En la vasta Tesorería del Dharma del Loto, encontramos el Registro de la Tierra Pura del Gran Maestro Saicho (Dengyo Daishi 767–822), fundador de la Escuela Tendai japonesa y Patriarca Principal de nuestra Escuela del Loto Reformada. El Registro de la Tierra Pura constituye un testimonio espiritual de notable relevancia para comprender la sensibilidad contemplativa, budológica y visionaria del Budismo Japonés temprano. Conservado en el templo Saikyo-ji de Sakamoto (antigua provincia de Ōmi), este breve escrito se presenta como una evocación mística del entorno visual, sonoro y simbólico de la Tierra Pura, fundiendo elementos doctrinales del Sutra del Loto y del Sutra del Buda de la Luz y la Vida Infinita con un lenguaje altamente poético y devocional.
Desde el punto de vista doctrinal, el texto se enmarca en la comprensión ekayánica del Budismo del Loto —propia de la escuela Tiantai/Tendai—, en la que la Tierra Pura no es simplemente una región cósmica distante, sino la manifestación del mismo Dharmadhatu, el Reino del Buda que puede ser realizado aquí y ahora mediante la contemplación correcta, la pureza de corazón y la práctica fiel del Dharma. Saicho, como lo expresa en otros escritos como el Kenkairon, defendía una integración armónica entre la disciplina ética, la práctica meditativa y la fe en los Budas, con énfasis especial en la centralidad del Sutra del Loto como expresión culminante del Dharma.
En el Registro de la Tierra Pura, esta visión doctrinal se materializa en la descripción vívida de un encuentro visionario con el Buda Shakyamuni en su palacio celestial. La figura del Buda aparece revestida de atributos clásicos —como la marca de luz blanca entre las cejas, el rostro como la luna otoñal, y la mirada de loto azul—, pero se le sitúa explícitamente en la Tierra Pura, no en el puro occidente del Buda Amida, sino en una dimensión transfigurada de este mismo mundo, como lo enseñan el Sutra del Loto y la doctrina de la Montaña Sagrada, el eterno lugar de predicación del Buda.
El paisaje que se describe está cargado de símbolos clásicos del Budismo Tierra Pura: árboles de joyas, estanques de aguas virtuosas, aves parlantes que enseñan el Dharma, música celestial, fragancias sobrenaturales, y arquitectura de proporciones cósmicas. Sin embargo, el tratamiento que hace Saicho de estos elementos no es literalista ni sectario. El texto funde la imaginería de la Tierra Pura del Buda Amida con la presencia luminosa del Buda Shakyamuni, en coherencia con su convicción —recurrente en la Tendai japonesa— de que el Buda Eterno predica continuamente en este mundo, y que todos los Budas son manifestaciones del mismo principio unitario e inmanente.
Un elemento budológicamente significativo del Registro de la Tierra Pura es su afirmación final: que los practicantes del Sutra del Loto, junto con el Honrado por el Mundo, moran siempre en la Montaña Sagrada. Esta es una expresión de la doctrina del Ichinen Sanzen, que enseña que en un solo instante de la mente están contenidas todas las realidades, y que en el mismo acto de fe y práctica del Dharma, se revela la eternidad del Buda y la presencia de su Reino.
En cuanto a su estilo, el texto adopta una prosa rítmica y ornamentada, cercana a la poesía litúrgica o a los himnos devocionales (gatha). Emplea metáforas de la naturaleza —luz lunar, brisa de primavera, árboles dorados, perfumes celestes— para traducir a imágenes sensibles la experiencia mística de la visualización de la Tierra Pura. Esta técnica literaria tiene precedentes tanto en los Sutras Mahayana como en las meditaciones visuales, y se convierte en una herramienta pedagógica para cultivar la fe visual, es decir, la fe que ve con los ojos del corazón. Este texto, por tanto, no debe entenderse como un tratado sistemático sobre la Tierra Pura, sino como una meditación visionaria, fruto de una experiencia contemplativa profunda, destinada a reforzar la devoción del practicante y a armonizar las enseñanzas del Sutra del Loto con la esperanza de renacimiento en el Reino del Buda.
Dentro de la Escuela del Loto Reformada, el Registro de la Tierra Pura puede considerarse una expresión canónica del ideal de transformación del mundo en una Tierra Pura mediante la contemplación, la recitación y la realización del Reino del Buda en este mismo cuerpo y en esta misma vida.
En resumen, el Registro de la Tierra Pura no es sólo un hermoso texto litúrgico, sino también una manifestación doctrinal de la síntesis Tendai entre meditación y fe, sabiduría y compasión, visión y transformación. Su vigencia radica en recordarnos que la Tierra Pura no es un lugar futuro al que se huye, sino una realidad presente que se revela cuando los ojos de la fe son abiertos por el Dharma. Veamos una traducción original -la primera en un lenguaje occidental- del mismo. Todo error es enteramente mío.
Registro de la Tierra Pura
Compuesto por Dengyo Daishi
Desde la distancia me dirijo, con alma reverente, al sagrado Palacio del Gran Tesoro. Al entrar, mi primer ofrecimiento es a la augusta figura del Buda Shakyamuni. Su cuerpo, fruto de la Iluminación Perfecta y Maravillosa, resplandece con fulgor incomparable, como joya nueva recién pulida. Su realización de la Budeidad está colmada, y sus marcas auspiciosas brillan con renovado esplendor. Su rostro, sereno y armónico, se eleva como la luna otoñal emergiendo de entre nubes puras; el entrecejo blanco irradia como el sol primaveral que disipa la bruma. Sus ojos, como loto azul apenas abierto, revelan la ternura de la compasión; sus labios, adornados como flor escarlata, revelan la dulzura del amor y la reverencia. Su aspecto venerable es majestuoso, y su virtud se alza con nobleza excelsa.
A su alrededor, los santos se agrupan como estrellas rendidas ante la redondez de la luna; los devas se congregan como nubes melodiosas, ofreciendo armonías sublimes. Me postro en adoración ante el cuerpo real de la Tierra Pura: el suelo está tejido de oro, plata y lapislázuli, y los árboles de joyas se alzan en hileras resplandecientes. En estanques ornamentados con las siete preciosas gemas, las flores de loto se abren emitiendo suaves fragancias de gallo celestial.
Bajo el Arbol del Despertar, dioses, hombres y santos danzan en ronda sagrada. Entre aromas entrelazados y colores cambiantes, las flores que bordean el camino brillan con matices celestiales. En la ribera de los estanques de las ocho virtudes, los cisnes, gansos y patos mandarines entonan cánticos sobre el sufrimiento, el vacío y la impermanencia.
Los palacios se extienden más allá de la vista, y las torres se erigen en múltiples niveles. Banderas de oro y toldos celestes ondean como montañas flotantes en el viento; las aguas caen como cascadas de jade. Las puertas de cristal dejan ver flores que se abren al otro lado; cortinas de perlas se enrollan hacia arriba, y plataformas doradas emanan su luz por doquier. Las puertas de lapislázuli se abren liberando un aroma celestial que inunda las cuatro direcciones. Al cruzarlas, uno se siente como entrando en un bosque de sándalo.
Las losas de lapislázuli reflejan sombras de quienes caminan sobre ellas, revelando las formas purificadas de los Tres Saberes. Además, se han dispuesto tronos preciosos y vestiduras hechas de gemas; todo está embellecido con ornamentos de las siete joyas. Los espejos de fénix resplandecen como soles pulidos. Se alzan al cielo los sonidos de flautas, laúdes, koto y cítaras celestiales; sobre el suelo sagrado, los laúdes y tambores de cobre producen acordes melódicos que elevan el alma.
Las canciones que se escuchan resuenan con los Cuatro Sellos del Verdadero Dharma: Felicidad, Eternidad, Pureza y Verdadero Ser. Pero en primer lugar se alza la melodía del Gran Amor y Compasión, que brota en lágrimas; y luego se manifiesta el canto del Vacío, del Sufrimiento y de la Impermanencia, como eco del Gran Amor Universal. Las montañas de la Iluminación Suprema se alzan en hileras como picos inmortales, y el océano de la Verdadera Naturaleza se extiende sin orillas, resplandeciendo con claridad infinita.
En ciertas regiones, se ve al Buda predicando el Dharma para beneficiar a los seres; en otras, se le contempla en postura de meditación profunda, inmerso en su Samadhi. En otras más, el canto y la música sagrada llenan el aire, mientras se realizan juegos divinos con poderes sobrenaturales.
Cuando contemplo, mi corazón queda atrapado en el bosque dorado donde los árboles de oro brillan en todas direcciones; y al escuchar, mis lágrimas fluyen sin cesar al oír la predicación sobre el rango supremo del Renacimiento en la Tierra Pura, especialmente en el nivel más elevado del más alto nacimiento.
Fuera de estas descripciones, lo que se ve del Buda y lo que se escucha del Dharma en esta Tierra Pura es gozo sin medida, sin límite ni final. El Honrado por el Mundo, Shakyamuni, y los practicantes del Sutra del Loto, siempre moran en esta Montaña Sagrada de la Presencia Mística, y su cuerpo y mente residen tal y como se ha descrito aquí.
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El texto comienza con una prostración ante el “Palacio del Gran Tesoro”, metáfora de la Mente de Buda —ese vasto santuario donde se guardan las gemas del mérito y la sabiduría. Al entrar, el autor ofrece su contemplación al Buda Shakyamuni, no como un Buda histórico o distante, sino como la personificación visible del Buda Eterno. El cuerpo del Tathagata es descrito como fruto de la Iluminación Perfecta y Maravillosa (Anuttara-Samyak-Sambodhi), y su resplandor no proviene de la materia, sino de la compasión omnisciente que ilumina el universo. Así, Saicho no contempla una forma externa: contempla la forma del Dharma, el Cuerpo de la Ley, donde cada rayo de luz revela la unidad entre forma y vacío, entre fenómeno y principio.
Los símbolos lumínicos —la luna otoñal, el sol primaveral, los ojos de loto y los labios escarlata— no son simples adornos poéticos. Son las emanaciones de la Sabiduría del Buda, que adopta mil formas para atraer a los seres hacia la comprensión del Vehículo Único. En el rostro sereno del Buda se refleja el camino medio de la compasión y la sabiduría: el equilibrio entre la quietud del Nirvana y la actividad incansable de la salvación.
En la segunda parte, el Maestro describe la Tierra Pura con una magnificencia que trasciende toda imaginería literal. Cada joya, cada árbol, cada estanque de loto y cada melodía son símbolos del mundo iluminado, donde la mente ha sido purificada de la dualidad. Así como en el Sutra del Loto el Buda declara que este mundo es ya la Tierra Pura, Saicho contempla en visión lo que Chih-i había enseñado en la teoría de los Tres Mil Mundos en un Solo Pensamiento: el hecho de que el reino del Buda no está separado de la mente que lo percibe. Las flores, los estanques, las torres y los sonidos celestiales son expresiones de la Naturaleza Búdica del universo.
Las descripciones de los estanques, las aves y los instrumentos no deben leerse como fantasías paradisíacas, sino como la experiencia interior de la armonía cósmica del Dharma. Los cisnes, gansos y patos mandarines que entonan canciones sobre “el sufrimiento, el vacío y la impermanencia” representan los principios de las Tres Verdades: Vacuidad, Convencionalidad y Camino Medio, enseñadas en forma musical para que los seres, incluso sin comprender, sean tocados por la sabiduría del Buda. En esta visión, todo el paisaje canta el Dharma, todo sonido es un shōmyō, toda forma es una predicación silenciosa del Sabor Unico de la Iluminación.
Los pasajes dedicados al sonido son de una profundidad doctrinal notable. Saicho menciona que las melodías resuenan con los Cuatro Sellos del Verdadero Dharma: “Felicidad, Eternidad, Pureza y Verdadero Ser”. Esta fórmula, que invierte el sentido de los Cuatro Sellos tradicionales del Budismo temprano (“todo es Sufrimiento, Impermanente, Impuro y No-Ser”), expresa la revelación del Mahayana Supremo tal como se halla en el Sutra del Loto y el Sutra del Nirvana: la Naturaleza del Buda es eterna, dichosa, pura y verdadera. En este sentido, Saicho no niega el sufrimiento ni la impermanencia, sino que las integra en una visión más alta: el Vacío y la Compasión se funden en un canto de gozo sin principio ni fin.
El Gran Amor y Compasión del Buda, del que “brotan lágrimas”, es aquí la fuente de toda creación iluminada. La Tierra Pura no es sino la cristalización del Amor Universal del Tathagata: el Cosmos transformado por su voto. Por eso, la melodía del Vacío, del Sufrimiento y de la Impermanencia no contradice la melodía de la Felicidad y la Eternidad, sino que es su resonancia interior. Lo impermanente se hace sagrado porque refleja la infinita creatividad del Buda Eterno, que en cada instante destruye y renueva el mundo.
Hacia el final, Saicho identifica la Tierra Pura descrita con la Montaña de la Presencia Mística (Ryozen), escenario del Sutra del Loto donde el Buda Eterno predica su Enseñanza Suprema. Esta identificación es esencial: significa que la Tierra Pura no es una tierra occidental del Buda Amida (Amitabha), sino el Reino del Buda Eterno Shakyamuni, revelado en el capítulo “Duración de la Vida del Tathagata”. La Tierra Pura es, en verdad, la presencia continua del Buda en este mismo mundo. Por tanto, la visión de Saicho no describe un “más allá” sino un aquí transfigurado. El suelo de oro, las torres de joyas, las aguas de jade y los tronos preciosos existen en el corazón del practicante que contempla con fe pura. Esta Tierra Pura es el mundo mismo cuando es percibido desde la mente iluminada: cuando los ojos del devoto ven el Dharma en todas partes, y cada sonido, cada aroma y cada gesto se vuelven expresión de la actividad del Buda. En este sentido, Saicho prefigura la doctrina de la Budeidad Innata que florecería siglos después en la tradición Tendai.
El Gran Maestro Saicho describe la Tierra Pura no como un lugar, sino como un estado de percepción purificada, donde cada forma, sonido, aroma y sensación se revela como manifestación del Dharma. Vivir en la Tierra Pura aquí y ahora, entonces, exige una práctica interior: contemplar la mente y purificarla de la dualidad. Cuando el Maestro dice que las aguas son de jade, los suelos de oro y las flores de loto exhalan perfume, está señalando que el mundo, una vez que la mente se serena, se transfigura. Las cosas no cambian en sí mismas: lo que cambia es la mirada. Las piedras se vuelven joyas cuando son vistas con la conciencia de la vacuidad; el aire se hace fragancia cuando la mente está libre del ego. Por ello, Saicho recoge la enseñanza del Sutra de Vimalakirti: "Si la mente es pura, la tierra de Buda es pura."
El primer paso, entonces, es purificar la mente de la contaminación del apego, la ira y la ignorancia, no huyendo de ellos, sino observándolos con compasión y sabiduría hasta que se disuelvan en la luz natural del corazón. Vivir en la Tierra Pura, entonces, es vivir con una percepción iluminada del mundo, donde la forma y el vacío son inseparables, y cada instante es una predicación silenciosa del Buda.
El Registro de la Tierra Pura no es una descripción geográfica ni una promesa escatológica. Es una confesión mística de quien, habiendo penetrado el velo del mundo fenoménico, contempla la realidad del Buda que mora eternamente en todas las cosas. La Tierra Pura, tal como Saicho la contempla, es la manifestación del Reino del Buda en el corazón purificado: el lugar donde los devotos del Sutra del Loto moran ya, aun sin saberlo.
El devoto que desea morar en la Tierra Pura debe, pues, convertir sus pensamientos, palabras y actos en música sagrada: que cada palabra sea una alabanza, cada silencio una plegaria, cada gesto una ofrenda. Cuando uno sirve a los demás con amor, cuando perdona, cuando cuida, cuando renuncia a sí mismo por el bien común, está haciendo resonar la melodía del Gran Amor Universal, y la Tierra Pura florece a su alrededor. Así, las “aves que entonan cánticos sobre el sufrimiento y la impermanencia” son símbolos de las circunstancias mismas de la vida que, si se escuchan con oído de sabiduría, predican el Dharma.
Así, el texto culmina con una afirmación de fe serena y suprema: que el Honrado por el Mundo Shakyamuni, junto a los practicantes del Sutra del Loto, “moran siempre en la Montaña Sagrada de la Presencia Mística”. Esa es la revelación final Tendai: no hay distancia entre el Buda y el devoto, entre el Samsara y la Tierra Pura, entre la vida y la Iluminación. Todo está ya contenido en el corazón luminoso de la mente que cree y contempla.
Vivir en la Tierra Pura aquí y ahora, entonces, es reconocer que vivimos ya en el Reino del Buda, aunque no lo sepamos. El Buda no se fue, no se extingue: permanece en cada átomo, en cada pensamiento, en cada respiro. Cuando el devoto actúa en fe, estudia el Dharma, recita los sutras, medita y ayuda a los demás, se une al coro de los bodhisattvas que “bajo el Arbol del Despertar danzan en ronda sagrada”. En esa comunión —que es práctica, no sólo visión— el mundo entero se revela como Ryozen, la Montaña de la Presencia Mística: el lugar donde el Buda predica sin cesar, donde todo sonido es su voz y toda luz es su cuerpo.
Cuando Saicho escribe estas líneas, no está describiendo una visión ajena: está abriendo ante nosotros el umbral de la Presencia Eterna, el Ryozen que se eleva en medio del mundo, invisible para los ojos del deseo, pero claro y radiante para quien, con fe sincera, se postra ante el Buda y entra en su luz inmutable. Por todo ello, vivir en la Tierra Pura aquí y ahora, según el Registro de la Tierra Pura, es vivir con el corazón transformado: ver el mundo como el Buda lo ve, sentirlo como el Buda lo siente, amarlo como el Buda lo ama. No se trata de viajar hacia un cielo remoto, sino de despertar en medio del mundo.
Cuando la mente está purificada, el Cuerpo del Buda resplandece en todas las cosas. Cuando se canta con amor, el aire se llena de melodías del Dharma. Cuando se camina con compasión, el suelo de esta tierra se vuelve oro. Y cuando se contempla con fe, el propio hogar se convierte en el Palacio del Gran Tesoro. Entonces, y sólo entonces, uno comprende el secreto de Saicho: la Tierra Pura no es el lugar al que llegaremos, sino la Realidad que ya habitamos —si sabemos mirar con los ojos del Buda Eterno.
