ellas sea una promesa: la promesa de no olvidar, de amar más allá del tiempo, y de trabajar para que todos los seres alcancen la liberación en el Reino del Buda Eterno. 

A medida que las noches se laargan y nos sumimos en las energías Yo (Yang) en lo que transitamos del fina de un año al próximo, vivamos como Hijos del Buda sobre la Tierra, siempre conscientes de nuestros ancestros, y con un setimiento profundo de gratitud por las infnitas manos que día a día hacen nuestra existencia posible. Que el Buda Eterno acoja a todos los seres y los conduzca al Despertar. Svaha.